Noticias del otro lado
Cuando Will se sintió mejor, fue dado de alta y estaba listo para ir a casa. Con ayuda de Edward se levantó para sentarse en la cama y le ayudó a ponerse sus viejos zapatos.
Si no supiera que ese era un extraño, no habría notado la diferencia. John solía hacer eso, siempre lo ayudaba y trataba de no desesperarse.
Will sabía que a veces solía ser un viejo cascarrabias que renegaba de todo y de todos. Qué si el desayuno estaba muy salado, qué si tal o cuál político era un pillo, qué si el café se lo sirvió muy caliente, muy dulce o demasiado cargado... Y su John lo escuchaba en silencio, sin decir casi nada. Rara vez se enojaba pero también tenía un límite, sobre todo cuando se despertaba de malas y debía soportar más insultos de los usuales, justo antes de ir a trabajar. Pero aún así, no se quejaba, se tragaba el disgusto y en silencio se iba a tomar el autobús. Su rostro era lo único que delataba su sentir. Su quijada tensa, la vena que se le saltaba en la frente y su eterno dolor en la parte trasera del cuello.
Casi nunca salía a divertirse. Su rutina era siempre igual, de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, ya que vivía con el temor constante de que a su padre le ocurriera algo mientras él no estaba. Una caída, algún corto, dejar la llave del gas abierta como ya había pasado un par de veces...
-¡Papá, ten más cuidado, nos vas a matar un día de estos! -Le advirtió una tarde, abriendo puertas y ventanas cómo desesperado para que el gas se dispersara.
-¡John, cierra esas ventanas, hace frío! ¡Está nevando afuera, qué no ves!
-¡Un poco de frío no va a matarte, una maldita explosión sí, señor!
-Es que ya estoy viejo.
-No te escudes siempre en eso, ten más cuidado.
Era difícil divertirse cuando solo pensaba en la sorpresa con la que lo recibiría al llegar. Habría sido más fácil dejarlo en un asilo y vivir su vida, pero John no era ese tipo de hombre y no habría vivido en paz sabiendo que abandonó a su anciano padre para morir solo.
Edward caminaba muy despacio, pero aún así Will se quedaba atrás. Le habría encantado conservar la silla en la qué lo condujeron hasta la salida, pero ahora estaban por su cuenta y con una tormenta a punto de caer.
-No puedes adelantarte, irlandés, no sabes dónde vivo ¿O sí?
-Will, está empezando a llover.
-¿Y qué quieres que haga?
-¿Podrías caminar más rápido?
-Lo estoy haciendo, pero es todo lo que doy.
Las primeras gotas empezaron a caer cuando un auto se acercó y abriendo la puerta les indicó:
-¡Hey! ¡Suban!
Ahí estaba del reportero a qué le había prometido la exclusiva.
-¡Vamos, Will, no quiero morir de una pulmonía! -suplicó Edward, quien ya estaba empapado.
-¡Te robas otro cuerpo y ya!
-¡No quiero otro, éste me gusta!
Desconcertado por la extraña discusión que acababa de escuchar, el reportero abrió la portezuela de atrás para que subieran.
-Vaya, creo que llegué justo a tiempo, por lo que veo.
-Así es -respondió Edward -. Muchas gracias.
-Me alegra que ambos estén bien. Ustedes díganme a dónde los llevo.
-Siga derecho por aquí -indicó Will.
-¿Sí? -Preguntó Paul a Edward.
-Él es el que sabe.
-Ah ya, imagino que debes estar algo confundido. Después de todo, volver de la muerte no es cualquier cosa.
-No, definitivamente no lo es.
-Eres un milagro, amigo. Estoy tan emocionado que no he podido dejar de pensar en ello.
-No era mi tiempo. Un error de cálculo, supongo.
-Te lo tomas con mucha calma.
-No es la gran cosa.
-No creo que tú padre opine lo mismo ¿O usted qué dice, señor? ¿Es o no un milagro?
-Sin duda -afirmó
-Espero que no olvide lo que me prometió, John.
