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Decadencia

El timbre sonó en la casa de los McDonald. Cómo siempre, aunque ahora con una desesperación que lo hizo apurar el paso, John abrió la puerta pero lo que vió no era lo que esperaba cuando joven de tez morena cayó en sus brazos sin poder decir nada claro, débil por pasar días sin comer y en el frío.

—Ayuda... Bre...

—¿Brexit? —completó John.

—¡Brenda! ¡¿Dónde está Brenda?! —aclaró y luego perdió el sentido.

—¿Quién es? —preguntó Will.

—No lo sé, pero quiere ver a «Brenda».

—¿Y quién es Brenda?

—No tengo idea. Llama una ambulancia —la cargó para recostarlo en el sofá.

—¡No! —dijo la mujer que acaba de reaccionar— Estoy bien... —intentó ponerse de pié—. Comida, necesito comida por favor...

—Y un buen baño —agregó el anciano, inconforme con el proceder de su vástago.

—Claro, espere, le traeré algo, ya casi está la cena.

A Will no le agradó aquello y lo miró con reproche cuando momentos después, llevó una bandeja con un plato de estofado y cubiertos.

La joven afrodescendiente devoraba todo lo que había en el plato con entusiasmo y sentía cómo poco a poco las fuerzas le volvían al cuerpo.

Belél no sentía tanta hambre desde... Desde la última vez que tuvo un cuerpo propio y vivo, como ese.

—¡Qué bueno está esto! —exclamó emocionada—. ¿Qué es? —preguntó ella durante una breve pausa en la que no se metió nada en la boca.

—Estofado y arroz —respondió John sentado a su lado.

—Qué bien cocinas, John.

Ambos hombres se sorprendieron. Fue Edward quien le aclaró el panorama.

—Lo llamaste por su nombre. Se supone que no lo conoces.

Belél buscó una rápida justificación para enmendar su error y la encontró en el pecho de su benefactor.

—El uniforme, su nombre está bordado en el uniforme —observó ella señalando, sin dejar de masticar.

—Es cierto —reconoció John apenado. Pero le habían pasado cosas tan extrañas últimamente,  qué ya no sabía ni que pensar.

—Mi nombre es Belél —extendió su mano—. Te agradezco tu hospitalidad. Otro me hubiera echado a la calle sin consideración.

—Solo hice lo que un buen cristiano haría.

—Oh, qué dulce. Eso le va a encantar a ella.

A Edward le molestó es comentario ¿Qué pretendía?

—¿A... A quién?

—A Brenda.

¡Ten cuidado con lo que dices, Bel! —advirtió el espíritu.

—¿Cuál Brenda? —indagó John.

—¿Cómo? ¿No ha llegado? Salió hace más de una semana, ya debería estar aquí. Y ya debió haberte localizado.

—Come, hijo... Debes tener hambre tu también.

—Come tú, papá, buscaré otra lata para calentar.

—¿Era de lata? —pregunta asombrada Belél.

—Sí —reconoció apenado—. Por eso estaba tan buena.

—No, la comida de lata es horrible. Debes haber puesto algo de tu magia ahí, amigo.

—¿Acaso estás coqueteándole?

—O tú tenías mucha hambre. Queda un poco ¿Quieres más? —ofreció el obrero.

—No, no, coman ustedes. Te agradezco mucho tu generosidad, John. Tenía días sin comer.

Will sirvió lo que quedaba y lo puso sobre la mesa para que su hijo se alimentara. Acababa de llegar del trabajo cansado y aún no cenaba.

—Come, John. No está bien que te malpases.

Se sentó frente a la mesa y obedeció a su padre, que miraba con desconfianza a la extraña.

¿Cómo se le ocurría meter a una desconocida a la casa? Podía tratarse de una viciosa, una ladrona, hasta una asesina. Además, parecía algo demente con eso de la tal Brenda.

—Le suplico que en cuanto termine, se vaya, señorita —dijo Will mirándola con desconfianza.

—Ya terminé, señor. El problema es que no tengo a dónde ir.

—Busque, seguramente encontrará una buena banca en algún parque.

—¡Papá, está nevando allá afuera, es sería inhumano!

—¿Y qué pretendes? ¿Que dejemos dormir a una vagabunda en nuestra casa? Tú no sabes que intenciones tenga.

—Ninguna señor, se lo aseguro.

—Vamos, papá, mira a tu alrededor, estamos a nada de acompañarla en alguna banca tú y yo. No hay mucho que robar por aquí.

—No soy una ladrona —aclaró la bruja, ofendida por tal insinuación.

Solo de cuerpos —se burló Green.

—¡No, no! Disculpe, solo... Yo...

—Habrían sido tan felices... —comentó Belél sonriendo, para provocar a Edward, con quién no podía hablar en ese momento.

John no entendía nada, pero su interés porque se quedara no solo obedecía al deseo de ser un buen samaritano. Necesitaba una explicación acerca de lo que había dicho, ya que no le parecieron solo desvaríos de alguien con mucha hambre.

—Cómo quieras, pero si la casa amanece vacía, será tu culpa.

—Sí papá, yo asumo la responsabilidad, no te preocupes.

Will se encerró en su cuarto después de cenar. John le facilitó una manta y una almohada a la joven.

—Gracias. Eres un buen hombre, John. Ella pocas veces se equivoca.

—¿Insiste con eso? ¿A quién se refiere, señorita?

—Belél, ese es mi nombre.

—Belél... ¿De quien habla, Belél?

—Ya se lo dije, de Brenda. Es una rubia muy bella, de enormes ojos azules y una mirada muy penetrante que lo está buscando.

—¿A mí? ¿Para qué?

—Es una historia muy larga, John, pero le aseguro que no es para algo malo. Todo lo contrario. Ella es una reina. Bondadosa igual que usted, justa y muy generosa.

—Pero no me ha respondido ¿Para qué, alguien como ella, me estaría buscando a mí?

—Para cerrar un círculo vital y espiritual.

—No se lo digas, ni siquiera lo va a entender.

—¿Cree en la reencarnación, John?

Nervioso, el hombre frotaba una con otra sus delgadas manos, recordando los sueños que había estado teniendo desde su encuentro con la rubia. Porque sí, él sabía perfectamente de quién hablaba.

🌟🌟🌟🌟🌟

Triste por la muerte de Jean Phillip y muy confundida por lo que descubrió de John, Brenda esperaba en el hotel a qué terminaran de amueblar la casa que acababa de adquirir.

También se sentía culpable por pensar tanto en el escocés y no dedicar uno solo a Edward. Después de doce años, los recuerdos de él se apagaban poco a poco, visualizando a duras penas sus facciones.

¿Acaso estaba entrando en alguna clase de decrepitud? ¿No se suponía que lo vampiros no envejecen? ¿Por qué tenía tan poca hambre y tanto cansancio? Definitivamente, algo estaba pasando.

🌟🌟🌟🌟🌟

John meditó su respuesta por un momento antes de responder.

—La vedad, es que ya no sé que creer. Me han ocurrido muchas cosas desde hace un par de meses y estoy demasiado confundido para procesar todo lo que dice. Y estoy agotado.

—Entonces vaya a descansar, John. Tiene mi palabra de qué, cuando amanezca, sus cosas y yo estaremos aquí todavía. Y otra vez, gracias.

—Ella ya estuvo aquí, pero no ha vuelto.

—Volverá, no se preocupe.

—¿Por qué cree que estoy preocupado?

—Por la cara de decepción que puso cuando abrió la puerta y me vio a mí, en vez de a ella.

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