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Digno rival

Era la mañana del domingo, día de descanso de todos los empleados. Día en que podían salir o quedarse si así lo decidían sin ninguna obligación de servir a los habitantes de la casa. Pero la mayoría, a excepción de Amalia que iba a visitar a su familia, se quedaban en casa.

Por lo que no importó que Frederick se desvelará leyendo lo que le dio Jean Philip a nombre de Edward, ya que podría levantarse todo lo tarde que necesitara para recuperarse.

Brenda y Gil preparaban hot cakes en la hermosa y bien iluminada cocina de la casa Green.

—Te dije —Gil movió la sartén para comprobar que ya podía dar vuelta al panqueque y lo hizo de dos movimientos—. Te dije que era un inútil, una total vergüenza para el gremio.

Despertar con una frase así de "motivadora", no le gustó nada a Wilson. Pero ese mocoso insoportable no le arruinaría el día con sus insolencias. Ni siquiera tuvo que salir de la cama para escuchar. Esa fue una de las cosas que aprendió durante la noche, de primera mano y con el maestro menos esperado. Y uno muy bueno y paciente, debía admitir. Ni una vez le levantó la voz ni se desesperó como ella.

Sí, le había dolido ese trato de su parte. Sería que se había acostumbrado a su trato tan cordial y de pronto, eso.  Lo lastimó no solo con su actitud y su brusquedad, sino que también físicamente. Se revisó la espalda cuando se levantó. Fue impresionante ver ese agujero pero ya no había rastro, solo su camisa agujerada y manchada de su propia sangre.

La comezón en el  área de la cicatriz del muñón empezaba a molestar otra vez y no tenía nada para ponerse. Debía conseguir la loción que necesitaba pero no quería salir y verlos. La cita con el kinesiólogo era hasta el lunes a las dos para ver lo de prótesis. A ver si lograba no comérselo. Últimamente siempre tenía mucha hambre, pero el delicioso aroma de los hot cakes y el tocino, ni siquiera le parecía apetitoso, incluso, sentía un poco de náuseas.

—No sé cómo pudo sobrevivir tanto tiempo en las calles como policía —continuó Gil—, siendo tan wey. Ni siquiera puede morder un cuello como dios manda.

—¿Y tú si?

—He estado ensayando. Por si acaso. No quiero pasar esas vergüenzas cuando me convierta.... Claro, si es que lo hago.

—No puedes ensayar algo así, Gilberto. No es solo morder, es aguantarte las ganas de beberte hasta la última gota. Eso es lo difícil.

—Pues no te aguantes, hay mucha gente en el mundo. Unos cuantos menos, no son problema. Además, bastante haces quitándoles de encima a esa gente indeseable y dañina. Uno de vez en cuando, pues no está mal.

—¿Y qué tal si te encuentras con un vampiro que piense como tú? ¿Te vas a sacrificar?

—No creo que vaya a preguntarme, güerita.

—¿Por qué me dices "güerita" ahora?

—Porque sí ¿Te molesta?

—No, es lindo.

—Ah bueno. Es que no me gusta como te pusiste y no quieres que te llame por tu nombre, que sí me gusta.

—¿Y tú? ¿Por qué no utilizas tu verdadero nombre?

—Ya me acostumbré a éste, hasta mi papá me llamaba así. El otro lo uso solo para fines legales. Además, siento que me queda muy grande.

—¿Cómo puede un nombre quedar grande? Ni que fuera ropa. Pienso que te queda muy bien, Edward Anthony Green. Es muy bonito.

—Algún día lo usaré, cuando sienta que lo merezco.

Gil sonrió triste bajando la cabeza, porque desde que mató a Wilson —porque lo hizo, lo mató a sangre fría—, no se creía digno de llevar el nombre de su padre.

Dejó el sartén a un lado y trató de contener un ataque de llanto.

—¿Qué pasó?

Ella se levantó y le dio un abrazo.

—¡Nada, nada!

Se soltó de su abrazo y corrió a esconderse en un rincón su cuarto para seguir llorando. No podía con la culpa a veces y ver a Wilson ahí todos los días, era un perpetuo recordatorio de lo que era capaz de hacer en un mal momento.

—¿Qué pasó, Gil? —Se acercó su padre y se hincó para quedar frente a frente— ¿Qué tiene mi bodoque? No, mi niño, tienes una imagen muy idealizada de mí, yo solo era otro asesino más, uno muy cruel, muy malvado a veces y si alguien se tiene que sentir avergonzado aquí, soy yo.

Edward intentó abrazarlo de algún modo, poniéndo las manos sobre su cabeza. Gil pudo sentir algo y levantó la cabeza. Miró el retrato —ya reparado— donde estaba él con su padre.

—¿Papá...?

Frederick lo hizo volver a donde él estaba, solo con llamarlo. Eso molestó a Edward, pero no tenía otro remedio, era parte de su sentencia. La buena noticia, era que tal vez podría hacer algo para comunicarse con Gil, y el don que su hijo tenía, podría ayudar.

A decir verdad, Brenda tampoco tenía muchas ganas de lidiar con la presencia de Wilson y luego de terminar su desayuno humano, se fue a bañar. Le propondría a Gil salir juntos un rato para que se alejara de Frederick un rato, pues intuía que él tenía que ver con el cambio repentino en su estado de ánimo. Confiaba en que él mismo decidiera marcharse y así no tener que cargar con la decisión de acabar personalmente con su vida.

Gilberto aceptó la invitación de Brenda y juntos se fueron de campo en el auto negro. Wilson solo se atrevió a salir de su cuarto cuando los escuchó marcharse. Caminó hasta la cocina en busca de las famosas jarras blancas, pero no había ninguna.  Buscó desesperado por todos lados, pero todas estaban vacías. Se enfureció, no podía evitarlo, tenía mucha hambre. No tendría más remedio que salir pero era de día.

—¡Lo ha hecho a propósito! ¡Quiere matarme de hambre para que salga a asesinar a alguien!

—¿No aprendiste nada? ¡No tienes que matar a nadie para comer!

—¡Quiere que lo haga, quiere convertirme en un asesino como ella!

—No te creas tan importante, wey —se burló—.Mejor deja de comportarte como un imbécil y sal a buscar lo que necesitas. De ti depende que te vea como un llorón patético, como te dijo anoche, o como un verdadero vampiro. Uno que no le de vergüenza tener cerca.

—¿Le doy vergüenza?

—Y mucha. Emily odia la debilidad, el lloriqueo.

—No todos podemos ser como ella y ese mocoso sádico que tienes por hijo.

—Mira, Wilsoncito, si quieres ocupar mi lugar, y sé que quieres, te mueres por eso, debes ser un rival digno y dejarte de babosadas. A ella no le interesa lo que te falte —señala su pierna ausente—, si te mira como una pobre cucaracha, no es por tu problema, sino porque no eres capaz de sostenerle la mirada siquiera. En lo que a ella respecta, eres una forma inferior de vida, totalmente prescindible.

—¿Y qué sugieres, gran experto?

—Sal, consigue tu comida y trae más. Llena esas jarras con sangre de primera calidad. Demuestra que no eres un inútil ¡Vamos!

—Es muy temprano, aún hay sol.

—Eso es una mentira, el sol no puede hacernos daño. Ve, compruébalo...

Desconfiado, Fred salió hasta la calle y se quedó varios minutos bajo los rayos directos del sol sin sufrir ni calor.

Regresó para cerrar la puerta y salió para calmar su hambre.

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