Jazmin
John estaba demasiado ebrio para reconocerla en ese momento. Lo único que le interesaba era volver a casa rápido. Su padre le reclamaría por días el haber salido un par de horas a distraerse.
Brenda sonrió y pasó el brazo de él sobre su cuello para ayudarlo a llegar al auto. A falta de Jean Phillip, quién todavía no llegaba, tuvo que hipnotizar a un ciudadano casi al azar para que hiciera de chofer.
Esperaba que no vomitara dentro del vehículo. Cuando intentó meterlo adentro, golpeó su frente contra el borde de la puerta.
—¡Ay, perdón!
John cayó en el asiento, ella dobló su piernas y cerró la puerta. Estaba tan emocionada. Subió en el asiento de enfrente y dio indicaciones al chofer para llevarlos al hotel donde se hospedaba.
En casa, Will no dejaba de marcarle a su celular, pero éste se había caído cuando lo metió al taxi. Esa noche no durmió por el terror de que su hijo por fin se decidiera a abandonarlo.
Fue una enorme sorpresa para Gil ver a Brenda llegar con un hombre desmayado en brazos, con una enorme sonrisa. Con cuidado lo depositó en la cama.
—¿Trajiste cena solo para ti, egoísta?
—No es mi cena. Míralo.
—Ni sangre ha de tener este wey. Te hubieras buscado un gordito lleno de haggis.
—¡No es mi cena, Gilberto! Míralo y dime que el destino no existe ¡Es él, Gil, es él!
—¿Él, quién?
—El hombre al que vine a buscar ¡Es John!
El chico lo sabía, lo reconoció de inmediato, pero no quiso dar su brazo a torcer. Le molestaba tanta emoción de su parte. Cómo si el flaco ese fuera la gran cosa. Sin su padre adentro, para él, ese tipo no valía nada.
Poco antes de que Belél lo encerrara de nuevo, Edward logró avisar a Gil. No pudo decir mucho, solo que regresaría en cuanto pudiera y que cuidara a su madre. Por lo visto insistía en ese asunto. Gil no podía ver a Brenda cómo su madre y tampoco quería.
—¿Y qué? —dijo el muchacho finalmente y sin una pizca de emoción— ¿Qué harás? ¿Secuestrarlo? ¿Convertirlo? ¿Casarte con él?
—No... No sé. No lo he pensado. Primero que nada, esperar que se le pase la borrachera.
Frederick se metió a bañar. Era emocionante ver su pie completo de nuevo después de varios años. Por ahora descansaría, pero su próximo paso iba a ser rumbo a Escocia.
Brenda siempre había sido excesivamente generosa con el dinero y por ello, Wilson había logrado amasar una pequeña fortuna, misma que le permitiría viajar y vivir holgadamente durante un buen tiempo.
Qué ironía qué, esa misma generosidad, fuera el instrumento de su propia destrucción. La suya y la de cualquiera que estuviera a su alrededor. Sobre todo, la de ese bastardito suyo, a quien le tenía preparada una lenta dolorosa agonía.
Del Frederick humano y heróico que fue alguna vez ya no quedaba nada. Ahora solo había odio y despecho en él. Un odio que creció a la par de su pierna y que le hacía sentir sed de venganza.
¿Pero venganza de qué? ¿Acaso no tenía ya lo que quería? ¿No era un hombre completo de nuevo? Podía volver a hacer su vida como quisiera. Regresar al servicio en la Policía... Pero no, eso ya no lo llenaba, ya no le importaba.
En si mente solo estaba ella y los desprecios que sufrió. Ella y su lástima disfrazada de generosidad. Ella, todo el tiempo. Y el dolor de su rechazo, de su crueldad. De sus burlas por no ser el asesino que le pedía ser. Pues bien, ahora lo era y le llevaría una ofrenda para demostrárselo.
Regresó a la casa Green y afortunadamente, el cuerpo de Jean Phillip seguía donde lo dejó. Lo levantó un poco, solo para torcer su cabeza, arrancarla, meterla en una caja y llevársela.
Belél lo observaba mientras decidía si acabar con él ahí mismo o dejar que ella lo hiciera. Optó por lo segundo. Ahora se concentraría en buscar un cuerpo para acercarse a los Green. Debía estar lo más cerca posible de ellos, sobre todo ahora que Tadhiwe había alcanzado el descanso. Uno que tal vez ella nunca alcanzaría.
La mañana había llegado. Brenda cubrió a John con una manta y le apartó el cabello de la cara para verlo mejor. No podía dejar de sonreír y era raro. Pero estaba emocionada aún. Le parecía tan encantador.
John abrió los ojos y lo primero que vio fue una cara femenina incómodamente cercana a la suya. Muy sonriente, eso sí. Se levantó casi de un salto.
—Buenos días, John ¿Gusta un café?
—¿Dónde estoy? ¿Quién es usted?
—¿No me reconoces? Porque yo a ti sí. Ah, tal vez prefieras té, es lo que se usa aquí. No tengo, pero puedo pedirte uno.
—¿Qué hora es?
—Van a ser las nueve.
—¡¿Las nueve?! ¡Tego que regresar a casa! ¡Y tengo que ir a trabajar! ¡Por Dios!
—Tranquilo, señor, todo está bien.
—¡Usted no entiende! ¡Mi padre está solo! ¡La última vez que lo dejé solo, casi hace estallar el vecindario!
—Gracias por todo, pero tengo que irme.
—Está bien... Pero espere, déjeme acompañarlo.
—No es necesario.
—Por favor. Debo saber dónde encontrarlo después.
—¿Por qué?
—¿De verdad no me reconoce?
—No, ya le dije que no.
—Estás siendo rara, wera, déjalo en paz —dijo Gil saliendo del dormitorio, atándose los condones de la bata— Buenos días, John.
—Buenos días... ¿Cómo saben mi nombre?
—Anoche nos lo dijo —Gil abrió la puerta y John se escabulló rápido rumbo a la salida. Fue hasta que estuvo afuera que se dio cuenta que durmió en uno de los hoteles más caros de Edimburgo y ni siquiera se dio cuenta.
Belél se paseaba por la morgue de Edimburgo una vez más. Ahora que se le había pasado el coraje, pensaba en que, tal vez, exageró un poquito enviando a Edward a la prisión espiritual y ahora lo extrañaba. Pero su fuerza se agotaba y debía encontrar un buen cuerpo para reactivarse.
Fue hasta el quinto intento levantando sábanas, que encontró una buena candidata. Mujer afrodescendiente, joven, hermosa y sobre todo, fresca, sin intervenir todavía... Esa era la ideal.
—Jazmin... —leyó en la etiqueta.
Se elevó sobre ella en posición horizontal y solo se dejó caer adentro.
Unas horas después, «Jazmin» volvía a respirar.
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