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La verdad en sus ojos

Brenda decidió pasar de largo el molesto detalle de que la habían llamado por otro nombre, ya que poco le interesaba el motivo, así que se hizo la loca a pesar de la mirada extraña que ante su indiferencia, se tornó en obvia frustración.

—Me gustaría saber más de usted, mi apreciada señora —agregó Walters.

—Pues pregunté, ya veré si le respondo o no —respondió seca pero divertida, como cuando buscaba sacar a alguien de quicio.

—¿Es Gilberto el único hijo que tiene? ¿O hay más?

—Solo Gil.

—Lo quiere mucho, supongo.

—Por supuesto. Desollaría a cualquiera que intentara hacerle daño. Y hablo de meses de horrible dolor —lo miró justo como él la vio antes y él cambió el tema.

—¿Y hace cuanto que enviudó?

—Diez años.

—Vaya, eso es mucho tiempo.

—Así es.

—¿Y no tiene contemplado volver a enamorarse?

—Habla como si uno planeara algo así. Pasa y nada más.

—Tal vez me expresé mal...

—Lo que usted quiere saber es si tiene alguna oportunidad conmigo. No lo sé, señor Walters. No he pensado en hombres desde mucho tiempo porque tenía cosas más importantes que hacer. Pero estamos aquí ¿no? Es un inicio.

—Tiene razón. Su franqueza me sobrepasa. No me mal entienda, es encantadora. Es solo que no estoy acostumbrado.

—Ah, pues acostúmbrese, porque si busca a una mujer sumisa y manipulable, le aseguro que no la encontrará en mí.

En una mesa cerca pero no demasiado, Wilson y Gilberto fingían ser comensales.

—¿Cómo supiste dónde estaba?

—El mono ese suele venir mucho a éste lugar, de hecho es, según él, el único lugar de la ciudad donde no teme enfermar ¿Alcanzas a escuchar algo?

—Deja intentar, aún no domino bien mis habilidades. Vaya, tu padre sí que no pierde el tiempo.

—¿Está allá?

—Sí.

—Lo que debe estar sufriendo —lamentó Gil.

—Esto se pone bizarro. Y no, yo no lo veo sufriendo. De hecho, parece muy divertido.

—¿Hace cuanto tienen contacto ustedes dos, Wilson?

—Hace unos meses, cuando tú madre perdió su anillo de bodas.

—Ella no es mi madre.

—Tu padre dice lo contrario.

—¡Emily no es mi madre!

—Lo que tú digas.

—Mi madre se llamaba Cordelia, lo qué pasa es que él nunca la quiso.

—¡Shhh! No me importa —aclaró mirándolo a los ojos.

—¡No me calles, estúpido!

—¿Quieres que te diga lo que dicen o no?

—Quiero que me digas que pretendes.

—¿No es obvio?

—Pobre idiota —se burla Gil con amargura.

—Pues mira, que entre tú, tu padre muerto y yo, soy el que tiene más probabilidades.

—Sigue soñando.

—Gil...

—Ella nunca te va a hacer caso, Wilson. Eres muy poca cosa para ella.

—¿Ya le preguntaste?

—Sí —mintió— ella misma me lo dijo el otro día que estuvimos en el hotel.

—Eres solo un crío, uno muy confundido. Y lo entiendo, debe ser difícil ser tú.

—¡¿Tú que sabes?! ¡Y no soy un "crío", soy un hombre!

—Pues no te comportas como uno. Yo no soy tu enemigo, Gil, y mira que tengo motivos. Vamos a llevarnos bien, estamos del mismo lado.

—¿Sí? ¿Cuál lado?

—El de ella.

—Y da la casualidad de que el de ella, es el tuyo también, ¿verdad? Dices eso porque tienes a mi padre encima todo el día ¿Pero si no fuera así?

—¿Y eso qué? Tu padre no puede hacerme nada, es solo un fantasma.

Valientes espías. Ya se fueron

—¡¿Cómo qué...?!

—Vámonos ya —dijo Gil y se levantó para irse primero.

—Creo que esa charla padre e hijo, le hace mucha falta.

—¿Qué te dijo?

—Que te lo diga él. Todos ustedes me agotan —se quejó y se apresuró a salir.

De vuelta en la casa, Gil se paseaba en su cuarto como león enjaulado. Era como si estuviera teniendo un ataque de ansiedad de esos que solo se curaban asesinando a alguien. El único problema, era que él seguía siendo humano.

No obstante, esa no era la primera vez que le sucedía. Lo que no lograba identificar todavía, era el detonante.

—Joven Gil —llamó Jean Philip a la puerta.

—¡Vete Jean Philipe! ¡No estoy para nadie!

—Disculpe, pero es algo importante —comunicó desde el otro lado de la puerta, llevando un libro bajo el brazo.

—¡Ahora no, Jean Philip! ¡Lárgate!

La puerta del  cuarto se abrió de golpe y el mayordomo entró.

—En serio, ésto no puede esperar —dijo, lanzó el libro a la cama y le inyectó un líquido a Gil en el cuello.

El joven lo vio desconcertado antes de caer sin sentido.

Luego de salir del restaurante y de dejar a Gil en la casa, Frederick salió a conseguir algo de sangre, acompañado y asesorado como siempre por Edward.

—¿Por qué me dijiste eso, Fred?

—¿Eso qué?

—Lo de Gil.

—¿Acaso no lo ves? Está enamorado de ella. No, obsesionado diría yo. Es que se pone como loco cuando siquiera insinúo acerca de la posibilidad que ella esté con el estirado o con alguien más.

—¿O contigo? —Preguntó mirando a Wilson con malicia.

—O conmigo, y si estuvieras aquí, creo que hasta contigo. Tal vez sería bueno que lo sacaras de la casa.

—No, Wilson, esa es su casa. Además, yo hablaré con él.

—Es lo que te dije hace rato.

—Hola, señor Wilson. Dígame donde está, Frederick —exigió la rubia, clavándole la mirada.

—¿Dónde está quién, señora?

—¡No me quiera ver la cara de estúpida, Wilson!

—Es que de verdad, no sé a qué se refiere.

—¡No acabe con mi paciencia!

Dijo y al mismo tiempo lo lanzó contra la pared más próxima, después se acercó y lo sujetó de la ropa.

—¡Díselo o va a matarte!

¿Cómo piensa obligarme? Si me mata, nunca lo sabrá y dejará sin padre a su hijo otra vez. Y créame, el chaval lo necesita.

—Entonces es verdad —lo soltó.

—Así es...Emily.

Pocas cosas impresionaban a Brenda, pero la manera como pronunció su nombre y la miró, la conmovió hasta las lágrimas. Y luego se desmayó.

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