Las paredes hablan
Brenda leía el diario y masculló molesta, algo que solo ella entendió.
—¿Sucede algo, madame? —preguntó Jean Philip curioso.
—Lo de siempre. Supongo que tendré que redoblar esfuerzos. Son demasiados Philip, salen de todos lados como cucarachas.
—Yo podría ayudarla, si me lo permitiera.
—No, prefiero que vigiles a Gil.
—Madame... Insisto.
—Tú eres un ser sensible, Jean, jamás podrías hacer lo que yo hago sin consecuencias.
—Creo que me subestima, señora.
—No Jean Philip, no te subestimo, te protejo. Desde el momento en el que te di un espacio en mi mundo, te hice parte de mi familia. Y a mi familia no la expondría a algún peligro innecesario. Yo no puedo morir, tú y Gilberto sí.
—¿Y por qué no lo convierte?
—No, no voy a forzarlo —el mayordomo alzó las cejas ante su declaración—. No es eso, conozco esa mirada, Jean Philip. Una cosa es obligarlo a vivir aquí y otra muy diferente, convertirlo en lo que somos, contra su voluntad. Quiero ganármelo primero y que sea él mismo quien decida.
—¿Y el señor? ¿Considera que él estaría de acuerdo? Quiero decir, en que se convierta al joven Gil.
—No lo sé, sin embargo, creí ver algo de emoción cuando me contó lo que pasó en el colegio. Pienso que Gil tiene lo que se necesita, el problema es que quiera hacerlo. Sin embargo, ojalá pudiéramos encontrar a alguien más.
Los ojos de Jean Philip brillaron cuando dijo eso, pero ella no se dio cuenta. En secreto, Jean Philip soñaba con luchar a su lado, pero ella no lo permitiría como ya escuchó, relegándolo al papel del niñero de Gilberto.
Brenda se levantó y fue ponerse su atuendo negro. Era hora de hacer lo que sabía hacer muy bien, aunque últimamente no quería. Lo que al inicio le emocionaba, ya solo representaba un trabajo, algo que debía hacer, lo que el instinto le impulsaba a realizar. Aunque a últimas fechas, ya no le encontrara sentido.
Sin saberlo, Edward y ella habían hecho un gran equipo. Le emocionaba encontrar cadáveres que sabía que ella no había puesto ahí. Olían a él, a su perfume. Y ni que decir de su mirada. Era muy hábil jugando a las escondidas y a pesar de que lo intentó muchas veces, nunca lo pudo pillar. Era muy rápido, pero sentía su mirada. Tal vez por eso, por su ausencia, todo había perdido sentido. Él ya no estaba, ya no estaría nunca más.
Salió por la ventana del balcón e inició su caminata nocturna. Eran tiempos violentos en la ciudad y no tuvo que buscar mucho para encontrar. Diez, quince, veinte cuellos rompió y se volvió aburrido.
¿Quién iba a temer así? ¿A una muerte tan ofensivamente rápida y piadosa? No, no estaba bien. Debía haber un castigo, debían sentir terror, debían ser el ejemplo, sus caras debían reflejar el sufrimiento.
Siguió caminando, buscando y encontrando. Pero esa renovada vocación, le regresó ese sadismo y aquella legendaria crueldad que la hizo célebre.
Era su trabajo ahora y nadie más lo iba a hacer.
A menos que...
La imagen del pobre infeliz al que le arrancó media pierna en el pantano se le vino a la cabeza. Tal vez solo era una de esas visiones random que le llegaban de repente y las que en muchas ocasiones carecían de sentido.
Era, al parecer, un sujeto demasiado honorable como para aceptar una vida como la suya, sin embargo, no era la primera vez que se le ocurría iniciar una especie de ejército que le ayudara a controlar la plaga de criminales que el mal gobierno y la impunidad, habían permitido.
Hacían falta, al menos, dos como ella en cada ciudad, en cada rincón del país donde la delincuencia resultara incontrolable. Sin embargo, sería muy difícil y hasta peligroso entrenar gente que no tuviera la visión y el compromiso que Edward y ella tenían.
—Emily.
—¿Qué haces aquí, Gilberto? Regrésate a la casa.
—Vine a ver lo qué haces. Dices que mi padre hacía lo mismo, pero yo nunca lo vi.
—Obviamente, querido. Edward no iba a permitir que lo vieras cuando en el fondo, le avergonzaba
—Quiero ver como lo haces tú.
—Estás loco, mocoso.
—¿Qué, te da vergüenza a ti también?
—Hacer lo correcto jamás debe ser una vergüenza. Lo que me da es flojera de andarte cuidando.
—¿Matar es lo correcto?
—A ver, Gil, dime... ¿Cuándo había cucarachas en tu casa, qué hacías? ¿Las dejabas vagar libres sobre tu comida o las matabas?
—¡No son cucarachas, son gente!
—¡Gente malvada que hace daño!
—¡Pero entonces tú también eres gente malvada que hace daño a otros! ¡Eres una garrapata que succiona la sangre de las personas! ¡Eso también es hacer daño!
—Pero...
—No trates de justificarte, eres una plaga tú también.
—Piensa lo que quieras, Gil. Yo no tengo nada de que arrepentirme.
—Bueno, adelante, quiero ver como lo haces.
—¿Dónde está Jean Philip?
—Dormidito. Cayó rendido con el té de verbena que le di. Papá me dijo algunos secretos.
—Bueno, el pobre trabaja mucho, merece el descanso. Bien, ya que estás tan interesado, acompáñame. Pero espero que tengas un estómago fuerte.
