Familia de amor
—Ahora es un buen momento para salir de mi cuerpo —dijo Fred asustado por la horrible sensación que la posesión le producía.
—Solo déjame tocarla...
—¡Edward, sal de ahí! —Ordenó Belel con autoridad.
Hincado junto a su cuerpo, Edward acercó la mano de Fred para tocar la cara de Brenda.
—Emily...te he extrañado tanto...
Justo cuando estaba a punto de hacerlo, la bruja lo sustrajo fuera del cuerpo de Wilson y lo lanzó a su celda mística.
Frederick tardó un tiempo en recuperarse de ese evento, mucho más que la vez anterior. Le molestaba mucho que el fantasma lo ocupará sin siquiera pedirle permiso o disculparse por los inconvenientes, ya que después de todo, era una invasión y las secuelas iban más allá de solo unas cuantas molestias.
Se dejó caer junto a ella. No podía hacer otra cosa, estaba física y emocionalmente agotado. Devastado. Los sentimientos de Edward habían quedado impregnados en su alma y solo tenía deseos de llorar.
En su celda mística y vegetal, Edward estaba enloquecido, furioso, lleno de rencor y con muchas ganas de vengarse de Gil.
Belel lo observaba. Le dolía verlo así, pero no había otra forma de que aprendiera a no poseer cuerpos sin permiso. Sin embargo, no era un castigo impuesto por ella, sino por la ancestral ley de las almas.
Ningún ser incorpóreo puede ocupar un cuerpo que no le haya sido otorgado para el propósito sin previa autorización, so pena de un doloroso castigo espiritual, tal como el mismo Green ya lo estaba experimentando.
Si bien Frederick por herencia tenía habilidades de mediador espiritual, un incorpóreo siempre debía pedir autorización antes de ocupar su cuerpo, ya que eso extraía una enorme cantidad de energía. Por ello, solo los entes demoníacos se aventuraban a hacerlo y aún para, ellos había consecuencias. Además estaba los residuos emocionales, como los que Edward estaba sufriendo.
Decidió que debía dejarlo ahí hasta que aquello pasará o podía acabar lastimando a su hijo en un arranque. Belel recurrió una vez más a su saquito de terciopelo y sopló los polvos en la cara de Green para hacerlo dormir.
Tirados en el pasto seco, una desmayada y el otro demasiado cansado para levantarse, Frederick pensaba en todo lo que había estado sucediendo en su vida desde aquella noche en el pantano. Todo tan inverosímil qué, si se lo contara a alguien, pensaría que estaba loco. Pero toda su existencia había sido una situación fuera de toda lógica.
Si bien era muy pequeño cuando fue adoptado por los Wilson y no recordaba casi nada de su infancia antes de eso, desde muy niño sintió que no era como todos. Era un imán para el acoso escolar y los abusones, quienes lo torturaron hasta que Jonas lo enseñó a defenderse, tal vez cansado de ser su guardaespaldas.
Pero su naturaleza era pacífica y prefería anteponer la razón a la violencia.
—¡Ellos no quieren hablar, Fred, ellos solo quieren golpearte! —Le gritó un Jonas de catorce años, desesperado por su actitud tan pasiva.
—¿Por qué?
—¡Porque así son los humanos! Fred, tienes que aprender a defenderte, yo no puedo estar siempre contigo. Incluso, tal vez un día tengas que defenderte de mí ¿Si sabes por qué?
—¿Por lo que pasa del otro lado del pantano en luna llena?
—Exacto.
—¿Cuándo me pasará a mí?
—¿A ti? —Titubeó, no se atrevía a decirle que a él no le sucedería nunca— No lo sé. Pero te aseguro que no es algo que querrás que suceda. Duele, hermanito, duele mucho. El punto es, que necesitas saber tirar buenos ganchos y yo te voy a enseñar.
—Yo quiero ser como tú, Jonas, como todos.
—Freddie...eso no es posible.
