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Hogar, dulce hogar.

Con la promesa de reprogramar la entrevista para otro día, el amable reportero se despidió de ambos y se marchó, dejándolos solos en medio de una atmósfera enrarecida, incómoda.

John solo se limitaba a mirar a su padre de forma extraña sin decir nada.  Will lo miraba ansioso, como si quisiera que le dijera algo, tal vez que estaba feliz de volver, o que lo había extrañado. Pero no lo hizo, solo se levantó ignorándolo, suspiró hastiado y subió a su diminuta habitación.

Todo estaba igual que siempre, igual que como lo dejó. Sus libros en la repisa, la colección de discos, las fotos de su única ex. Abrió la puerta del armario y fue cuando notó la diferencia. Su ropa, que solía estar ordenada de una manera específica, ahora parecía exhibidor de una tienda, con cada prenda cuidadosamente doblada y ordenada por color. Sus zapatos relucientes, acomodados en la parte de abajo y su cama tendida a la perfección, como si de un cuartel militar se tratara.

¿A quién metió a su cuarto mientras no estuvo? ¿Acaso fue capaz de rentar su habitación cuando su cadáver aún ni siquiera terminaba de enfriarse? Furioso, bajó de nuevo para interrogar a Will.

—¿Quién ha estado en mi cuarto? ¿A quién metiste mientras no estaba?

—A nadie ¿Por qué?

—Mis cosas no están como las dejé.

—¿No recuerdas nada?

—¿Recordar qué?

—Nadie ha estado aquí, hijo. Nadie más que tú.

—¡No mientas! ¡Mira, yo no sé, pero dile a quien sea que se largue!

—John...

—Yo pago casi todo en esta casa y a partir de ahora, soy quien pone las reglas ¿Me entiendes?

Will estaba asustado. Nunca se había atrevido a hablarle de esa forma.

—John, tienes que saber algo.

—¿Qué?

—Sí estuvo alguien aquí —confesó—, se llama Edward, Edward Green y es un irlandés que...

—¡No me importa quién sea, se va a largar de aquí!

—Ya se fue, no te preocupes. Me alegra que hayas vuelto, hijo.

—A mí no.

John subió de nuevo a su cuarto para cerciorarse que ese tal Edward no se hubiera llevado nada de sus pertenencias, pero se llevó un terrible susto cuando una entidad con forma humana, aunque sin rasgos visibles, estaba sentada una esquina de su cama.

—¿Quién eres? —cuestionó a la entidad pero no obtuvo respuesta— ¿Qué eres? —insistió.

La entidad, que hasta entonces tenía la cabeza vuelta hacia la ventana, lo vió, aunque era difícil saber si en realidad lo hacía, ya que en su cabeza hecha de humo, no había ojos, o nariz, o boca. Era azul claro, parecía estar hecha de vapor de agua.

No parecía representar peligro, sin embargo, lo mantenía expectante ante cada movimiento.

El ser parecía estar hablando, gesticulaba con las manos cambiando de postura, pero no podía escuchar nada de lo que decía. De improviso se puso de pie y se dirigió a la puerta, atravesando a John.

Un golpe semejante al de las olas y algo de electricidad que le erizó los vellos, fue lo que sintió y al mirar hacía la escalera, se desintegró frente a sus asombrados ojos.

No sabía que era, pero esperaba nunca volver a ver a esa cosa.

Recordó haber visto un documental en el que gente que había experimentado la muerte y como él había regresado, relataba haber tenido experiencias paranormales o espirituales después. Entonces le parecieron patrañas, pero en visto de lo que acababa presenciar, ya no le pareció tan descabellado.

¿Pero esa cosa era capaz de hacer daño? ¿Qué era exactamente?

Cuando bajó de nuevo el ente estabas sentado frente a su padre y él parecía estar conversando con eso.

—Ten paciencia, Will y pórtate bien con él. Va a necesitar mucho apoyo.

—¿Vas a volver?

—No lo sé. No creo que pueda llegar a un acuerdo con tu hijo, no parece entender lo que le digo, pero lo intentaré.

—¿Y si no?

—Buscaré otro cuerpo.

—Empezabas a agradarme, muchacho.

—Creí que era todo lo contrario.

—Soy un viejo gruñón. Edward, nunca sabrás qué me agrada y que no  ¿Esa es tu verdadera cara, irlandés?

—¿Edward? —repitió John en su mente, asombrado.

—Sí, esta es —contestó Edward.

—Eres muy apuesto. Muchísimo.

—Lo sé  —bromeó y ambos rieron.

—Él también lo es, pero se ha descuidado mucho —aclaró Will ¿A dónde vas a ir ahora?

—No lo sé.  Pero no te preocupes por mí, estaré bien y tal vez no sea la última vez que hablemos. Hasta luego, Will. Gracias por tu hospitalidad.

John no sabía que pensar al ver esa escena. Era todo tan extraño, tan temible. Al ver la entidad desaparecer, reunió el valor para bajar.

—¿Co-co-con quién hablabas? —indagó.

—Con Edward.

—¿El Edward del que hablaste?

—Sí.

—Esa cosa estuvo en mi cuarto hace un momento.

—No le digas "cosa". Su nombre es Edward y estuvo conmigo mientras tú no estuviste.

—Pobre. Supongo que vino a que se lo agradeciera.

—No, vino a despedirse. Seguramente te escucho hablar. Es una buena persona.

—No es una persona, es una cosa azul sin cara.

—¿Eso es lo que tú viste?  Yo vi un hombre. Así, como te veo a ti ahora.

—Esto es una locura.

—Lo sé. Pero es fascinante ¿No crees? Por algunos días, él estuvo dentro de ti.

—Espera ¿Qué acabas de decir?

—Qué Edward estuvo en tu cuerpo. Nadie se dio cuenta más que yo, pero desde el primer minuto lo supe.

—¿Y lo dices así?

—Se veía como tú.

—Pero era un extraño. Pudo hacerte daño.

—A mi edad, y solo, ya no hay mucho que perder. Me habría hecho un favor. Sé que no he sido el mejor padre estos últimos años, pero te extrañé, hijo.

—Dudo que lo hayas hecho, ya que dejaste entrar un extraño para reemplazarme.

—John...

—De cualquier forma a ti te agrada más cualquiera que no sea yo ¿Pero que crees? Volví y no pienso irme. Y si no te gusta, puedes ir a un asilo.

Los ojos cansados del anciano se humedecieron. John regresó a su habitación para acomodar sus cosas como las tenía.

Había mucha rabia en su interior. Rabia contra su padre, rabia contra el usurpador y rabia con él mismo.

¿Dónde estuvo? ¿Por cuánto tiempo? ¿Por qué volvió? Y lo más importante de todo:  ¿Para qué?





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