La otra versión
Después de dejar a Gil en la facultad, Jean y Frederick regresaron a la casa Green.
—¿Ya le dijiste Jean Philip?
—¿Qué cosa, madame?
—Qué debe vivir aquí, en la casa.
—Lo estoy poniendo al tanto.
—¿Mejor, señor Wilson? —preguntó mostrando un interés sincero.
—Mucho mejor, señora, gracias.
—Hay muchos cuartos, desocupados en la planta baja, elija el que prefiera.
—De nuevo, gracias.
Brenda desapareció tan rápido como si nunca hubiese estado frente a él. Wilson sonrió. Siempre hacía eso y le encantaba.
—Continuemos, compañero —sugirió el mayordomo.
Fred se detuvo ante el retrato de Edward, quien parecía observarlo desde la pared con esos ojos claros, pero no por ello, benévolos. Debía admitir que aún muerto, era al igual que ella de mponente. Le recordó a aquellos grandes retratos de los reyes antiguos que vio alguna vez en el Museo del Prado.
—¿Y quién es el señor de al lado?
—Es don August Green, el padre del señor Edward.
—¿Lo conociste?
—No. Sigamos...
Jean Philip lo llevó en un tour por toda la casa que en apariencia no era muy grande, pero ya recorriéndola, parecía interminable. Le mostró brevemente el interior de las habitaciones principales, la de Brenda y la de Gil.
A Jean Philip le pareció extraña la fijación que su nuevo compañero parecía tener con Edward Green, pues nuevamente se quedó embelesado viendo el retrato que Gil tenía en la pared de su cuarto.
Un pequeño Gil abrazado por su padre, por cuya indumentaria, parecía pertenecer a algún cuerpo policiaco, incluida la placa colgando de una cadena en su cuello.
La actitud era diferente. Su postura más relajada, su sonrisa sincera. Se notaba en esa imagen, el amor que sentían uno por el otro. Era una foto muy tierna. La otra cara de un tipo que se esforzaba demasiado en aparentar dureza.
—¿Ya?
—Ah si, perdón.
Al parecer, Wilson acababa de desbloquear una nueva fascinación por su compañero de otro plano.
A Gil le simpatizaba mucho su nueva compañera aunque, pensar en su tío, le causaba mucha incomodidad.
Evitaba tocarla demasiado, por lo que las visiones que estaba teniendo respecto a ella, eran pocas y muy confusas. Sobre todo las que tenían que ver con su antipático familiar.
Un inglés estirado y amanerado que se dedicaba a leer y beber té en su biblioteca. Debía estar podrido en dinero el infeliz, por lo que le extrañaba que Katherine no hubiera elegido una universidad privada, en lugar de esa prestigiada pero modesta institución.
Por su parte, a Katherine le encantaba ese muchacho mexicano. Se estaba esforzando por aprender español y a pesar de que él no parecía querer acercarse mucho, ella lo llenaba de detalles y mimos, sin importarle lo que él opinara.
A Gil no le molestaba, le gustaba su atención, pero por otro lado, no podía dejar de pensar en su madrastra.
—¿En qué piensas? —Preguntó Kat, sacando a Gil de sus pensamientos.
—Ah, en nada —mintió.
—En mí, segura.
—Tal vez.
—¿Tienes novia?
—Ya no.
—Mmmh, muy bueno.
Gil rió nervioso.
—¿Ah si? ¿Y por qué?
—Porque tú, novio mío ahora.
—Ah chingá... ¿Desde cuando, Katita?
Ella ríe.
—Today. Hoy, ya.
—Mira ésta... ¿Así, sin preguntarme ni nada?
—¿No quieres ser novio mío? —Finge llorar.
—Estaría loco si no. Pero no nos conocemos Katita.
—Me gusta "Katita". No importa.
—Pues ya que acabas de decretar que somos novios, cuéntame de ti.
—My parents are dead.
—¿Hace mucho?
Ella asintió, eso la ponía muy triste debido a las circunstancias en las que murieron sus padres, quienes fueron asesinados por un despiadado monstruo que les destrozó el cuello a ambos, hasta casi decapitarlos.
Pero Kat no le contó, solo se quedó callada mirando sus manos. Gil tomó sus blancas y delgadas manos entre las suyas y la miró unos segundos.
—No me cuentes ahora sí no quieres.
—Mañana.
—Mañana entonces —dijo él y apartó un mechón de su frente. Tal vez no era ella, pero se parecía mucho.
Katherine era muy linda, era dulce, era tierna y le gustaba estar con ella. A su lado se sentía en paz y feliz. Pero por alguna razón, no le bastaba, sobre todo cuando estaba en la casa.
Varios días pasaron —una semana tal vez—, y lo único que sentía dentro de la casa, era mucho coraje. Se la pasaba enojado todo el tiempo y le respondía mal a todos, especialmente a Wilson, a quien en una ocasión lo encontró en el piso de arriba.
—¡¿Qué haces aquí?!
—La señora Brenda me llamó.
—¡Espera abajo, no tienes nada que hacer aquí!
—De verdad, la señora me dijo que subiera.
Brenda salió cuando los escuchó hablar.
—Señor Wilson, lo estoy esperando.
