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El bebé de mamá

Tres meses después.

Un hombre corría desesperado en medio del parque. Se arrepintió de haber permitido talar tantos árboles como capricho, pues en ese momento le habrían sido muy útiles para ocultarse de aquello que lo perseguía.

No entendía por qué lo estaba siguiendo, si se suponía que solo mataba criminales de poca monta y él se había encargado de que sus negocios turbios no salieran a la luz y aún daba la imagen de un empresario respetable.

Finalmente, encontró una derruida construcción de concreto y se escondió ahí. Brenda rodó los ojos y caminó lentamente hacia él.

—¿Qué dijiste que hizo este wey?

—La lista es larga —respondió Gilberto, también vestido de negro saliendo de la oscuridad.

—¡No me maten, les doy lo que quieran!
¡Yo no he hecho nada!

—¿Estás seguro? —Gil se aclaró la garganta— Fraude, explotación, tráfico de influencias y la peor de todas, tráfico de blancas. Eso sin contar las cochinadas que haces con menores de edad en ese tugurio que tienes en el centro, claro, con un nombre falso ¿Sigo?

—¡¿Quiénes son ustedes?! ¡No Tienen pruebas de nada de eso!

—¡Me aburrooo! —Dijo Brenda, cruzando los brazos.

—No las necesitamos, perro. Ya casi, no te desesperes, wera.

—Cariño, saben perfectamente lo que hicieron, no es necesario leerles los cargos.  Solo perdemos valioso tiempo de sufrimiento.

—¡Ey, se va!

—No te preocupes —dijo ella con calma.

Dos disparos se escucharon y a los pocos minutos Gilberto cayó de rodillas. Angustiada, Brenda dejó escapar al sujeto y se mordió la muñeca para obligar a Gil a beber su sangre, mientras lo sostenía en sus brazos.

—Yo no quiero ser vampiro...

—No lo serás, tendrías que morir para eso y no morirás.

—Ya lo sé...

—¿Entonces?

—¿Y si muero?

—No, no vas a morir, mi niño, no vas a morir.

Brenda cargó en sus brazos a Gil y lo llevó ella misma al auto. Cuando llegó, la herida había cerrado y él se había recuperado.

—Ya, estoy bien, bájame —le dijo y le dio un abrazo al ver la angustia en su mirada y algunas lágrimas—.

—Se cancela el trabajo en equipo —dijo entre sollozos—. No volveré a pasar por esto.

—¿Por qué te preocupas tanto por mí?

—¡Porque tu padre confió en mí para cuidarte! ¿Qué le voy a decir si algo te pasa?

—Pero ya no soy un niño para que me cuides todo el tiempo.

—Tengo 122 años y comparado con eso, tú eres un bebé. Mi bebé —hizo un puchero, tomó su cara entre las manos y le dio un beso en cada mejilla—. Vamos a casa, después me encargaré de esa basura.

"Te darás cuenta de que es muy fácil amarla. De que lo único que debes hacer, es respetarla; que no te exige nada, solo espera que seas leal y a cambio de eso, te dará todo su amor, todo su cuidado; su vida, de ser necesario, de ser posible".

............

Nueva Orleans
Wilson empacaba algunas de sus pocas pertenencias. Iba a ser muy incómodo, pero no soportaba más, tenía que verla otra vez.
Edward lo observaba con pena. El pobre tipo parecía estar embrujado, obsesionado totalmente con ella. Cuando dormía hablaba y la mencionaba. Empezaba a dudar de su salud mental, aunque Lorraine le aseguraba que eso era normal, siendo humano todavía. Le dijo que si él la hubiera conocido siendo humano, habría tenido la misma reacción.

—Recuerda como te veía ella—le dijo—, como siempre quería estar cerca de ti. Los vampiros son seductores de por sí, magnéticos, poseen un aura de misterio que a los mortales les parece irresistible y temible a la vez. Los hace ir directo al peligro, es algo irracional y cuando se dan cuenta, ya es demasiado tarde.

—Hay algo que me preocupa, Lorraine. Es ese hombre, el chofer.

—¿Jean Philip? Es un buen hombre, Edward. 

—Me preocupa también que para ti, todos parecen ser buenos. El tarado de Wilson, el mayordomo...

