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La crisis

La sangre de vampiro se le estaba acabando, al menos la que pertenecía a su abuelo August. Decidió consumir un poco menos de la dosis habitual, pero le preocupaba que no fuera suficiente.
Edward lo observaba y notó que se estaba habituando al sabor de la sangre y ya casi no le hacía gestos al beberla.
Viendo como se interesaba y observaba a los empleados de la casa, mostrando un interés auténtico, pensó que su chico estaba listo para recibir su regalo. Aunque se sintió un poco culpable de habérselo dado primero a Wilson que a él, su legítimo dueño.
Era tarde y debía llegar a la facultad, así que tomó su mochila y se la colocó en la espalda para salir a toda prisa.

Que te vaya bien, hijo.

Gracias, papá —respondió el joven, quien podía escucharlo en ocasiones, pero no estaba seguro de que eso fuera real. De cualquier forma, le gustaba imaginar que así era.

—¿Te vas sin comer? —Preguntó Brenda al verlo corriendo hacia la salida.

—¡Ya no alcanzo, güera, ahí la vemos al rato!

Ya casi iba en la puerta cuando se regresó y le dio un beso a Brenda en la mejilla. Sorprendida, sonrió y Gil salió corriendo a subirse al carro.

—Métele nitro, Jean, porque voy bien tar... —la frase quedó incompleta al levantar la vista y ver los ojos de Wilson en el retrovisor.

Todo lo que iba bien en esa mañana se desvaneció cuando vio a Frederick en lugar de la siempre agradable y sonriente mirada de Jean Philip.

—Buenos días, joven Gil.

—¿Dónde está Jean Philip?

—Pidió permiso por unos días.

—Pues ya qué...Métele gas, mijo, ya oíste que voy tarde.

—¿Perdón?

—¡Qué te apures, wey!

—¿Que por favor qué?

—¡Hijo de tu...! Ya, se me hizo tarde, ya no llegué ¿Podrías arrancar ya, por favor?

—Por supuesto, joven.

Gil intentó subir el vidrio de en medio, pero parte de las muletas de Wilson impedían que lo hiciera.

—Disculpa, ¿podrías quitar esas cosas de ahí?

—Lo siento, no puedo, no caben de otra forma.

—Deberías cambiarlas por unas más chicas.

—Sí, debería.

—¿Qué pasó con la prótesis?

—Hoy tengo cita, pero eso lleva tiempo.

—Me pasas la cuenta cuando esté lista. De todo.

—La señora ya se está encargando de eso.

—Ella no tiene por qué hacerlo, fui yo quien te empujó, no ella.

—Está bien, como prefiera.

Gil no se sentía seguro con Wilson y se agazapó tras el asiento del conductor para destapar el tubo con sangre y darle otro trago hasta terminárselo. Frederick se puso nervioso al oler aquello y se convirtió mientras estaba esperando que la luz cambiara.

Una señora lo vio y gritó. Frederick subió el cristal polarizado y apretó tanto el volante, que le rompió la parte donde estaba sujetando dejándolo como de auto de carreras.

—¡¿Qué hace, joven?!

Preguntó nervioso, casi angustiado. Gil se dio cuenta de su torpeza y temió lo que pudiera pasar, aún con la sangre de vampiro dentro de él.

—Me corté, wey, cálmate. Ey, respira, lento y pausado, inhala, exhala varias veces...piensa en algo bonito que te haya pasado.

Pero estaba deteniendo el tráfico y los cláxones lo estaban poniendo muy nervioso.

Gil bajó del auto y abrió la puerta del piloto para poner las preventivas en lo que Frederick salía de su crisis.
Los autos empezaron a rebasarlos por un lado y el ruido disminuyó.

Wilson intentó morderlo, sujetándolo fuertemente.

—¡Bebí sangre muerta!

—¡No me importa!

—¡Te va a importar en tres segundos!

Fred soltó a Gil, quien entró a la parte de atrás y sacó de un compartimento posterior al asiento, una botella con sangre de las que Jean Philip le había dicho que siempre llevaba para las emergencias. La abrió de prisa y se la entregó.

—Toma...yo sé que no es suficiente, pero servirá mientras consigues más.

Arrebatándole la botella por la desesperación, se la bebió en segundos.

—Sigue respirando, Willy, sigue respirando...

Una patrulla se detuvo a un lado y el oficial que descendió de ella tocó la ventanilla con los nudillos. Wilson, ya vuelto a la normalidad, bajó el vidrio.

—Buenos días, señor ¿cuál es el problema?

—Falla mecánica, pero ya está bien, todo controlado.

—Tiene manchada la cara —señaló el policía. Wilson se miró y se limpió con el reverso de la corbata a falta de otra cosa.

—¿Seguro? ¿Puede seguir así?

—Si, me orillaré hasta que la grúa llegue. Muchas gracias.

—Ok. Entonces que tenga buen día, joven.

—Gracias.

Gil, avergonzado por su error de principiante, no dijo nada el resto del camino. Claro, ya que el patrullero se había marchado y él por fin pudo llegar a la universidad.
Wilson tenía sentimientos encontrados respecto al "crío" como él le llamaba. Había actuado muy bien resolviendo la crisis que él mismo provocó. Casi estaba orgulloso, aunque no estaba seguro de sí su molestia era mayor que su orgullo. Y era raro, puesto que el mocoso era detestable la mayor parte del tiempo, pero tenía mucho interés en ganárselo.

Frederick regresó a la casa y Jean Philip lo recibió curioso.

—¿Y qué tal?

—Todo bien —sonrió, respondió y le entregó las partes del volante que rompió.

—¿Qué es esto?

—Es el volante, tuve un pequeño accidente.

Jean Philip se quedó con los pedazos y muchas preguntas, pero Wilson se metió a su cuarto a descansar.

En realidad, Wilson se había puesto de acuerdo con Jean Philip para ser él el que se encargara ese día de llevar a Gilberto.
Pero nada lo preparó para lo sucedido esa mañana. Le asombró la forma en la que manejó todo, justo como Edward le había aconsejado hacer, en su escrito.
Recordó el libro y lo sacó del cajón para repasarlo y seguir aprendiendo.

"SOBRE LOS INSTINTOS
Sé que has sentido esos impulsos, recuerdo muy bien el incidente con el ave y tu compañerito del colegio.
No puedo decirte a ciencia cierta el porqué de ello y créeme que fue una sorpresa para mí saber que tú también los tenías siendo tan pequeño y sobre todo, siendo humano todavía. Te confieso qué hay muchas cosas que no sé, pero te aconsejo, no, te ruego que los reprimas mientras seas humano y por lo tanto, vulnerable. Tú lo sabes, podrían traerte muchos problemas.

Ahora bien, suponiendo que seas ahora un vampiro —sigo sin acostumbrarme al término, me sigue pareciendo absurdo— entonces, puedes dar rienda suelta a lo que sientes. Ya no hay razón para detenerse, pues el instinto nos indica lo que debemos hacer, a quienes y hasta cómo.
Creo que tus habilidades, heredadas seguramente de tu madre —Emily Rose, por supuesto—, serán de gran ayuda en tu labor.

Olvida de momento las implicaciones filosóficas y morales, el instinto es demasiado fuerte para ignorarlo. Puedes hacerlo, puedes intentarlo si así lo deseas, pero te confieso que yo nunca lo logré".

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