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El primero y el único.

Wilson no paraba de mirar el anillo de Brenda. Nada deseaba más en ese momento que poder entregárselo personalmente, pero no quería presentarse así. Primero quería verse bien, caminar por si solo, sin la ayuda de nada, pero para eso, necesitaba iniciar una rehabilitación física.

Edward lo miraba con pena sin que se diera cuenta. Si el pobre tonto supiera que fue ella quién lo dejó como estaba. Hacía poco estuvo a punto de decirle, pero Lorraine le informó que Gil ya estaba en casa con Emily y lo pensó mejor.

En el fondo lo compadecía. Mira que venir a enamorarse de nada más, ni nada menos, que la reina vampiro. Para ella, él no era nada, apenas comida; acaso  una tierna mascota, pero nada más. Incluso él, Edward Joseph Green, siendo como siempre había sido —soberbio, como ella no se cansaba de repetir—, llegó a sentirse intimidado en su presencia.

Nada tenía que hacer ese pobre hombrecito cojo ante esa  sublime fuerza de la naturaleza que Emily representaba. Estaba plenamente convencido de que el único hombre a su nivel, era él mismo. Ni siquiera Damon, o Klaus. Él, solo él; única y exclusivamente él. Para siempre él; vivo o muerto, él.

Nadie podría ocupar su lugar en su vida ni en su corazón. Y lo peor, es que había otra persona que aunque lo negara de momento, estaba de acuerdo.

.......

Jean Philip le sirvió a Gil, un desayuno abundante y variado. Al joven se le hizo una exageración, parecía como si quisieran engordarlo para meterlo en el horno la próxima Navidad.

Tenía hambre, no podía negarlo, pero únicamente comió un par de huevos fritos con dos maravillosas salchichas alemanas, una papa rallada frita, dos hot cakes medianos, una taza de café y uno con jugo de naranja. Con todo el dolor de su goloso corazón, tuvo que dejar de lado los deliciosos pastelillos, aunque se vieran demasiado tentadores, todos cubiertos con chocolate y rellenos de crema... Pero ya no le cabía nada más.

Hacía mucho tiempo que no comía tan bien. Tanto, que ya no lo recordaba.
Todo estuvo tan sabroso, que cada bocado lo disfrutó expresando su satisfacción con sonidos y expresiones de asombro.

Eso sí, cuando terminó de comer, tuvo que desabrochar el botón de sus jeans. Se sentía tan lleno, que temía morir de una congestión.

Jean Philip ordenó a sus subalternos que recogieran la mesa.

—¿Fue todo de su agrado, joven?

—Si, Phil, todo —eructó—, perdón. Todo estuvo muy bueno, gracias.

—Me alegra que le haya gustado.

—¿Dónde está? ¿Sigue afuera?

—¿Quién, joven?

—La loquita...

—Supongo que se refiere a madame Brenda. Sí, sigue en el jardín. Le voy a pedir algo, señor Green. Al menos adentro de esta casa y en mi presencia, evite referirse a la señora de forma tan insolente. Madame Brenda, o señora Brenda, por favor.

—Ok... Phil.

—Jean Philip —corrigió con una sonrisa a todas luces forzada.

—Cómo tú digas, Jean Philip.


🌟🌟🌟🌟🌟


El cielo de Dublín se encontraba muy cerrado. Desde su ventana, la verde campiña hasta donde alcanzaba la vista, era bombardeada por gruesas gotas de fría lluvia.

—Tío, todo está listo —avisó su sobrina.

—Yo no iré —anunció sin apartarse de la ventana.

—¿Cómo que no irás?

—Irás tu primero, yo te alcanzaré después.

—Pero tío Charles, habíamos quedado que...

—Cambié de opinión. Vete, inicia tu parte y nos veremos en seis meses.

—¿Por qué tanto?

—Porque quiero que te ganes su confianza, que lo conquistes. Cuando lo tengas comiendo de tu mano, porque lo harás, eres muy persuasiva, entonces seguiremos con el plan.

—Está bien tío. Nos vemos luego. Pero dudo que sea tan fácil como lo pintas —dijo resignada y salió.

Charles siguió contemplando el paisaje sin hacer mucho caso de lo que su sobrina parloteaba. Muy pronto terminaría todo y el mundo al fin podría descansar de ese baño de sangre que desató La Mayombe hacía casi cuatro siglos.