Brenda caminó y caminó. La calle estaba sola a esa hora, no había gente por el frío que estaba haciendo.
—¿Por qué caminamos tanto?
—Porque a diferencia de las películas, los maleantes no vienen hacia ti, uno tiene que ir a encontrarlos.
—¿Y siempre tardas tanto?
—A veces.
—Sabes, mi papá mató a una maestra por mi culpa.
—No fue tu culpa, fue la de ella. Tu padre la hizo confesar que le gustaba verte sufrir las golpizas de tus compañeros, él se enojó mucho y la mandó al otro barrio. Totalmente merecido, si me preguntas.
—¿Apruebas lo que hizo?
—Si le hubieran hecho eso a mi hijo, así o peor le iba a la vieja.
—Tú... ¿Nunca tuviste hijos, Emily?
—Brenda, dime Brenda.
—¿Tuviste hijos?
—No.
—¿Por qué?
—Porque no.
—"Porque no" ¿Qué es eso?
—Iba a tener uno, pero mi abuelo lo mató a golpes antes de que naciera ¿Ya?
—¿De mi padre?
—¿De quién más? No hubo nadie más en mi vida. Bueno, sí, pero fue un amor de adolescentes que acabó muy mal.
—¿Qué tal Damon?
Brenda lo miró sorprendida. Dudó que Edward le hubiera contado eso. Pero a pesar de su molestia y de lo doloroso de esos recuerdos, decidió responderle.
—Cuando pasó lo de Damon, yo ya no podía tener más hijos.
Gil se asombró de que le respondiera con tanta sinceridad, pues por medio de sus visiones, él sabía la verdad, pero ni siquiera se esforzó por mentir o disfrazar la verdad.
—Además, Damon es un vampiro estéril —agregó.
—¿Es?
—Claro, mala yerba nunca muere, y menos una yerba tan mala... Ese demonio con ojos de gato —sonrió al recordarlo.
—Tú no te guardas nada, ¿verdad?
—¿Quién te dijo todo eso?
—Tu casa. Ya sabes lo que dicen, aquello de que las paredes hablan. En mi caso no solo las paredes, también las puertas, las escaleras, las mesas...
—¿Tienes visiones?
—Si, cada vez que tocó cosas. O personas. Cuando era niño y mi papá me llevó a la Casa Green por primera vez, sufrí un ataque de pánico. Imagina lo que fue para mí, verte disparándote en la cabeza.
—Lo siento.
—Él no sabía que yo tenía ese don, si no, creo que nunca me hubiera llevado a ese lugar. Hay demasiado dolor ahí.
—Pero no todo fue dolor, Gil. Fuimos muy felices también.
—Si, también lo he visto —imitó el rechinido de una cama cuando las personas tienen sexo y luego rió.
—Ay, por dios...
—No te preocupes, ya soy un adulto y ustedes, pues estaban casados. Pero sigo tratando de descubrir que es lo que te hacía tan especial para él. Qué tienes tú, que nunca tuvo mi madre para lograr que él la amara.
—Supongo que lo mismo que nunca tuvo ningún otro hombre para mí.
—¿Ni siquiera Damon?
—Ni siquiera Damon.
—Prefiero regresar, no sé si soporte verte en acción.
—Volvamos, estoy cansada.
Mientras Wilson se esforzaba en su terapia, Edward se aburría miserablemente viéndolo caminar hacia atrás y hacia adelante apoyado en las barras.
—¿Cómo te está yendo?
—Hola Lorraine. Como en una fiesta. Y a mí no me gustan las fiestas.
—Pues no parecía hace noventa años.
—Si te refieres a las fiestas en el casino, eran puro marketing. Debía fingir que me estaba divirtiendo. Lorraine, ¿dónde está mi madre?
—En donde deberías estar tú.
—¿En el jardín de los Lockwood?
—Así es.
—¿Qué hace ahí? He estado en ese sitio y no la he visto.
—Está ahí, pero tú no puedes verla, solo ella a ti.
—¿Por qué?
—Son las reglas. Aquello es una cárcel espiritual, Edward. Son realidades paralelas, separadas por una pared invisible. Tú estás de un lado y del otro, está ella.
—¿Y por qué no puedo verla?
—Porque ella lo quiso así, para que tuvieras la posibilidad de navegar entre los dos mundos y pudieras ver a Emily y a tu hijo. Y pronto los verás. Por eso es importante que no obstaculices el destino de Frederick.
—¿Pero está bien? ¿No la están atormentando? Desafió a las brujas Bennett por mi causa y ellas amenazaron con...
—Está bien —lo interrumpió para tranquilizarlo—, tienes mi palabra. Muy aburrida, pero bien.
—Dile que la quiero, que la extraño mucho. Díselo, Lorraine, por favor.
—Lo haré, te lo prometo.
Fascinación, eso era lo que sentía ahora Gilberto por esa mujer. Era justo como su padre la había descrito siempre.
"Existen flores que crecen en la orilla de un risco; solitarias, en medio de la nada, brotando de entre las rocas, a merced de los elementos, pero bellas y fuertes como ninguna otra. Así es ella. Se ganará tu amor o tu odio... O ambos, pero también tu respeto. Le darás poco y ella lo transformará en un caudal. Así es ella, así es Emily Rose".
—Así es Emily Rose... Pero presiento que ella ya no quiere ser Emily Rose.
Pensaba Gil, mientras miraba el techo de su habitación en la Casa Green.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro