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El bueno

Cuando a vampiresa se fue, John cayó en un estado en el que no estaba despierto, pero tampoco dormido.

Lo intuía, algo raro había en ella y ahora estaba seguro.
Sin abrir los ojos, se palpó el cuello en busca de la cicatriz que su mordida dejó. Pero no había ninguna señal. Sin embargo, aún se sentía débil.

Esa mujer no tenía límites. Nunca debió mostrarle donde vivía, pero no es que pudiera hacer mucho para resistirse.

Will, que seguía muy preocupado, lo observaba. En el fondo temía que muriera otra vez y que fuera algo definitivo. Era su hijo, lo amaba mucho aunque a veces no se lo demostrara. No era bueno siendo afectuoso.

Su triste y solitario John. A veces sentía culpa por no dejarlo vivir. Siempre encima de él, siempre presionándolo, fiscalizando cada céntimo, dejándole apenas para un poco de diversión. Se acercó a su cama y pasó su arrugada mano por su cabello, observando con atención su pecho.

—No te preocupes, no he muerto —informó sin abrir los ojos.

—¿Te sientes mal?

Will se sentó en un espacio libre a su lado.

—Tenemos que cambiar las cerraduras.

—¿Por qué?

—Por seguridad. Y si vuelva venir esa mujer, la rubia, no la dejes entrar.

—También lo notaste.

—¿Notar qué?

—Esa señorita no es normal y tú lo sabes.

Más repuesto John se sentó en su cama con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en la pared.

—¿Qué fue lo que notaste, papá?

—El mal, hijo. Sus ojos tienen un brillo malvado. Y ese muchachito, el que venía con ella, parecía su esclavo. No hablaba, solo permanecía detrás de ella.

—Mira mi cuello...

Will se levantó y se colocó los anteojos para hacer lo que su hijo le pidió.

—¿Qué quieres exactamente que vea?

—Dos agujeros, del lado izquierdo...

—No, no tienes nada.

—¿No? ¿Cómo que no?

—No, mira por ti mismo.

John se levantó para mirarse al espejo, pero se cayó al sentir un mareo.

—¡Válgame Dios, hijo, ten cuidado!

—Estoy bien, me levanté muy rápido, eso es todo.

Se incorporó lentamente y llegó frente a un espejo.

—¿Lo ves? No tienes nada.

—Ella estuvo aquí, papá.

—¿La rubia?

—Sí. Me espió mientras me bañaba y cuando salí, me esperó aquí para morderme el cuello. Es muy fuerte, no pude liberarme.

—Yo creo que lo soñaste, John.

—¡Claro que no! ¡Estaba muy despierto, créeme! ¡La vi, vi sus colmillos, su cara, sus ojos inyectados en sangre! ¡Ella es un vampiro!

—John...

—¡No me mires así! Tú mismo lo dijiste, viste la maldad en sus ojos. Y no fue la primera vez que la vi, pero no quise decirte porque sabía que reaccionarías así. Ella se ha estado metiendo en mis sueños.

—¿Hace cuánto?

—Desde que volví de la morgue.

Will, angustiado, se santiguó.

—Todo lo extraño que me ha sucedido, ha sido a partir de entonces.

—Mira, ahora es muy tarde, mañana a primera hora buscaremos ayuda con el ministro. Duerme hijo, no creo que regrese por ahora.

⭐⭐⭐⭐⭐

Gil la esperaba despierto cuando Brenda volvió. Ella parecía feliz y la piel de su rostro había mejorado considerablemente.

—¿Dónde estabas?

—Por ahí.

-—¿Con el borracho?

—No es un borracho, Gil, solo salió a despejarse un poco. Trabaja mucho ¿sabes?

-¿Lo atacaste?

—Mi vido, yo no ataco en horas no laborales, menos en vacaciones. Sí, probé un poco de él.

—¿Y qué tal?

—Agridulce. Con cierto gusto a tabaco. Haré que deje de fumar, no es bueno para su salud. Su corazón no anda bien. Espero que a este no lo lances por las escaleras.

—Prometiste no tocar ese tema de nuevo.

—No te avergüences, Gil, es parte de ser tú. Eres un hermoso bebé híbrido —dijo apretando sus mejillas con los dedos—. Tu instinto no te abandona nunca. Solo tienes que controlar tus emociones.

—Lo único que altera mis emociones —se apartó-, eres tú y tu obsesión por recoger tipos de la calle. Mejor recoge perritos -dijo visiblemente irritado.

—Me equivoqué con Wilson, pero esa vez será diferente. Este va a ser el bueno.

—¿Ah sí? ¿Y por qué crees que será así?