—¿Cómo que lo estás esperando? ¿Para qué?
—Necesito que me traiga algo.
—Qué vaya Jean Philip.
—Jean Philip está ocupado en otras cosas.
—Entonces voy yo.
—No te molestes, supongo que ahora que volviste a la escuela, tienes muchas cosas que hacer.
—No, no tengo nada.
—Aquí está el dinero, Frederick. Vaya.
—Si señora. Con permiso.
Wilson dio la vuelta y bajó la escalera lo más rápido que podía. No es que le temiera a Gil, pero realmente se veía alterado, desencajado y no tenía idea de lo que le pasaba con él.
Apenas estuvo en el carro, detrás del volante, exhaló alviado.
—Joder, Edward, que demonios le pasaba tu crío...
—No lo sé, Wilson.
—Creí que se me iría encima a hostias ahí mismo. Pero te advierto que si eso sucede, voy a defenderme.
—No, no va a pasar nada, no será necesario.
—Bueno, ¿se puede saber que te pasa? —Preguntó Brenda.
—¿Te estás revolcando con él?
—Mira Gil, no te metas en lo que no te importa. Ese no es tu asunto.
—¡Contéstame! ¡¿Para solo contrataste no?!
—Primero que nada...
—¡No-lo-quiero-aquí!
—¡No me estoy revolcando con nadie, Gil!
—Pues más te vale...
—En todo caso, sería mi asunto, mocoso .
—Esta es la casa de mi padre, no creo que sea apropiado que traigas a tus amantes aquí.
—¡¿Mis amantes?! —preguntó atónita ante lo que estaba sucediendo.
—No sería la primera vez, después de todo, sé lo que hiciste ahí con Damon.
Furiosa, regresó a su cuarto para encerrarse, no sin antes, azotar la puerta. Aunque tan fuerte la azotó, qué cayó hacia adentro de la habitación.
Cómo un auténtico energúmeno la siguió y si la puerta no hubiera estado en el suelo, él mismo la habría tirado.
—Tú no tienes ningún derecho a meterte en mi vida, Gilberto ¡Si yo quiero o no acostarme con Frederick Wilson o con quién prefiera, eso no tiene por qué importarte!
—¡Respeta la memoria de mi padre! —Fue lo único que se le ocurrió decir al no tener argumentos válidos que justificaran tal arranque.
—Yo la respeto. Pero eso no tiene que ver con mi vida privada. Yo no me meto en tu relación con esa demente drogadicta.
—¡No me cambies el tema!
Brenda lamentaba que Gil no fuera vampiro, pues de serlo, esa escena bizarra de celos, ya se habría terminado hacía rato. Pero no, no podía romperle el cuello para ponerlo a dormir un rato.
—¡No lo quiero aquí!
—Gil, yo no tengo ninguna relación que no sea laboral con él. Él está aquí porque le...—se detuvo.
—¿Tú qué?
—Yo le debo un favor. Él necesitaba un trabajo con urgencia y yo sé lo dí.
Gil pareció tranquilizarse un poco con esa explicación y se acercó a ella, tal vez demasiado.
—¿Me lo prometes?
A Brenda no le agradó su forma de tocarla, acariciando su cara de esa forma, con su boca tan cerca de la de ella y se apartó.
—Yo nunca miento, Gilberto.
—Aún así, no está bien que suba a ésta área, mucho menos a tu cuarto.
Wilson regresó pronto y aunque su andar era lento, no lo fue suficiente.
Gil volvió a acercarse a ella por atrás y obligarla casi a besarlo.
—¡Gil, no! —se zafó y se apartó de nuevo, mirándolo asustada.
—¿Por qué no? ¿No te gusto? Tú siempre has dicho que me parezco a mi papá.
—¡Por Dios, Gil! Sí, te pareces mucho, pero eso no quiere decir que yo te vea como un hombre.
—¿Ah, no? ¿Y cómo qué me ves?
—¡Como un hijo, Gil! ¡Cómo alguien a quien cuidar, a quien proteger!
—Yo no te veo con una madre...Emily Rose.
—Deja de llamarme así, por favor.
—¡Ese es tu nombre, Emily Rose! Emily Rose... ¿Así lo decía él? ¿O era algo como "Emily Rose", con ese acento de irlandés extraviado?
—¿Estás drogado?
—¡No, no estoy drogado! Estoy enamorado...de ti.
—¡No, no, no, eso no está bien!
Brenda se escabuyó lo más pronto que pudo. Wilson la sintió pasar a su lado, de pie a un lado de las escaleras.
Sintiéndose rechazado y humillado, lloró furioso. Frederick no se atrevía a dar un paso ni para atrás ni para adelante. Pensaba en lo que acababa de presenciar y en lo que Edward estaría pasando en ese momento. Lo veía pensativo, apesadumbrado.
La salida intempestiva de Gil los despertó. Por unos segundos Gil y Frederick se miraron uno al otro. De pronto, las manos de Gilberto estaban en el pecho de Wilson, justo en el instante en que éste apartó la mano del barandal, haciéndolo caer hacia atrás y posteriormente rodar por las escaleras hasta romperse el cráneo contra el mármol del recibidor.
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