—¿Por qué?
—Porque tú no llevas la sangre de los Wilson. Tu eres familia de amor, no de sangre. Pero de todos modos, siempre serás mi hermanito.
Entonces no entendió muy bien ese concepto, pero con el tiempo las diferencias fueron más evidentes y temibles. Fue por eso que cuando cumplió diecisiete años, se aventuró a cruzar el Atlántico para ir en busca de sus raíces. Pero no encontró gran cosa. No hubo manera y su origen quedó enterrado en algún lugar de la España rural. Aún así, decidió quedarse un tiempo, pues era un lugar que sentía cercano. Tal vez solo se debía a su deseo por pertenecer, por dejar de sentirse un extranjero en todas partes.
La siguiente vez que Frederick despertó, lo hizo en su cama, sin saber cómo llegó ahí. Pero Brenda si sabía.
Ante su herencia híbrida, Jean Philip se preguntaba si había posibilidad de que Gilberto se estuviera convirtiendo en un vampiro per sé. Debía preguntarle a la única que podía saberlo, pero estaba muy ocupada en ese momento, explicándole muchas cosas a Edward, quien ya había despertado.
Gil tenía todos los síntomas del vampirismo. Pero seguía con vida, seguía siendo humano. Sin embargo, la dosis de verbena que le aplicó tuvo los efectos que esperaba en uno de ellos. Y no solo eso, sino que su instinto asesino estaba despertando.
Una semana atrás
Hacía meses que Gil no sentía esa adrenalina ni ese temor al ir solo por una oscura vereda. Pero por alguna extraña razón, también se sentía emocionado.
Eran apenas las siete y ya había oscurecido, pues el invierno se acercaba y el camino desde la facultad era largo y mal iluminado, pero era el más corto entre el punto A y el punto B.
Beber su pequeña dosis diaria de sangre de vampiro le hacía sentir cierta seguridad y no podía evitar preguntarse si sería ese "el día" tan esperado, pues podía engañar a todos, pero ya no a él mismo. Lo deseaba, deseaba ser un vampiro con toda su alma. Tal vez así ella no lo juzgaría por lo que estaba a punto de hacer, pues aún no superaba su cara de decepción cuando mató a Wilson. Y si era uno de ellos, ya no habría nada que lo detuviera. Él ya era un asesino y lo había asumido, solo faltaba el último requisito.
Un tipo lo seguía de cerca y podía oler sus malas intenciones desde kilómetros. Cómo atendiendo a sus ruegos, amparado por la oscuridad de los campos de Vicerectoría, el acechador le tocó el hombro a Gil para detenerlo y le apuntó en la espalda.
Las esperadas visiones empezaron. Recordó las lecciones que su padre le dio cuando era niño, después de la última paliza de la que fue víctima y decidió ponerlas en práctica.
Ágil, dio una vuelta sobre su eje, liberándose con un golpe en la mano del delincuente, de la amenaza que representaba el arma en su espalda y estrelló la cabeza del asaltante contra un árbol cercano con tal saña, que pronto quedó noqueado en el piso.
Había sido demasiado fácil, demasiado rápido y casi sin sangre, por lo que no estaba satisfecho. Al tratarse solo de un delincuente menor e inexperto, no consideró necesario nada más, sin embargo, el recuerdo del sabor de la sangre que bebía a diario, lo hizo ansiar más.
Se agachó, titubeó respecto al lado que debía morder y dónde sintió el flujo sanguíneo más potente, fue donde mordió y succionó aún sin unos colmillos apropiados.
Cuando estuvo satisfecho, se levantó y se fue sin rastro alguno de remordimiento, pensando que nadie se dio cuenta de lo que hizo.
—Gil...—Escuchó una voz femenina.
Cuando él volteó a ver, Katherine se cubrió la boca con las manos, aterrada ante lo que acababa de presenciar y el aspecto de él, con la cara manchada con la sangre de su víctima.
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