-—Porque veo algo en John que no vi en Frederick. Primero, no está enamorado de mí. Segundo, su vida es taaaan aburrida, qué tiene una enorme hambre de aventura. Me seguirá a dónde lo lleve, lo vi en sus ojos. Qué lindos ojos, por cierto. Y cafés para variar.

—¿Y qué más?

—Su mirada, Gil. Lo estaba mordiendo y no tenía miedo, ni siquiera un poco. Es decir, sabía que podía morir, incluso luchó bastante, pero nunca dejó de verme a los ojos. Ese tipo es duro.

—Es escocés. Los escoceses tienen esa fama. Son norteños, pues. Cómo nosotros, nomás que de un rancho diferente. Son cabrones rudos. Pero parece que la que se está entusiasmado demasiado, eres tú.

—No —aseguró poco convincente.

—¿Segura? Además, ¿desde cuándo necesitas un compañero?

—No lo sé. Pero sería divertido no ser la única en esto.

—¿Y yo? ¿Estoy pintado?

—Tú dijiste que no quer...

—¡Puedo cambiar de opinión! —interrumpió agresivo-. No necesitas a nadie más, a ningún extraño. Yo sé quién eres, sé quién era mi padre y puedo hacer el trabajo, Emily.

—A veces te pareces tanto a él...

—¿Lo amas? ¿A- al menos lo recuerdas?

—¿Cómo podría olvidarlo? Pero la vida sigue Gil, sobre todo la mía. Sigue y sigue.

—No va a funcionar, wera.

—Déjame probar, necesito un compañero. Ya no quiero estar sola.

—Aquí estoy yo

—Te lo pondré más claro: Necesito un hombre. Y esta vez quiero ser yo la que elija.

—¡Elígeme a mí!

—Ya hemos hablado de esto, Gil. Tú para mí eres cómo mi hijo. Te veo, y aunque seas ya un hombre, no puedo mirarte así. Eres mi niño —acaricia la mejilla del joven, quién aparta la mano de ella sujetándola por la muñeca.

—¡Pero soy un hombre y te amo! ¡Te deseo Emily Rose! ¡Ya no puedo más! —lágrimas de ira corren por sus mejillas cuando intenta besarla y ella aleja.

—¡Basta, Gil! ¡Esto es aberrante!

—¡No eres mi madre! ¡¿Cuántas veces te lo voy a decir?!

—¡Aunque así sea! Nunca debes pensar en mí de esa manera. Será mejor que regreses a México. Le diré a Jean Phillip que volverás.

—¡No! ¡No lo voy a hacer! ¡Y si vuelvo, no será a tu casa! ¡Así podrás meter a todos los escoceses que te dé tu gana!

—¡No digas tonterías! ¡Solo es uno y ni siquiera estoy segura de que acepte!

—¡Vete al infierno, Emily Rose!

Furioso, Gil caminó hacia la salida, pero Brenda se interpuso y le aplicó una llave que Edward le enseñó.

«Un día va a crecer y se va a poner muy necio, rodea su cuello, aprieta un poco aquí y dale las buenas noches. Dormirá un buen rato hasta que se le pasó el berrinche».

Listo, cariñito, a dormir. Ojalá me la hubiera enseñado para aplicarla con él también.

Lo llevó en brazos a la cama y se acostó a su lado. Creyó que ya había olvidado esa tontería.

Durante la noche, más tarde, un montón de visiones horribles de gente despedazada, decapitada, ahorcadas o quemadas en grandes pilas, desfilaron por la mente de John y ella estaba ahí, cubierta de sangre en la cara y las manos.

—Acompáñeme, John, quiero mostrarle mi trabajo —dijo al verlo. John no retrocedió, al contrario, se acercó a ella.

—¿Su trabajo? -preguntó curioso, esbozando una casi imperceptible sonrisa.

—Así es. Estoy en el negocio de «control de plagas». Plagas humanas. Hay gente muy mala, gente que solo sabe hacer daño. Y yo me encargo de hacerles daño a ellos.

—¿Qué tan malos?

—Mucho muy malos. Ese de allá, por ejemplo, violó y mató bebés. Aquel le pasó el carro a un perrito y todavía dio reversa el hijo de puta para aplastarle las patitas ¡Bastardo enfermo! ¡Cállate, qué te lo mereces!

El tipo que señaló, se arrastraban con las piernas desgarradas, dejando un rastro de sangre.

—Aquella vieja desgraciada —continuó—, envenenaba gatitos y le ponía clavos o veneno a la comida. Aquellos de la esquina, eran narcotraficantes. Secuestraban y mutilaban a sus víctimas aunque pagaran el rescate.

—¿Y usted cómo lo sabe? ¿Ellos se lo dicen?

—Algunos. Pero digamos que tengo un don especial ¿No le gustaría ser parte de tan noble misión?












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