Cada día, Gilberto pensaba con más frecuencia en convertirse. No porque quisiera, sino porque consideraba que no había otra opción. Emily estaba agotada, deprimida, pero continuaba haciéndo su labor por deber.
Quería ayudarla, merecía descansar. También intuía que el tal Charles Walters representaba un peligro para ambos. Además, el hecho de no poder ver nada respecto a él, lo ponía todavía más en alerta.
Mientras pensaba, miraba el retrato de su padre que adornaba el recibidor, como si al hacerlo, fuera a recibir la respuesta que esperaba para su predicamento.
Y es que transformar así su vida y su organismo no era algo fácil de decidir. Amén de que se convertiría en un depredador, en un asesino de tiempo completo.
Cómo respuesta a tan profundas cuestiones, una visión cruzó su mente y le mostró un camino. El camino rumbo a la sala de operaciones secreta que su padre utilizaba para sus prácticas, a donde llegó en medio de un trance, como si hubiera sabido toda la vida donde se localizaba; cuando ni la propia Emily recordaba siquiera haber estado ahí después de pasar ochenta y cuatro años dormida adentro.
En lo que había sido la oficina de su padre, detrás de un librero, estaba la entrada secreta que daba a un túnel, el cual no era muy largo, pero si algo angosto y alto. Al tocar la pared, Gil rió al ver a Edward enojado discutiendo las especificaciones de la obra con el constructor. Su padre era muy temperamental en ocasiones, y cuando enfurecía, gesticulaba como un italiano y revolaba cosas. Era gracioso porque él siempre lo miraba tranquilo, contenido, controlado.
El joven siguió su camino hasta llegar al lugar que vio en su mente. Había ahí una plancha y sobre la plancha, una caja de cristal hueso, unido por juntas metálicas, del tamaño de una persona. El vidrio estaba cubierto de polvo, al igual que el resto de las cosas en el lugar.
Había en una esquina, un perchero de latón del que prendían una bata que solía ser blanca y un sombrero café. Emocionado, olvidando su don, se colocó ambos y pasó la mano al cristal de la vitrina para verse con el atuendo. Sonrió complacido al ver lo mucho que se parecía a su héroe. Entonces, una nueva tanda de horribles visiones lo tomó por sorpresa.
En ellas vio a Green haciendo disecciones en hombres vivos y despiertos, que se retorcían de terror y dolor mientras permanecía atados hasta que morían de paro cardíaco. Quiso pensar que esos sujetos lo merecían y por eso estaban ahí, pero aún así, era grotesco y cruel.
Se quitó la bata y el sombrero y los colocó donde estaban.
Agotado, como lo dejaban siempre esas visiones, decidió salir de ahí, pero un mareo lo hizo recargarse en el ataúd cristalino.
Un hombre rubio y alto, cargaba en sus brazos un cuerpo al que le hacía gestos. Al parecer el cuerpo ya no estaba en buenas condiciones, pero aún asi, lo metió dentro de la caja y la cerró. Ver la transformación del cuerpo lo maravilló, lo aterró y lo conmovió hasta las lágrimas al mismo tiempo.
—Emily...
¿Por qué no confías en mí? Si yo te digo que tú madre está bien, es porque lo está —reclamó Lorraine a Edward, quien estaba contemplando el lugar donde se encontraba la barrera invisible.
Había caminado largo trecho y parecía no terminar. No podía asegurar que Diane se encontrará del otro lado aunque era un pensamiento recurrente. Parecía solo un cristal muy grueso, pero las ocasiones en las que arrojó objetos y piedras contra ella, se hacían pedazos. Ni siquiera puso atención a lo que la bruja decía.
—¡Edward, te estoy hablando!
—¿Qué demonios es ésto, Lorraine? ¿Un espejo? ¿Vidrio?
—Es energía concentrada de miles de brujos a lo largo de varios siglos.
—¿Cómo una cárcel de máxima seguridad?
—Sí, para seres mágicos. A prueba de cualquier hechizo o magia negra.
—Pero yo ya no soy un vampiro, Lorraine. Debería estar, no sé, solo muerto, o en el infierno.
—No cuestiones a los Grandes Maestros.
—¿Y quienes son esos "Grandes Maestros"? ¿Una bola de asiaticos pelones con bata naranja y una flecha tatuada en la cabeza?
—Son gente de todos lados del mundo, de muchos rincones, no solo monjes budistas, por dios... Cristo era uno de ellos —explicó.
—Nunca fui muy religioso. A pesar de mi abuela, una fiel católica irlandesa ¿Podré verla algún día?
—¿A tu abuela?
—Tambien. A Diane. Es que, nadie me ha hecho un juicio, ni me ha enviado un abogado, ni me han dicho cuanto debo permanecer aquí. No es que me queje, sé que podría ser peor. Pero necesito saber.
—Yo soy todo lo que necesitas saber, Edward J. Green. Pero debes confiar en mí. Y si te da la gana verme así, yo soy tu abogada. Yo solo quiero tu bien.
—¿Ah si? ¿Y por qué?
—Porque yo te conozco desde hace mucho tiempo, pequeño.
De pronto, de ser una delgada y misteriosa pelirroja, se transformó en una mujer de raza negra con peculiar y tradicional indumentaria africana.
—Tal vez no me reconoces ahora, pero yo he estado contigo desde el principio de tu alma. Para muchos he sido Lorraine, la maga celta, pero mi nombre verdadero es Belel, o como todos me conocían entonces, Yaya Mayombe.
Edward se quedó petrificado. Recordó lo que le dijo Jean Philip y también haberla visto antes, aunque no logró recordar dónde. La miró con insistencia.
No te esfuerces mi niño, solo confía, siempre confía. Belel no está en tu vida para hacerte daño. Ni a ti, ni a los tuyos. Belel protegerá a tu familia igual que lo ha hecho siempre.
—¿Me has engañado durante todo este tiempo, y pretendes que confíe en ti?
—No te he engañado, pues alguna también fui lo que viste. Creí que te sentirías más cómodo e identificado con esa versión mía.
—Yo no soy racista, pero si has estado siempre cerca, como dices, eso ya deberías saberlo.
—Lo sé. Solo quería que te sintieras cómodo, ésta indumentaria le resulta intimidante a muchos. Piensan que hago vudú y pico muñecos con alfileres.
—Llévame con Diane si quieres que confíe en ti, llévame con mi madre.
Sacó de entre sus pechos una bolsa de terciopelo azúl marino, introdujo los dedos y sopló un polvo opaco en su cara. Edward estornudó, se cubrió la cara y a los pocos minutos se desmayó.
Gil se repuso de ese repentino ataque emocional y se secó las lágrimas y los mocos con la manga de su camisa. Estaba a punto de salir cuando vio unos tubos de cristal detrás del vidrio de la vitrina, misma que abrió para apreciar mejor lo que estaba dentro.
Tubos de ensayo sellados en una base de madera. Obviamente se trataba de muestras de sangre. Algunas ya estaban secas, pero otras parecía como si las acabaran de tomar. Quitó con el dedo más de un siglo de polvo de la etiqueta y se emocionó al leer lo que decía.
—"Edward J. Green". Es... ¡Es sangre de vampiro! —Estalló entusiasmado.
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