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La entrevista

Brenda se quedó mirando al extraño aparecido, pero cuando Edward estuvo a punto de decirle quien era, fue expulsado del sueño de manera violenta, sin embargo, la visión seguía ahí.

—Hola —saludó ella, esperando respuesta del extraño.

—¿Quién es usted? ¿Dónde estoy?

—Mi nombre es Brenda ¿Cuál es el suyo? -respondió en inglés.

—John, John McDonald...¿Qué lugar es éste?

—No lo sé, no puedo ver nada.

—¿Estoy muerto? Lo-lo último que recuerdo es estar tomando una ducha y... Eso es todo.

—No sabría decirle, escuché su voz llamándome y vine ¿Habla español?

—No.

—Hace un momento lo escuché hablarlo con claridad.

—Le aseguro que no sé ni una palabra en español. Bueno, tal vez dos.

El hombre miraba aterrado a su alrededor, se veía muy temeroso, sobresaltado. Pero no había mucho que ver, solo neblina y una luz muy potente. Jamás había estado en un lugar como ese y se cubría los ojos levantando el brazo para poder enfocar.

Brenda se acercó para intentar tocarlo, pero al hacerlo, el extraño y delgado hombre se desvaneció frente a ella.

Brenda despertó confundida. Estaba segura que lo había escuchado llamarla. Tal vez era el deseo de que Edward regresara lo que la tenía así. No quería aceptarlo, pero sí, lo deseaba, deseaba con toda el alma que su Edward regresara. Aunque hubieran pasado más de diez años, aunque pasarán siglos, su alma no tenía cabida para nadie más.

Lo estaba intentando con Charles; lo intentó con Wilson, pero ninguno la emocionaba, ni la ilusionaba como su amor eterno. Sin embargo, debía aceptar que Edward nunca volvería. Hubo un momento en el que creyó que Wilson hablaba con Edward, pero ahora solo creía que estaba mal de la cabeza. Después de todo, tantos golpes en los escalones, debieron tener consecuencias.

Edimburgo, Escocia.

Edward miraba por la ventana. Todas las casas eran tan irritantemente parecidas, como un Infonavit infinito. Había sol, pero no el suficiente y se aproxima van algunas nubes de lluvia en el horizonte.

—Deberías buscar un trabajo, muchacho —sugirió Will, aunque más que una sugerencia, parecía una orden.

—No voy a buscar ningún trabajo. No pienso quedarme mucho tiempo más.

—Sí, sí, ya me dijiste eso. Pero no veo que hagas nada por regresar a tu país.

—Mi país... —Repitió con una sonrisa nostálgica.

Aunque miraba en dirección a su vieja patria, en realidad la única que se le venía a la mente, era la otra, su paria adoptiva. Extrañaba México como nunca creyó.

—Muy pronto regresaré allá y estaré con mi familia. Yo no tengo que trabajar, Will. Tengo tanto dinero, que tal vez nunca se termine.

—Sí, lo que tú digas. El problema es qué, hasta que puedas gastar algo de ese dinero que dices que tienes, podrían pasar años.

—No, te aseguro que no. Estoy trabajando en eso.

-—¿Durmiendo?

—Sí, Will, exactamente así, durmiendo.

Edward negó con la cabeza en silencio, preguntándose cómo lo aguantaba su hijo. Podía llegar a ser sumamente molesto.

El timbre sonó. Un auto que reconoció se estacionó frente a la casa.

—Abre.

—Ya voy, «amo» —Will gruñó mientras Edward se acercaba a la puerta para abrir.

—Hola ¿Te acuerdas de mí? —Dijo el sonriente reportero frente a él.

—Por supuesto.

—¿Y recuerdas que me prometiste una entrevista?

—Sí, por supuesto.

—¿Crees que podría ser ahora?

—No tengo nada que hacer. Disculpa ¿Cuánto alcance tiene el diario para el que escribes?

—El mundo, amigo. Es un diario en línea. Trabajo para el principal diario de Edimburgo, amigo.

—¡Perfecto! —exclamó contento.

—Muy bien, voy por mis cosas y regreso en un minuto.

—Todo el mundo creerá que enloqueciste, John y nadie te tomará en serio. —sentenció William desde su lugar en el sofá— ¡Serás el hazmerreír de la ciudad!

—No me me importa todo el mundo, solo me importan unas cuantas personas. La correctas.

