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Intruso

Furioso, Wilson regresó a la recámara de Brenda en cuanto se recuperó de las heridas y los golpes, encontrándola cómodamente acostada en su cama.

—¡¿Esa es la bienvenida que me das?!

La irá en sus ojos la puso en guardia por unos instantes, pero no le agradaba ser dominada por sus emociones, así que decidió fingir una calma que no sentía.

—¿Esperabas otra?

—Creí que te alegrarías verme.

Se acercó, pero la sola mirada de ella lo desalentó y se detuvo. A veces era una criatura temible.

—¿Cómo por qué o que? —respondió ella con indiferencia—. Para empezar, si te metes a una casa que no es la tuya sin invitación, no puedes esperar que te den la bienvenida. ¿Y por qué me tuteas, igualado?

—Ya no soy tu empleado. No tengo por qué hacerlo. Ahora somos iguales.

Ella ríe sin sentir pizca de gracia.

—¡Quisieras, wey! ¿Me has estado siguiendo?

—Dijiste que vendrías a Escocia y bueno, no es muy grande que digamos, no fue tan difícil encontrarte. De hecho, fue más fácil de lo que pensé.

—Mejor vete. Jean Philip no tarda en venir, lo envié por algunas cosas.

—¿Jean Philip? —preguntó muy confundido.

—Por supuesto ¿Crees que vendría sin él? No puedo, es indispensable para mí.

Wilson se quedó pensando un poco acerca de lo que pudo haber sucedido, en qué pudo haber fallado. Recordaba perfectamente haberle extraído el corazón y de eso ninguno se salvaba.

Brenda lo observaba. El imbécil seguramente estaba repasando su crimen. Ella hacía un esfuerzo supremo para no convertirlo en tiras de carne ahí mismo. Además, tampoco deseaba manchar su hermosa decoración con la sangre de ese bastardo malagradecido.

—¿Y el chico?

—¿Gil? Con unos amigos.

—¿Tan pronto ha hecho amigos? Con lo antipático que es.

—Bueno, ya lárgate, quiero dormir.

—¿No vas a esperar a Jean Philip?

—No, vete.

—¡No me trates así!

—¡Entonces vete! —ordenó irritada.

—Wesley Johnson... —pronunció Frederick.

—¿Qué?

Conocía ese nombre, pero no entendía por qué el lo mencionaba.

—Wesley Johnson, has dicho ese nombre.

—¡Dije que te largues, eso dije!

—No, si no me lo pides de buena manera. Y si intentas lastimarme, me obligarás a olvidar que soy un caballero.

—Entonces vete por las buenas, porque si yo olvido que me quiero seguir portando bien...

—¡No me amenaces!

—¡Entonces no me provoques! Siempre te traté bien, Wilson y tú...

—¿Yo qué?

—Por favor, vete. Estoy muy cansada. Fue un viaje muy largo —cambió el tono por otro más amable.

—No tengo donde quedarme.

—Hay un hotel a unas cuadras. Aquí todo queda cerca.

—¿Y si me quedo aquí? Tengo ganas de saludar a Jean Philip.

—Haz lo que quieras, pero fuera de mi cuarto.

—Está bien.

¿Pero que pretendía ese idiota? Ahora se iba a dar cuenta de que estaba mintiendo acerca de Jean Philipe. 

Con las ganas que tenía de buscar a John para saborear otra vez ese apetitoso cuellito de cisne y ahora con ese bulto ahí en la sala, no podría, sería peligroso para él.

Movió el tocador para cubrir la ventana rota, ya que empezaba a nevar, maldiciendo su suerte.

Abajo, Wilson sonreía. Aunque le intrigaba que el nombre de Wesley Johnson no dejaba de repetirse en su cabeza cómo un disco rayado. Solo eso, ese nombre y apellido una tras otra vez.

—¡Basta! —se cubrió los oídos, pero iba a ser un esfuerzo infructuoso porque aquello venía del interior de su mente.

Molesto, se levantó y salió de la casa. Fue entonces que advirtió que el volumen de la voz que repetía ese nombre, disminuía. Entró a la casa otra vez e inmediatamente aumentó al grado de ser insoportable.

Al vez el antiguo propietario de esa casa se llamaba así y no lo quería ahí adentro. No tuvo más remedio que irse. De sobra sabía cuán fastidiosos llegaban a ser algunos espíritus.

🌟🌟🌟🌟🌟

La casa Green se veía desolada. Todos los muebles estaban cubiertos, tal como los habían dejado los empleados antes de irse. Incluso los cuadros de la entrada estaban cubiertos. Creyó que Brenda se los llevaría a su nueva casa, pero al parecer, ni siquiera el recuerdo de su padre tenía cabida ya en su vida.

Su padre no había vuelto a contactarse con él y necesitaba con urgencia tener noticias de él. Lo habría reconocido incluso en ese cuerpo escuálido y larguirucho, pero no estaba ahí. Solo era ese hombre y nada más.

También estaba un poco dolido porque ella decidió irse sin importarle lo que sucediera con él. Eso valían sus promesas, nada. Le habría gustado que pusiera un poco más de empeño, que le rogara un poco, que se notara el interés que juraba tener en su bienestar. Pero no, se largó con el flaco ese y ya. Claro, seguramente no querría un recordatorio con patas de su pasado, si lo que pretendía era iniciar un nuevo romance.

Katherine tenía razón. Estaba enfermo, obsesionado con la vida de su padre. Una de ellas.

🌟🌟🌟🌟🌟

Aunque no lo admitiera, cada día que pasaba, John estaba más obsesionado con la rubia. Ni su nombre recordaba —y era raro, ya que solía ser muy bueno con los nombres—, pero daba igual, no se la podía quitar de la mente tornando su temor inicial, en un ardiente deseo que lo asaltaba a cualquier hora y en cualquier lugar.

Fue entonces que pensó en que, si las leyendas acerca de vampiros eran ciertas, tal vez podría llamarla con el pensamiento, así que lo intentó. Aunque no estuviera seguro si funcionaría de humano a vampiro o solamente al revés.

Salió del camino de las cámaras, cerró los ojos para concentrarse detrás de un anaquel inmenso que llegaba casi hasta el techo.

Evocó su imagen, sus ojos y hasta su voz, esperando que aquello bastara.

Emily Rose... —pronunció una voz femenina muy cerca de su oído derecho. El problema era que estaba solo en el almacén a esa hora.

Emily Rose Walters —insistió la voz, pero ahora en el otro oído y eso, basto para que se apresurara a salir de ese lugar.

—¿Me buscaba, John? —preguntó la rubia en cuestión frente a él.





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