—Muy pronto, mi querida Sharon, podrás descansar en paz. Muy pronto.

🌟🌟🌟🌟🌟

El hechizo de la prisión invisible, acabaría la siguiente mañana, pues Gil tenía clases y debía asistir. Brenda decidió cambiar la jugada y recordó que Klaus le contó cómo había mantenido cautivó al pobre de Guillermo.  La bruja que Jean Philip le recomendó cuando estuvo en Nueva Orleans, resultó ser extremadamente buena. Provenía de una antigua familia de esclavos africanos que llegaron de las islas británicas. Manejaba sin restricción, toda clase de magia. Con pesar, pensó en cuanto le habría servido conocerla diez años antes, cuando le era tan necesaria para salvar a su amado esposo. Ahora, toda esa magia que no tuvo en ese momento, le serviría para mantener a Gil alejado de todo mal y obligarlo a volver a casa cada día.

Le habló del hechizo de cautiverio y ni tarda ni perezosa, se puso en ello. Había mucho material dentro de la casa para hacerlo. Cabello del joven, fotografías, hasta fluidos corporales.

Brenda sabía que con las brujas nunca se debía jugar o ser mezquina, por lo que le pagaba muy bien para que la ayudara en todo lo que le pedía y la mujer parecía estar conforme con el trato. Lo único que no le gustaba a Brenda, era como la mujer la miraba; con una insistencia incómoda, como si luchará por reconocerla, sin lograrlo.

También solía durar mucho tiempo contemplando el retrato de Edward con nostalgia.

"El dulce esclavo blanco",  leyó en su mente una vez, sin saber a qué se refería. Tal vez conoció a Edward cuando aún era humano, en la época en la que ese malvado bastardo de Giuseppe Salvatore, le marcó la espalda con su látigo.

—¿Cuál dijo que era su nombre, señora? —preguntó Brenda, curiosa e intrigada.

—Belél, aunque todos me llaman —se dio vuelta para mirar a Brenda— La Mayombe.

—Y usted... ¿Conoció a mi esposo?

—No señora, pero conocí a alguien muy parecido. Sin embargo, como muchas mujeres, me gusta apreciar la belleza y su esposo era un hombre muy apuesto y elegante.

—Sí, lo era.

—¿El muchacho...es su hijo?

—Casi. Es hijo de mi marido. Pero lo quiero como si fuera mío.

Belél tenía mucho cuidado de mantener sus pensamientos encriptados delante de ella. De cualquier forma, aunque no entendiera, siempre fue muy lista y demasiado curiosa.

La hermosa y vivaracha Sharon Walters; el dulce esclavo blanco, Steven Green y el fruto oculto de esa unión, el niño sin nombre y sin destino. Todos reunidos otra vez. Apenas encontrara un recipiente para el alma del padre, y la familia estuviera reunida, nada habría en el mundo que los destruyera.

🌟🌟🌟🌟🌟

Gilberto bajó del flamante auto negro, conducido impecablemente por Jean Philip.

—¿A qué hora quiere que vuelva, joven?

—A... Yo te llamo.

—¿Tiene mi número?

—No.

—¿Entonces como pensaba hacerlo? —Le extiende una tarjeta negra con sus datos.

Gil la toma y se va de prisa. Jean Philip le marca a su teléfono y Gil responde.

—¿A qué hora, joven?

—¡Hijo de la...! ¡A las cuatro!

—Entonces a las cuatro será.

El hombre arranca y sale del estacionamiento, aunque no se aleja, pues tiene orden de cuidar y vigilar a Gil discretamente.

—Gil...

—¡Ay, Catalina, me asustas!

—¿Quién era ese?

—Un empleado de mi madrastra.

—¿Tu madrastra?

—Sí, Catalina, mi madrastra.

—¿Tu madrastra vampiro? —Rió burlona, pero se detuvo casi enseguida, ante la mirada furiosa del joven.

—¡Sí, esa! Ahora sí me permites, tengo prisa.

Catalina se quedó pensando. Tal vez, después de todo, ese demente decía la verdad. Al menos en lo que a su fortuna se refería. Él necesitaba amor, ella dinero... Podría intentarlo de nuevo con Gil.

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