Las dos muertes de Wes Johnson
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En memoria de Bernard Cribbins, para quién escribí el personaje de «Will Mcdonald». 🟦🎭🎬
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Varias semanas antes:
La relación entre John y Will había estado tirante, un poco más qué de costumbre. Will no perdía la oportunidad de echarle en cara todo lo que se le pasaba por la mente y qué según él, John hacía mal.
Ya en el transcurso de la semana habían tenido varias discusiones. John era un hombre tranquilo y comprensivo qué intentaba comprender que su padre era un adulto mayor. Por ello, toleraba cosas que tal vez cualquier otro de sus hijos no habría soportado, pero aún así, era comparado, humillado constantemente.
Las manos le temblaban cuando sacaba los platos y los ponía sobre la mesa, tintineando, haciendo un ruido qué rompía el silencio qué solo el anciano se sentía con el derecho de romper.
—¡Eres tan torpe! ¡Ya, colócalos en la mesa!
John temblaba tratando de acomodar los trastes y los cubiertos sin tirar nada, pero parecía qué, entre más lo intentaba, menos lo conseguía.
Un dolor agudo lo hizo voltear la carne molida con papas del desayuno, encima de su ropa, provocándose además, serías quemaduras, pero el dolor del pecho era peor cada minuto que pasaba.
—¡Mira lo que hiciste! —vociferó Will.
—Lo siento... —caminó lento, sujetándose del marco de la puerta que daba al patio, para ir por el recogedor la escoba y levantar el desastre.
—¿Es que no puedes hacer nada bien?
—Hoy no, papá, por favor... —musitó.
—¡Ni hoy ni nunca! ¡Ojalá fueras como Alfred! ¡Eres tan lento y torpe para todo!
Lo que menos quería en ese momento, era discutir, pero tampoco estaba de humor para otra de sus eternas letanías y estallo en cólera.
—¡¿Alfred?! —dejó caer a un lado los objetos qué tenía en las manos, se recargó sobre la mesa haciendo saltar los cubiertos y lo miró fijamente— ¡¿El qué no viene a verte?! ¡¿El Alfred qué nunca te contesta las llamadas?! ¡¿Ese Alfred, papá?! —estalló por fin ante la cruel insistencia de su padre por compararlo con su hermano el «exitoso».
—¡Tu hermano es un hombre de negocios, se entiende qué no lo haga!
—Claro, de él lo entiendes todo... ¿Y de mí?
—¡Tú! ¡Tú no eres nadie, John!
—¡¿No soy nadie?! —busca su mirada para que sea capaz de verlo a la cara y repetirlo— ¡¿No soy nadie?! ¡Yo soy el que te ayuda a levantar por la mañana, el qué te da de comer tres veces al día, el qué te pone tus pomadas cuando te duelen los huesos! ¡El qué te ha salvado de morir quemado vivo varias veces porque dejas abiertas las llaves del gas! ¡¿Y no soy nadie?!
Por un breve momento, Will pareció arrepentirse de lo que había dicho, pero no fue así y continuó.
—¡Todos tus hermanos se han casado, han formado familias, tienen buenos empleos! Me duele admitirlo, hijo, pero contigo desperdicié todo. Tiempo, recursos... No saliste bien, siempre enfermo. Ni para la escuela fuiste bueno.
John tensó la mandíbula y apretó los ojos al mismo tiempo qué el mango del tenedor en su mano derecha. Dolía mucho, pero no estaba interesado en que William lo notara. Se burlaría de él al darle con eso la razón de lo que le acababa de decir. Aguantó más allá de lo humanamente posible.
—¡Mírate —continuó el viejo—, con un empleo mediocre, viviendo aquí todavía y ni trazos de que vayas irte algún día!
—Tal vez pronto lo haga, no te preocupes —soltó el cubierto.
—¡Lo dudo!
—Voy a darme un baño.
—¡Limpia primero este desastre! ¡John! ¡John! ¡¿No ves qué me puedo caer?!
—Cuando salga. Se me hace tarde para mí trabajo mediocre y no quiero qué me descuenten el día.
Las escaleras cuesta arriba le parecieron eternas, pero debía llegar y cerrar la puerta.
Sabía qué se trataba de un infarto, pero no pensaba hacer nada al respecto. Ansiaba el fin, el descanso.
Minutos más tarde, el ruido de la cortina del baño cayendo se escuchó hasta abajo. Will rodó los ojos. Después de un tiempo de que el grifo de la regadera estuviera abierto, agua empezó caer por las escaleras hasta formar un charco cerca de la entrada.
