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Espíritu de media noche

Desorientado como estaba, John no entendía muy bien lo que esa hermosa mujer le decía, pero la recordaba, claro que la recordaba, era difícil olvidar a una persona como ella; aunque no tenía idea de dónde la había visto. En realidad, no tenía idea de nada en ese momento. Entre la resaca y su aparente amnesia, no lograba conectar más de dos ideas a la vez.

—Mire, usted no se siente bien —le dijo Brenda con un tono inusualmente dulce— Venga conmigo adentro y averiguaremos dónde vive. Lo ayudaré a llegar a casa. No me mire así, no le haré daño.

—Lo sé.

John sonrió avergonzado y decidió seguirla. Era hipnótica, pero aparte de eso, la sensación de seguridad estando a su lado, era extraña y a la vez reconfortante.

¿Cómo era posible que una completa desconocida, lo inspirara a seguirla cómo un perrito? Quién la viera, aduciría su comportamiento al físico impresionante de la mujer en cuestión, pero no se trataba de eso. Confianza era la palabra. Podría lanzarse un precipicio con los ojos cerrados si ella se lo pidiera. Podría hacer cualquier cosa si ella se lo pidiera.

Para poder salir de la morgue, Belél robó un uniforme que encontró y le quedaba muy holgado, pero no importaba. Debía encontrar a Emily Rose lo más pronto posible. En el pasado fueron grandes aliadas, no tenía por qué ser diferente esta vez.

Apenas estuvo sola, y dado que los grandes maestros la habían castigado, volvió a sus orígenes invocando a los antiguos espíritus africanos, aunque para ello, debía entrar en un profundo trance y necesitaba algunos objetos especiales que difícilmente encontraría en esa parte de Europa.

Debió poner más atención, pero su fascinación por Charles Walters la llevó por un camino alejado de sus raíces. Y siendo una renegada, temía que los dioses de sus ancestros, se negaran también a auxiliarla.

Aún así, estaba dispuesta a recuperar sus poderes.

Brenda tenía horas tratando de comunicarse con Jean Phillip, pero no respondía su teléfono, lo que le dio muy mala espina, ya que jamás dejaba de responder. Ya debería estar ahí, eran un par de detalles lo que faltaba dejar arreglado en la casa y dada su eficiencia, eso ya debía estar solucionado. Pero entonces ¿Qué sucedía?

Al fin, el teléfono de John cargó lo suficiente para poder usarlo y descubrir que Will había llamado un total de treinta y siete veces.

Justo iba a marcar cuando la llamada número treinta y ocho, entró. John respondió, pero no pudo decir nada ante los reclamos de su padre.

—Papá... Déjame expli... Papá... ¡Déjame hablar o te cuelgo! —volteó para ver a Brenda, apenado por la discusión— Sí, estoy bien, no me pasó nada. Ya voy para la casa, sí ¿Podrías darme la dirección, por favor? ¡Sí, la olvidé! Últimamente olvido todo.

Brenda le facilita un papel y un bolígrafo para que anote.

Cuando termina de anotar su domicilio, se da cuenta de que ese pedazo de papel, era una hoja de la Biblia, de esas que siempre hay en las habitaciones de hotel.

La impresionante y hermosa rubia con apariencia de muñeca, lo miraba sonriente.

—¿Es...? —analizó el trozo de hoja, incluso podía leerse un salmo y medio en ella.

—Una hoja, sí.

—¡¿Es un pedazo de la Biblia?!

—Es el único papel que encontré. Descuide, es solo un libro.

John miraba el pedazo de papel con culpa. Brenda blanqueó los ojos. El tipo casi lloraba porque mancilló con un poco de tinta, el trozo de un montón de atávicas mentiras.

—No debió hacerlo, señorita.

—Véalo así, John —se acercó, puso una mano sobre su hombro y se inclinó un poco hasta quedar a la altura de su oído izquierdo—: Sí su Dios se sacrificó a así mismo por su salvación ¿Qué importancia tiene un pedazo de su palabra para ayudar a uno de sus hijos a volver a casa?

Gilberto la escuchaba desde el comedor y negaba con la cabeza sin dejar de sonreír.

—Ya me voy, muchas gracias —anunció el hombre, aún apenado y se puso de pie, guardando la hoja en su chaqueta.

—No puedo dejar que se vaya solo.

—Puedo llegar solo a mi casa, créame.

—Tal vez, pero prefiero asegurarme. Por favor...

—¿Por qué está tan interesada en mí, señorita?

—¿Por qué no?

—Eso no es una respuesta.

—Es que si le digo la verdad, no me va a creer. Yo he soñado con usted. Varias veces. Literalmente, he soñado con usted. Necesito saber por qué. Pero es raro que usted no se acuerde de mí. Suele ser una conexión mutua.

—No lo sé, no sabría decirle.

—O está mintiendo —aseveró Gil— O dígame, señor...

—John.

—John, sí, ya me acordé.

—Ya ves que es un nombre muy difícil —repuso Brenda con los brazos cruzados.

—Calla. Creo que nestro amigo John tiene mucho miedo.

—Dicen que cuando la gente regresa del otro lado, no regresa cómo era. Tal vez por eso tiene esa cara de asustado.

—¡Por favor, déjenme ir!

—¡Pues vete, no estás secuestrado, ni nada! —dijo el joven con un dejo de desprecio, preguntándose por qué su padre no hacía acto de presencia.

—Vámnos, pues. Gil, por favor, insiste con lo de Jean Phillip.

En casa del obrero, Will discutía con Henry.

—Tú estuviste con él, debes saber a dónde se fue.

—Yo estaba tan o más ebrio que él.

—¡¿Y por qué lo llevaste a beber?!

—¡Es un adulto, Will! Yo no lo llevé, él quiso ir y no tenía por qué negarme.

—¡Pues tu debiste insistir para que regresara a casa!

—¡Basta, William! ¡Tu hijo trabaja cómo mula toda la semana! ¡Es justo que salga a divertirse! No es tu enfermero, ¿entiendes? ¡Déjalo vivir un poco!

—¡Él está enfermo!

—¡No, tú lo enfermas! ¡No lo dejas ni respirar! ¡¿Cuarenta y siete llamadas, Will?!

Debido a esa batalla, ninguno de los dos se dió  cuenta de que un taxi, del cual bajaron John y Brenda, se detuvo en el frente de su casa.

Henry estaba muy preocupado también, por lo que en un momento breve de silencio, al escuchar que tocaban la puerta y se escuchaban voces, corrió para abrir, con Will detrás de él.

La primera cara que vieron no fue la de John, sino la de Brenda.

—Buenas... Lo que sean —saludó ella—. Ya querido, deja de buscar, ya abrieron.

John dejó de hurgar en sus bolsillos en busca de sus llaves, entró a la casa de prisa y se dirigió al baño sin dar ninguna explicación.

Henry estaba confundido y muy asombrado de que ese monumento tratara a su amigo con tanta familiaridad. Pero Will, más que sentir sorpresa, sintió temor y la señaló con el índice.

—Usted... Usted estuvo en mi casa la otra noche. Abrió la puerta y se fue hasta el patio.

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