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La posesión

Brenda despertó muy feliz, aunque algo incomodaba un poco a su dicha. Le dolió lo que escuchó la tarde anterior, pero no podía hacer nada al respecto.

No podía obligarse a amar a alguien y sentía de verdad que Wilson hubiera puesto los ojos en alguien tan complicada como ella. Tal vez no era amor lo que sentía, tal vez solo estaba confundido o bajo el influjo de algún sentimiento implantado. Después de todo, ¿quién se enamora de alguien que le ha hecho tanto mal? Hay que ser muy masoquista para eso.

Pensar en Frederick le amargó el entusiasmo que sentía por su viaje y prefirió apartarlo de su mente. Estaba emocionada por ir a conocer al escocés y no tenía idea de por qué. Tal vez porque necesitaba salir de la rutina en la que había estado inmersa desde hacía mucho tiempo. Ya ni siquiera salir a cazar la alegraba como antes.

La gente ya no le temía, algunos la saludaban en la calle y hasta regalos le mandaban porque averiguaron donde vivía. ¿En dónde habían quedado aquellas multitudes enardecidas con antorchas? Ah sí, en internet.

Al contrario de ella, a Edward le gustaba esa pleitesía, los halagos que le llamarán «su ángel» y esa parte de su personalidad le parecía insoportable. Pero más insoportable era su afán de competir y cómo se enojaba cuando alguien le adjudicaba su trabajo a ella. Pero Edward era muy limpio en su labor en aquel entonces y la gente era muy tonta para diferenciar.

A ella le gustaba el espectáculo de la sangre, de la tortura; los gritos de terror, las súplicas que solo se detenían con el golpe final. Pero no necesitaba de los halagos. Prefería el misterio que daba el anonimato. Aunque a últimas fechas, eso se había terminado.

Y por eso era buena idea alejarse un tiempo y salir a conocer gente nueva.

—¿Lista? —preguntó Gil que ofreció su brazo.

—Lista —respondió ignorando su brazo pero dándole palmaditas en su cabeza como si de un cachorro se tratara.

Jean Phillip los alcanzaría después, debía atender asuntos urgentes en la casa antes. Sobre todo, el «asunto» encerrado en la celda subterránea.

Edimburgo, Escocia.

La relación entre padre e hijo se había vuelto tan fría, que cuando John lo trataba con amabilidad, sabía que Edward estaba de regreso. Pero a John no le agradaba nada tener un extraño en su propio cuerpo y luchaba cuando sentía que esa presencia lo expulsaría hacia el limbo brumoso otra vez.

Edward no podía comunicarse con el obrero para explicarle lo grave y apremiante de su situación, por lo que debía entrar a la fuerza y eso le provocaba al hombre, un gran dolor espiritual que los médicos no podían tratar y era confundido con algún mal psicológico causado por el shock de despertar en la morgue.

A Will le preocupaba mucho esa transición, ya que sus gritos eran angustiantes. Pero lo peor, era verlo hecho ovillo en el piso de su habitación, con esa expresión de sufrimiento en su cara. Él no tenía idea de lo que sentía y John no lo podía explicar.

Después de esa feroz lucha por la posesión de su cuerpo, quedaba tan agotado que dormía por horas y tan profundamente qué, por momentos, parecía haber muerto otra vez.

Al finalizar otro de esos episodios que se repetían con más frecuencia, Will le suplicó a Edward que lo dejara en paz, pero Edward no estaba ahí para escucharlo. Nade estaba.

Pensó en acudir a la ayuda de un representante de la iglesia católica y de echo lo hizo a escondidas de su hijo, pero solo le aconsejaron lo que ya habían intentado, acudir a la medicina.

El avión estaba por despegar. Brenda no sentía esa emoción desde que iba rumbo a Mistyc Falls.

—¿Y ya sabes dónde vive el fulano? —preguntó Gil hojeando una revista.

—No, pero eso no es problema.

—¿Le avisaste a Charles que ibas para su rancho?

—No. No tengo por qué. Y no es su rancho.

—¿Si sabes Escocia, Irlanda y Gales son parte de Gran Bretaña, verdad?

—¿Vas a darme clases ahora? Equis.

—«¿Equis?» Ya nadie dice eso.

Brenda lo mira fijamente.

—Tienes mucho sueño, Gilberto, te caes de sueño.

—Eso no funciona conmigo, wera —ríe debido a su vano intento por hipnotizar lo.

—Sí y es una pena.

—Solo no olvides a mi papá.

—¿Qué tiene que ver tu padre?

—Te gusta ese fulano, se nota. Nadie recorre cientos de kilómetros para ver a alguien que no le importa, por más curiosidad que le despierte. Y no es que esté mal, solo... No lo olvides ¿Sí?

—Gil... A tu padre nunca lo voy a olvidar.

—Lo hiciste una vez.

—No del todo. Y volví a él. Porque siempre vuelvo. Pero tal vez llegó la hora de probar algo diferente. Y sí, me gusta. El escocés me gusta y tengo un buen presentimiento al respecto.

—¿Y recuerdas como es? Hasta donde yo sé, solo lo has visto en sueños y al menos yo, no recuerdo mis sueños con detalle cuando despierto.

—No mucho y siempre está lleno de neblina.

—Qué se note que es de Escocia.

—Es muy delgado, lleva el pelo un poco largo, hasta la mandíbula. sus ojos son redondos, cafés y muy expresivos. Tiene la raíz perfecta, muy fina. Pero lo que me impresionó fue su mirada. Es dulce y potente al mismo tiempo. Es... Otro tipo de belleza.

—O sea que está feo.

—¡Para nada!

—¿Y también sentiste que lo conocías de antes?

—No, nunca he sentido eso con él. Es como si fuera todo nuevo. Y después de vivir como doscientos años, créeme que necesito novedades.

Gil lanzó la revista que tenía en las manos, se puso el antifaz. cruzó las piernas, los brazos y se dispuso a dormir.

Brenda sabía que cuando Gil hablaba de su padre, no lo hacía en realidad. Le dolía desilusionarlo, pero eso que sentía por ella, no estaba bien. Sí, era cierto, el obrero escocés llamaba su atención, pero tuvo que imprimir un poco más de emoción en cada frase de la que realmente sentía, para que él notara que no tenía ni siquiera un poco de esperanza.

Edimburgo.

John se levantó de la cama y bajó las estrechas escaleras hacia la sala. La alfombra amortiguó el sonido de sus pasos y Will no se dio cuenta de que estaba detrás hasta que habló.

—Dile que deje de luchar, Will.

El anciano se sobresaltó por la sorpresa, pero respondió:

—Es su cuerpo, Edward. Tiene derecho a luchar por él.

Edward, en el cuerpo de John, dio la vuelta para quedar frente a Will.

—Esto será temporal. No voy a quedarme para siempre. Pero si continúa luchando, me obligarán a ser cada vez más agresivo cuando vuelva y no lo quiero lastimar. Está desgastándose inútilmente, soy mucho más fuerte que él. Tengo energías tras de mí que podrían destruírlo si quisieran —se levantó la manga de la camisa y le mostró una especie de rayos gris opaco sobre la blanca piel del antebrazo—. ¿Lo ves? Cuando esto se extienda por todo su cuerpo, morirá y yo junto con él.

—¿Eso te dijo la mujer del turbante?

—Así es. Por favor, adviértele. No es mi deseo hacerle daño, créeme.


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