El reportero regresó casi igual que como se fue y sacó algunos pequeños aparatos de su chaqueta, mismas que colocó sobre la mesa de centro. El hombre que lo acompañaba colocó otro par. Uno que parecía un tripié y un aro brillante con una mampara detrás.

—Es para iluminar las tomas —informó quien parecía ser parte del equipo.

—Bien, pongámonos cómodos ¿Cuál es tu nombre?

—John Henry McDonald —respondió Will ante el titubeó de Edward.

—¿Qué edad tienes?

De nuevo, Edward miró a Will en busca de una respuesta.

—Cuarenta y siete —respondió de mala gana.

—¿Hay algún problema?

—Yo... Aún estoy confundido con algunas cosas.

—Era de esperarse. Deberías revisarte otra vez, podrías tener algún daño neurológico ¿Tienes idea de cuánto tiempo estuviste en la morgue?

—No.

—Casi un día completo —intervino el anciano y vio a Edward con tristeza y un poco de rencor.

—¿Cómo ha sido tu vida desde entonces, John?

—Tranquila, muy tranquila.

-—¿Has notado algún cambio?

-—¿Qué clase de cambio?

—Orgánico, mental... Espiritual. Después de todo, estuviste en el otro lado casi un día.

Edward pensaba con detenimiento sus respuestas y esperaba que Will no dijera nada sobre lo que había visto y escuchado.

—No, todo parece estar bien —respondió mirándolo.

—¿Seguro? —indagó el reportero—. Lo digo porque te noto muy confuso, preocupado.

—No, no, estoy bien.

—Entonces, cuéntame cómo es el más allá. La gente quiere saber.

—No hay nada. Oscuridad, silencio, no hay nada...

Will se removió en su asiento y miró hacia donde estaba el cuerpo reanimado de su hijo.

—John... —pronunció William observándolo con detenimiento, sintiendo un escalofrío al mismo tiempo que unas incontrolables ganas de llorar.

John lo miró, miró al reportero y salió corriendo de la casa completamente aterrado.

🌟🌟🌟🌟🌟

Brenda no podía dejar de pensar en el hombre de su visión. Tan alto, tan delgado, con esa mirada inusualmente profunda y a la vez, tan triste. Se veía confundido, hasta temeroso. Se levantó de improviso para buscar un papel y un lápiz o bolígrafo e intenta reproducirlo en un dibujo.

Cabello un poco largo, barba, ojos grandes y expresivos, nariz fina, labios delgados, aunque el inferior tenía una forma peculiar. Iris marrones, cejas pobladas en forma de arco y un poco despeinadas... Recordaba muy bien los detalles de ese rostro, su voz un poco rasposa y esas adorables pequitas bajo sus ojos. Lo curioso es que no sabía que le gustaran las pequitas hasta que las vio en él. Y su acento, un acento muy familiar pero que no parecía americano.

Gil se acercó caminando de puntillas, le gustaba sorprenderla de vez en cuando, pero el sorprendido fue él cuando reconoció al hombre que ella estaba dibujando.

—¿Quién es? —preguntó el chico, entre sorprendido y curioso.

—Ese es el problema, Gil, no lo sé.

—¿Entonces por qué lo dibujas?

—Porque lo vi en un sueño. Hablé con él.

—¿Puedo ver?

—Sí, por supuesto —le extendió la hoja y él la tomó para analizar el rostro del hombre plasmado ahí.

Gil se dejó caer en la silla y mirándola le confesó:

—Yo también lo vi —confesó sin apartar la vista de la imagen—, anoche, en mi cuarto. Y yo no estaba dormido.

—¿Quién crees que pueda ser?

—No tengo idea. Sé qué es lo que quieres oír, güerita, pero si fuera él, creo que nos lo dejaría muy claro. No le gustaban los misterios ni los rodeos, siempre era muy directo.

—Sí, lo era —sonrió nostálgica.

🌟🌟🌟🌟🌟

John había corrido mucho desde que salió de casa y aunque el reportero intentó encontrarlo, no lo logró. Ahora no sabía dónde estaba, no lograba reconocer nada. Tiritaba de frío oculto entre un matorral y una banca.

Belél decidió manifestarse en una forma familiar para él, con tal de que no se asustara más.

—No tengas miedo, cariño, todo está bien. Ven conmigo...

Una hermosa mujer rubia rodeada de luz se presentó ante él. La conocía, la había visto antes aunque no recordaba bien dónde.









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