—No todos me parecen buenos, Edward. Lo son. Ella no se rodea de nadie en quien no confíe. 

—¿Y confía en este? —dice señalando a Frederick con desprecio.

—Ella tiene un don, es clarividente. Tal vez ya lo olvidaste —lo mira preocupada mientras él mantiene la mirada fija en Wilson.

—Me lo contó alguna vez. Pero yo no estoy convencido de que esas visiones sean algo real. Tal vez es algo para no sentir culpa.

—Es real, Edward. También tu hijo tiene ese don. 

—Lo sé. Lo cual reafirma mi teoría. Gilberto es hijo de Emily y Cordelia solo fue una incubadora.

—¡Cordelia fue más que una incubadora, Edward! ¡Cordelia te amaba, te amó hasta el último día de su vida! 

Edward se sorprendió con su reacción.

—Y se lo agradezco. Pero lo intenté, Lorraine. Intenté amarla más, pero eso no es algo que uno pueda decidir. 

—Pudiste intentarlo más.

—Ella no me facilitaba las cosas. Siempre peleando, reclamando por tonterías.

—Estaba celosa. Yo lo hubiera estado también si el hombre que amaba como nadie, me hubiera puesto siempre en último lugar. 

—¿Qué te pasa a ti con Cordelia?

—La entiendo, la comprendo... y la compadezco.

—También duele que te amen y no poder corresponder, Lorraine. 

—Mira, ya se va —dijo la bruja y desapareció. Edward iba a hablar con Wilson, pero Jonas entró y lo detuvo.

—¿A dónde con tanta prisa?

—Debo ir a... a-a...

—¿A ver a esa mujer? ¿No le devolviste su joya? 

—Jon, se me hace tarde.

—Ya me dijo Mad. No, ya me han dicho varias personas aquí, lo que está pasando contigo.

—¡No pasa nada, déjame pasar!

—Bien, pasa. Pero dime ¿qué esperas de ese viaje?

—¡Joder, Jonás, que no estoy para entrevistas! 

—¡No vas a ningún lado así! 

—¡Ayúdame, tío! —suplicó a Edward mirando hacia dónde estaba, en una esquina tras la puerta.

—¡Fred, me preocupas, hermano! ¿Qué te está pasando? 

—¡Nada, coño, nada!

Wilson empujó a Jonas con tal fuerza que lo tiró al piso, desde donde lo miró asombrado y alarmado por su reacción.

—¿Qué te pasa, Wilson? —preguntó Edward también, al presenciar su desproporcionada reacción.

—¡¿Por qué no me ayudaste?! —reclamó furioso.

—No te hizo falta. Tú puedes, confío en ti.

—¡Imbécil! —subió al vehículo del aeropuerto.

—Tranquilízate. Tu hermano tiene razón, tú no estás bien. Míralo...

Jonás lo miraba de lejos, decepcionado y dolido. Lo entendía, aunque nunca se había comportado así con él, lo entendía. Se había enredado con una mala mujer y él no podía hacer nada. Parecía un vicioso. Fue entonces que recordó lo que dijo Mad respecto a esa mujer y su anillo de vampiros. Apresurado se levantó, pero aunque corrió detrás del auto, ya no lo alcanzó. Temiendo que esa fuera la última vez que lo viera.

—¡He estado ahorrando para este viaje por mucho tiempo, no puedo perder ese avión! 

—Está bien, ¿y luego qué? ¿Qué vas a hacer allá? 

—¡No lo sé, ya veré! Lo importante es estar ahí.

—¿Para qué?

—¿No quieres ver a tu hijo? ¡Deberías apoyarme!

—Pareces un adicto, Wilson.  Claro que quiero ver a mi bodoque, pero tú no estás siendo racional. Si pudiera, te daba unas cachetadas para que reaccionaras.

—¡Lástima que no puedes! ¡Tú no entiendes lo que yo siento! ¡Ella me está llamando! 

—¿A ti? —se burla—Debe tener  hambre. Si te acuerdas, ¿no? Emily es un vampiro.

—Debe tener mucha comida a su alrededor, ¿para qué me llamaría a mí para eso?

—Se le antojó la paella, no sé.

—¡Lo que pasa es que te mueres de celos!

—Lo que tú digas. Pero que conste que te lo advertí.

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