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La niebla

Wilson, quien empacaba sus cosas, escuchaba también la conversación. Indignado y furioso, lanzaba la ropa dentro de la maleta.

¡Un jodido escocés! ¡Está loca!

En la habitación de Brenda que estaba en la planta alta, Gil le cuestionó su inesperada decisión.

—¿Sabes dónde vive? —la cuestionó sabiendo o imaginando su respuesta.

—En Edimburgo.

Bien, pero no era suficiente.

—Su dirección, quiero decir.

—No hace falta, pregunto por el revivido y ya está, tarde o temprano daré con él

—Pero no lo conoces, güera. No sabes si es de fiar o sabrá Dios qué vicios tenga.

—A tu padre lo conocí igual. Soñaba con él todas las noches.

—Pero mi papá era mi papá ¡Un momento! ¿Crees que pueda ser él? ¿Crees que pudo encontrar la forma de regresar? —pregunto emocionado.

—Espero que no —respondió subiendo el volumen hasta que Gil le arrebató el control y le bajó.

—¡¿Por qué no?!

—Gil, creo que doscientos años son suficientes. Tu padre quería descansar.

—No, mi padre quería ser feliz contigo y por eso nos abandonó a mi mamá y a mí, pero se le atravesó esa enfermedad que dijo tener.

—¿En serio, Gil? ¿Vas a seguir con eso? Ya te demostré que decía la verdad.

—¡¿Y-y-y Wilson?!...

—¿Qué con Wilson?

—Creí que tú y él...

—Él y yo nada, Gil. Además, ya se va a su casa. Renunció hace rato.

—¿Se va a ir? ¿Y Charles?

—Charles no me interesa.

—¿Y el tecle escocés, sí?

—¿Nunca has sentido la necesidad de conocer a alguien? Gil, yo no busco un romance con ese hombre, ni siquiera lo conozco. Pero si alguien lo puso en mi mente, por algo será y voy a investigar por qué ¿Entonces vas a venir conmigo?

—Por supuesto. Alguien te tiene que cuidar de ti misma.

—¡Ay, por favor! Ya, vete a dormir, chamaco feo.

—Son las seis de la tarde, todavía hay sol.

—Vampiro, día, duermo.

—Ah, sí, claro. Eres vampiro cuando te conviene.

—No, siempre lo soy.

—No deberías permitir que Wilson se vaya.

—¿Por?

—Por... —titubeó—. Es un buen empleado.

—¿Es eso, o lo quieres arrojar como canica por las escaleras cuando te enojes?

—Dijiste que no lo volverías a mencionar.

—Awww, mi bebé tiene remordimientos.

—La gente normal los tiene. Quiere decir que no soy un psicópata.

—La gente normal no existe. Fuera de aquí, tengo un extraño que contactar.

Gil salió de la habitación, cerró la puerta y ella se acomodó para dormir.

No sabía mucho de Escocia, ni siquiera de Irlanda. Pero de manera irremediable, todo la empujaba siempre hacia aquellas tierras. Tal vez porque era cerca de su lugar de nacimiento, así no lo recordara. Era una bebé de apenas semanas de nacida, cuando sus abuelos se la robaron a su padre y se la llevaron a los Estados Unidos.

Tenía mucha curiosidad por conocer a ¿Cuál era su nombre? John, como su abuelo y el abuelo de Edward, pero lo demás...

Gruñó frustrada al no recordarlo.

—Vamos, obrero escocés de Edimburgo recién revivido, ven a mí...


Jean Philip intercepta a Wilson al verlo con una maleta a punto de salir por el portón.

—¿A dónde vas?

—A casa.

—Pero esta es tu casa, Fred.

—No, te equivocas. En esta casa yo no pinto nada —afirmó con tristeza.

—Vamos, Wilson ¿Acaso no recuerdas lo que te dije? No puedes irte.

—¿Ah no? ¡Mírame!

—Ok, ok, al menos cuéntame por qué estás tan molesto ¿Tuviste problemas con madame?

—¡Tuve problemas con ella desde que se apareció en el pantano y acabó con la mitad de mi familia! ¡Tuve problemas cuando me arrancó la maldita pierna y me fue a matar al hospital!

—Yo te voy muy vivo.

—¡Tuve problemas, desde que su maldito hijo me convirtió en esto que soy ahora!

—Tranquilo. Mira...

