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El mejor equipo

Gilberto también hizo un enorme esfuerzo por disimular, pero la presencia de ese hombre le incomodaba de sobremanera. Retiró la mano bruscamente, aduciendo al choque eléctrico que ambos sintieron.

—Bueno, debo entrar a clase, mucho gusto. Con permiso.

Gil se fue lo más rápido que pudo, casi como si estuviera huyendo. Sentía miedo, se sentía en peligro y no se explicaba por qué. Necesitaba un sitio tranquilo para que las visiones empezarán a llegar y saber quién era ese tipo. Decidió irse a casa, de cualquier forma ya no le iba a ser posible concentrarse en nada más.

—¡Gil! —Lo llamó Celia, corriendo tras él, pero el auto negro conducido por Jean Philip se detuvo y él abordó rápidamente.

Celia sabía que para Gil, ella era la villana de su historia, pero no importaba cuando intuía que algo malo guardaba esa extranjera. Y aunque él tenía razón en alejarse, pues reconocía que no se había portado bien con él, sentía el deber, la necesidad, o lo que fuera, de alertarlo.

Miró el auto alejarse. Al menos ya no estaba cerca de la tal Katherine.




—¿Cómo le haces, eh? Apenas te estaba marcando cuando ya estabas aquí —Preguntó Gil, asombrado, a Jean Philip.

—Es parte de mi trabajo, joven.

—Mira esa eficiencia, papu. Excelente servicio, cinco estrellas.

—Gracias —sonrió por la ocurrencia—¿Le pasa algo, joven?

—Estoy algo cansado, gracias por preguntar ¿Ella está en la casa?

—Sí, joven.

Gil apretó los ojos y se masajeó las sienes con los dedos, luego se perdió en sus pensamientos.

Un zumbido en los oídos y una luz muy blanca, bloqueó las visiones que debían estarse presentando en ese momento. Eso lo preocupó aún más.


Al llegar a casa, buscó a Brenda por toda la casa, deseaba contarle todo lo que vivió esa mañana. La encontró hecha ovillo en su cama, con un diario a un lado, con claras señales de haber estado llorando.

—Oye... —Se acerca y se hinca frente a ella— ¿Qué pasa?

—Lo mataron, Gil ¡Un bebé! ¡¿Quién mata a un bebé?! ¡¿Para qué?! ¡¿Por qué?! ¡Estúpidos humanos de porquería! ¡Ah sí, pero uno es el monstruo! ¡Pues prefiero ser un monstruo!

Ella hace un puchero y luego se pone a llorar de nuevo. Gil se acerca y la intenta abrazar, pero ella se aleja.

—¡Estoy tan harta! ¡Toda esta maldad, toda esa gente haciendo daño todo el maldito tiempo!

—Yo te entiendo.

—¡No, no creo que puedas, Gil!

—Yo también puedo ver el mal, Emily.

—¡Brenda, Gil, Emily está muerta también!

—Está bien, como quieras. Pero si alguien te entiende, soy yo. Una vez hice algo al respecto.

—Estoy cansada.

—¿Por qué no te tomas unas vacaciones? Para un momento, recupérate.

—No puedo. Aunque quisiera, no puedo. Pero siento que no tiene caso. Nunca se va a terminar. La maldad humana es infinita.

—Tal vez no se trata de eso, tal vez solamente se trata de controlarlo. Pero tú sola no puedes. Conviérteme y yo te ayudo.

—No, Gil. Además, tú dijiste que no quieres ser un vampiro.

—¿Y de cuándo acá me haces caso? ¿No mandaste quemar mi casa para que me viniera a vivir contigo?

Ese recuerdo la hizo reír.

—Mírala... y todavía te ríes, canija.

—Perdóname, era necesario.

—Ya no importa. Como sea, yo soy el único que puede ayudarte. Imagina el equipo que haríamos, como cuando papá y tú reinaban juntos en este lugar.

—Es muy lindo lo que dices, pero tu padre no te quería en este negocio. Y yo sé que tú en el fondo, no lo deseas. Olvídalo corazoncito, nada más fue un momento de debilidad.

—Piénsalo al menos —la abraza y cuando se separan un poco, la mira de una forma extraña, acercándose demasiado. Ella se da cuenta y se separa de inmediato.

—Voy a bañarme —anunció, cogió una toalla y se encerró en el baño.

Eso no podía estar pensando. La manera en la que Gil la miró, no le gustó para nada.

Gil salió de la habitación sintiéndose muy incómodo también. Sin embargo, seguía pensando lo mismo. La gente cambiaba siempre de opinión. Y por ella, estaba dispuesto a pensarlo.




Katherine curioseaba entre las cosas de Charles. Sin apartar la vista del libro, ordenó:

—Deja eso.

—¿Y qué te pareció?

—¿Qué me pareció qué?

—El chico. Gil

—Inmundo, despreciable.

—¿En serio?

—No se te olvide quien es.

—¿Quién? Nunca me dices nada.

—Es un monstruo, querida. Un monstruo violento y peligroso —colocó el libro a un lado, se levantó y caminó hasta quedar frente a frente con ella— ¡Un asesino, igual que toda su estirpe de asquerosos...!

Walters se detuvo. Esa niña tonta no entendería. Salió de la sala abruptamente. Kate lo observaba divertida. Era tan histriónico a veces.

 


Más por escapar de esa incomodidad que estaba sintiendo con la reacción de Gil, Brenda salió con rumbo incierto y sin intención de nada más que dejar de pensar por un instante en lo que la atormentaba.

Caminaba humanamente apresurada, sin detenerse, hasta que se topó con un sonriente y emocionado Frederick.

—Brenda, que bella casualidad...

Edward blanqueó los ojos al mismo tiempo que ella. Lo que menos quería en ese momento, era contacto físico con cualquier mortal. Alzó las manos para dar a entender que no le apetecía ser tocada, dio la vuelta y se marchó. Él la siguió lo más rápido que podía, que no era mucho.

—Pa-té-ti-co —murmuró Edward, burlón.

—Al menos yo estoy vivo, capullo.

—No por mucho si la sigues molestando.

—¡Señora, por favor, necesito hablar con usted!

Brenda se detuvo en seco y giró para acercarse a Wilson a paso firme.

—Usted y yo no tenemos nada de que hablar. ¡Déjeme tranquila!

—¡Por favor, solo deme unos minutos!

—No le hagas caso, Emily.

—Está bien, pero después, no quiero saber nada de usted nunca más.

—De acuerdo. Gracias. Yo...

—Venga conmigo...

Lo sujetó del brazo y lo arrastró hasta un pequeño café que estaba cerca. Lo arrojó a la primera silla que vio y luego se sentó frente a él.

El brazo le quedó adolorido por la fuerza empleada y se frotó con la mano.

—Hable Wilson —ordenó fríamente.

—Yo... quería, quiero preguntarle... ¿Por qué quiso matarme aquella noche en el hospital?

Ella no supo qué contestar. Evadió su mirada todo el tiempo que pudo, ya que era incómodamente transparente, dulce, amigable, hasta inocente.

Ni siquiera ella misma sabía por qué lo intentó y mucho menos, por qué desistió. No en ese momento, al menos, porque ahora, viéndolo bien, estaba segura de que no se había equivocado.

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