Will se levantó iracundo al ver eso y se acercó para buscar el origen.
—¡John! ¡¿Qué diablos haces allá arriba?! ¡Cierra el maldito grifo! ¡John! ¡El agua se tira, qué no ves!
Arriesgándose a resbalar, se sujeto lo mejor que pudo del barandal hasta llegar al piso de arriba. Había agua por todos lados, aunque, afortunadamente, la puerta estaba entreabierta.
Will la empujó con fuerza ya que algo estaba obstruyendo la entrada, hasta que consiguió pasar.
Era John, quién ya desnudo, pero sin tener tiempo para meterse a la ducha, cayó fulminado por un paro cardíaco.
Su cabello húmedo, largo hasta la mandíbula, cubría la mitad de su rostro. John no respiraba, ni latía ya su corazón. John estaba muerto y él... Solo.
Solo y pensando en todo lo que le había dicho esa mañana.
Brenda acarició su rostro conmovida. John dormía, pero aún así, podía ver lo que tenía en la mente. Había tenido qué romper su cuello antes de que enloqueciera por el hambre. Cómo le hacía falta Jean Phillip ahora. Él era un transicionista experto a fuerza de práctica. Era quien se encargaba de que todos los empleados nuevos lo pasarán lo mejor posible durante su transformación.
Su pobre Wes... Al parecer, era su destino encontrarse con esa clase de personas en su vida. Fue él mismo Wesley quién le confesó qué su padre, el anterior, el de aquel entonces, lo había presionando para acercarse a ella y obtener algún beneficio. Él no estaba de acuerdo, porque también le agradaba, pero no quería mentirle, ni engañarla. Fue cuando acordaron escapar juntos de ambos progenitores. El de él —un miserable borracho haragán —, y el de ella, un abusador violento.
Wes nunca llegó a la cita, pues el padre de Emily, o mejor dicho, su abuelo, lo asesinó de tres tiros en diferentes partes del cuerpo mientras trataba de llegar a dónde ella lo esperaba.
Uno fue en la pierna derecha, aunque nada de gravedad, ya que le permitió su escape. Otro en el vientre y el tecero, en la frente, pues el chico parecía no querer morir y se arrastraba por el suelo del granero, dejando una estela de sangre.
A pesar del sufrimiento, Wes no rogaba por su vida, ni parecía asustado ante su verdugo. Él solo quería ver a Emily y decirle por qué no podría escapar con ella. No deseaba qué le dijeran mentiras, pero no pudo llegar. Sin embargo, cuándo le avisó una de las empleadas de la casona de los Walters, ella ya sabía quién había sido su asesino, aún sin haber visto la terrible escena.
Pero esta vez no lo dejaría. Nadie le haría daño ni lo asesinaría porque ya no podía morir. Desde Edward, Brenda no sentía algo parecido por ningún hombre. Tal vez saber qué se trataba de la reencarnación de su antiguo amor de juventud, le daba otro significado a ese encuentro.
Wilson los miraba con tristeza. O mejor dicho, Edward. Edward en el cuerpo de Frederick Wilson, quién estaba siendo testigo de cómo su viuda miraba con amor a otro hombre qué no era él.
Gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas y se retiró para no seguir siendo testigo de aquello.
Afuera, lejos de la casa, se encontró con Belél.
—¿Están juntos, verdad? —preguntó la morena.
—No solo están juntos, creo que están enamorados.
—No te des por vencido aún, Edward, tienes el poder de elegir tu sacrificio. Wilson o John. Personalmente, te recomiendo al segundo.
—¿De qué hablas?
—De qué si alguno de ellos muere, ustedes, ella, tu y Gil, descansarán en paz para siempre. Claro, se necesita un ritual, pero con dos se puede. A menos qué conozcas a alguien más, lo cual sería lo mejor, pero ya no hay mucho tiempo.
—Siempre hablas a medias, Belél. Creo qué solo lo dices porque estás celosa.
—¿Y tú no?
—Sí, claro que lo estoy, pero... Ella parece apreciarlo mucho.
—¡Lo acaba de conocer, Edward! ¡Así sea una reencarnación del aquel chico que conoció, no es la misma persona!
—¿Cuánto tiempo queda?
—Hasta la próxima luna de sangre o esperar cien años más.
—¿Qué es cuándo?
—En noviembre.
—Entonces en noviembre será. Wilson se quedará guardado en mi celda de vegetación y yo vigilaré al tal John, Wes o cómo se llame.
—Qué civilizado.
—Tiene derecho a ser feliz y si él logra qué lo sea, yo me haré a un lado. Y tú también, Bel.
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