-Claro que no, soy un hombre de palabra.
-Eso espero.
-¿O si no qué? -intervino el viejo.
-Nada, solo estaré muy decepcionado.
-Pon la fecha y yo te responderé todo lo que quieras -dijo Green.
Edward aclaró la garganta, creyó que esa voz ronca era producto del proceso y pronto cambiaría.
-Da vuelta ahí, muchacho -indicó el hombre mayor.
-Sí, señor.
El resto del camino fue la radio quien se encargó de llenar el silencio. Will no podía dejar de ver a Edward, o mejor dicho, el cuerpo que ahora Edward poseía.
-Basta, Will, es incómodo -suplicó sin mirarlo.
-Perdona, pero yo ayudé a formar ese cuerpo, tengo todo el derecho de verlo hasta que me harte.
-No, porque no es tuyo. Es de mala educación, además.
-¡Ahí, ahí! -señaló Will con la mano y Paul detuvo el auto donde le señaló. Llovía a cántaros por lo que luego de bajar del auto y despedirse, corrieron hasta la entrada, pero descubrieron que ninguno de los dos tenía llave.
-¡¿Ahora qué vamos a hacer?! -indagó Edward enfadado.
-Calma, John siempre guardaba una llave por aquí...
Will buscó debajo de una maceta con una planta marchita y ahí estaba, pegada a la base.
-¿Lo ves? John pensaba en todo.
La despegó y abrió la puerta.
-¡Al fin en casa, hijo! -exclamó entusiasmado, pero luego regresó a la realidad. Era difícil asumir que lo que veía y lo que sabía eran dos cosas muy diferentes-. Vete a cambiar, muchacho, no quiero que pesques una pulmonía. Subiendo la escalera, la segunda puerta a la derecha.
-Gracias por recibirme en tu casa, Will.
-No hay de qué. No podía permitir que ese cuerpo vague por las calles, cuando tiene una casa.
🌟🌟🌟🌟
Brenda hurgaba como loca por todos lados. No encontraba el libro azul y temía que alguien lo hubiera robado.
-¿Puedo ayudarla en algo, señora? -preguntó Frederick con amabilidad.
-¿Has visto un libro azul con bordes dorados?
-No, señora.
-Entonces no me puedes ayudar.
-Puedo ayudarle a buscar.
-No, solo avísame si lo ves.
-Así lo haré.
-¿Y tú qué traes, Wilson?
-¿Qué traigo de qué, señora?
-¿Por qué hablas así?
-Son instrucciones de Jean Philip.
-Pues no le hagas caso, me molesta.
-No fue mi intención.
-¡Basta, Wilson!
-¿Basta de qué, señora? Siempre he hablado así.
-No es cierto. Y deja de mirarme así.
-Bueno, señora, creo que lo que realmente le molesta, soy yo.
-¡Ding, Ding, Ding, Ding! ¡Has acertado! -intervino Gil, burlándose de Frederick, como siempre. Brenda rodó los ojos. A veces Gil no podía ocultar la cruz de su parroquia.
-¿Gil, te llevaste el libro azul? -insistió Brenda.
-¡No!
-¡Ay no...!
-Bueno, si no me necesita, estaré afuera -anunció.
-Vete, Wilson, nadie te necesita -espetó Gilberto.
-Le dije a la señora -respondió Wilson, molesto.
-Gracias, Wilson, puede retirarse -autorizó la rubia sin mirarlo.
Frederick salió.
-Odio ese sonido -confesó Brenda a Gilberto en voz baja.
-¿Cuál?
-"¡Tac, tac, tac!" ¡No lo soporto!
-Échalo -sugirió.
-Imaginé que dirías eso. Hace tiempo que le dije que hiciera una cita para que le pusieran una prótesis. No lo ha hecho. Creo que lo hace para fastidiarme.
-¿Fastidiarte? ¿Por qué?
-Porque yo...
-¿Tú qué?
-Nada. Sigue buscando el libro.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro