Debajo de la superficie
Algunos días más tarde, la vida de Gil había tomado otra rutina. El hechizo de cautiverio apenas si hizo falta, pues lo había pensado mejor y sabía que le convenía estar ahí, aunque evitaba ingresar a la habitación que su padre y ella compartieron. No sabía si resistiría ser testigo de algunas cosas. Pero con la pasión que parecía haber entre ellos dos, era inevitable no toparse con ciertas visiones en algunos rincones de la casa. Solo le quedaba apartar esas imágenes de su mente a como diera lugar.
El asunto era que, aunque le doliera, su padre había, no solamente había amado con locura a esa mujer, sino que la había vuelto su mundo, su razón de vida y hasta de veneración. Para Edward Green, Emily Rose Walters, no únicamente era su esposa, era su enfermedad y su cura.
¿Entonces, qué sitio ocupaba su madre? ¿Qué significó Cordelia Aranda para él? Nada, se respondió a sí mismo. Una partícula en medio del agujero negro de su amor por Emily.
La gente, tal vez por culpa de la literatura y el cine, suele romantizar ese tipo de relaciones que, en su opinión, rayaban en la enfermedad mental. Esa intensidad tan fuera de toda proporción no era algo normal ni natural. Lo que Gilberto a veces olvidaba, es que su padre no era un ser natural. Dejó de serlo en aquel refugio, donde por proteger a esas tres damas, tres balas en su espalda, fueron precisamente las que acabaron con su vida como humano.
Tres balas y la sangre de su primer amor, Alexia Branson.
Él aún no sabía lo que era ser un vampiro, en especial, uno de la clase que era su padre. Ese cúmulo de apetitos y pasiones contenidos en una frágil psique humana. Esa lucha incansable por controlar lo incontrolable.
El poder, la furia, la sed, el hambre, líbido, amor, odio... Ni siquiera Emily supo nunca que, debajo de esa aparente calma y control de sí mismo que siempre se empeñaba en aparentar, había un océano de sentimientos y sensaciones. Era un infierno interior que bullía y solo lograba calmarse derramando sangre.
Y eso, Gilberto tenía una manera de averiguarlo.
..........
Cuando Belél miró salir a Gil, quedó maravillada, a pesar de que había observado ese rostro algunos siglos atrás. La Mayombe sonrió satisfecha al observar lo que había ayudado a crear. Un engranaje que embonaba y giraba perfectamente al compás del tiempo y el espacio. Una historia que se repetiría cuántas veces hiciera falta y, teniendo en cuenta que la maldad era eterna, ellos por necesidad tendrían que serlo también. Y Charles... Charles podía irse al infierno, porque ya nada tenía el poder de detener aquello. Morirían y renacerían. Nacerían y se encontrarían una y otra, y otra, y otra vez, sin que él pudiera evitarlo; y vaya que lo había intentado.
Tan segura estaba de eso, que esperaba otra vez la intervención de Walters. Reencarnación, tras reencarnación había tratado de romper la cadena, asesinando al heredero sin conseguirlo. Pero tampoco se confiaba y estaba dispuesta a protegerlo.
—¡Gil! ¡Gil, ven!
Lo llamó Catalina a gritos. Gilberto la vio, pero no le quiso prestar atención. Seguía dolido con ella por todo lo que hizo. Además, no era tonto y se había dado cuenta de que saber que ahora vivía mejor, despertó en ella el interés.
—¡Gil!
—¿Qué, Catalina, qué se te ofrece?
—Ay nada, solo pensé que podíamos, no sé, ir a tomar un café.
—A ti no te gusta el café, me lo repetiste mil veces.
—Pues se me antojó, así de pronto. Invítame uno, ¿no?
—No, que te lo invite tu amigo el cara de torta. Yo tengo clases y muchas cosas que hacer, adiós.
Frustrada porque sus encantos ya no parecían surtir efecto en él, lo dejó ir por el momento, al menos, mientras pensaba como recuperarlo. No iba a permitir que otra se quedará con lo que le pertenecía.
—¿Qué haces con ese tarado? —Le preguntó una amiga que se acercó.
—Pues tratando de volver.
—Pero tú dijiste que...
—Ya sé lo que dije —la interrumpió—, pero parece que después de todo, no estaba tan loco. Mira, ¿ves aquel carro negro?
—Sí.
—Pues Gil viene en él todos los días. Dice que es el carro de su madrastra.
—¿La que dice que es vampira?
—Si, esa. Obvio, no creo esa babosada, pero mira el carro, tiene chófer y todo.
—¿Y?
—Que tal vez estaba diciendo la verdad, al menos en eso.
—¿Y...?
—O sea, ¿eres o te haces, mija?
—¿En serio vas a andar con un fulano que no quieres, solo por dinero?
—¿Y quién te dijo que no lo quiero?
–¡Tú!
—Pues cambié de opinión y estoy dispuesta a darle otra oportunidad.
Jean Philip, quien las observaba desde su ubicación, movió la cabeza en negación ante lo que acababa de escuchar. Sin duda, iba a mantenerla muy vigilada a partir de ahora.
Wilson estaba poniendo todo su empeño en la rehabilitación y Jonás lo apoyaba como siempre. Aunque Frederick no le había dicho por qué le urgía tanto caminar sin ayuda, imaginaba que la mujer de la que tanto le hablaba era la causa.
Estaba enamorado, de eso no había ninguna duda. Pero se trataba de una ilusión, pues él mismo le había confesado que la había visto dos veces y hablado, nada más una. Sin embargo, nunca lo había visto así por nadie. Emocionado, motivado y tan ilusionado solo por la idea de verla.
Aunque le parecía una tontería lo que Mad había comentado respecto a la propietaria del anillo, viendo a su hermano así, parecía como si él estuviera bajo alguna especie de hechizo o influjo.
Ya estando solos, Green decidió confrontarlo con una verdad que hasta entonces Frederick no había tomado en cuenta: Él, Edward, vivo o no, seguía siendo su esposo y no estaba dispuesto a dejarle el camino libre.
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