—¡No, Jean Philip, nada me hará cambiar de opinión! ¡Todo es una locura en este lugar! ¡¿Cómo es que nadie viene con antorchas para quemarlo todo?!

—La gente adora a madame. Ella mantiene este lugar limpio y tranquilo. Hay gente que dona su sangre voluntariamente como una ofrenda para ella. Así de importante es.

—¡Sí, porque el sol les ha freído el cerebro!

—Frederick, si estás aquí, esas protegido. Nadie que tenga dos dedos de frente se atreve a meterse con ella y los suyos. Y eso nos incluye a todos adentro de la casa.

—¡¿Me ves muy protegido, Jean?!  ¡Soy un jodido vampiro cojo!

—Fuera del perímetro de la ciudad, serás un «jodido vampiro cojo» y muerto. Hay cazadores y otros vampiros que te atacarán por deporte.

—Me arriesgaré.

—Cómo prefieras, pero no digas que no te lo advertí. Buena suerte, Wilson.

—Le dije que la amaba y me dio un montón de fajos de dinero.

—Cuánto sufrimiento el tuyo —Jean cruzó los brazos y lo miró asombrado.

—¡Yo no quería dinero! ¡Y ahora dice que se va a Escocia a ver a un tipo que ni siquiera conoce!

—¿A Escocia? —repitió fingiendo asombro.

—¡Sí ! ¿Soy feo, Jean Philip? —preguntó con un tono más tranquilo, pero que denotaba cierta tristeza.

—En absoluto.

—¿Entonces es porque estoy cojo? —pregunta casi al borde de las lágrimas.

—No lo creo. No lo sé. Wilson, tal vez ella no ha olvidado al señor Edward. Algunas mujeres no quieren a nadie más después de enviudar.

—Creí que sería todo diferente. Ya me voy. Gracias por todo.

—¿Te vas a ir así? ¿Sin un apretón de manos al menos? —le extendió su mano. Wilson dudó, pero al final aceptó la estrechó, lo que Jean Philip usó para atraerlo hacia sí y romperle el cuello.

—¿Por qué hiciste eso? —Preguntó Gil impactado que salió justo en ese momento.

—No puede ni debe irse, joven.

—¿Por?

—Porque es su reemplazo. Llévelo a dónde siempre —ordenó a los otros empleados que esperaban tras los árboles, fingiendo podarlos.

—Eres un sujeto lleno de sorpresas, Jean ¿Sabes que tú madame piensa ir de vacaciones a Escocia?

—Lo sé. Wilson me lo dijo.

—Tú lo sabes todo ¿Verdad? ¿Y qué opinas?

—Que las cosas van según lo planeado.

—¿Es él? ¿Ese hombre en Escocia es mi padre?

—No aún, pero lo será, pronto lo será.

Edimburgo, Escocia.

—John... John...

Brenda buscaba al delgado caballero de cabello largo  y expresivos ojos marrón que vio en sus sueños. Lo llamó varias veces.

John se levantó de la cama y su habitación estaba llena de una espesa neblina blanca que le llegaba hasta las rodillas. Bajó y toda la casa se encontraba invadida. Eso lo alarmó un poco y se colocó una gruesa bata de baño para salir al patio donde reinaba la misma situación. Se agachó un poco para oler la sustancia que temía, fuera algo tóxico.

No había ningún olor. De hecho, parecía solo vapor de agua. Se levantó de nuevo para mirar sobre la cerca. Igual, todo igual. Al dar la vuelta para entrar a su casa, la rubia con enormes ojos estaba frente a él.

—¿Estoy muerto otra vez? —preguntó alarmado.

—Espero que no. Eso arruinaría mis vacaciones.

—¿Por qué?

—Porque pronto iré a verlo, John.

—¿A mí? ¿Sabe mi nombre?

—Solo eso, John de Edimburgo. Lo vi en televisión.

—Oh, sí. John McDonald, «El Resucitado», así me llaman.

—Hasta pronto, John McDonald «El resucitado».

Eso lo hizo sonreír y esa encantadora sonrisa suya cautivó a la vampiresa, que desapareció de forma involuntaria.

Fue un sueño extremadamente vívido, por lo que John lamentó abrir los ojos esa madrugada y ver qué todo era normal a su alrededor. Aunque ahora se preguntaba si ese sueño era solo eso, un sueño, o de verdad había establecido contacto con tal belleza.

Fuere como fuere, esa experiencia le alegró la mañana y lo llenó de ilusión.

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