De vuelta a las andadas
Wilson caminaba por el piso pulido del aeropuerto Rodolfo Sánchez Taboada de la ciudad de Mexicali. Inseparable, como siempre, Edward a su lado.
Frederick solo llevaba una maleta, no necesitaba más por el momento y se encaminó a tomar un taxi. Había hecho una reservación para hospedarse en un hotel de tres estrellas. Aún le quedaba bastante dinero de la exageradamente generosa recompensa que Brenda le había dado y eso, fue gracias a que limitó mucho sus gastos en el transcurso de esos tres meses que estuvo lejos.
—Habla como te enseñé, si te ve cara de turista te van a querer cobrar el doble. No sisees.
—A ver si me sale, son muy malo para los acentos.
—Di: "Buenas, compa, ¿cuánto por llevarme al centro?" A ver, dilo.
—Buenas, compa, ¿Cuánto por llevarme al centro?
—¡Centro! Repite después de mí...
—Ya, wey. Ce-centro.
—Sí, pero sin tartamudear. Te van a cobrar como cuatrocientos o quinientos, pero si hablas como español, te suben a mil los desgraciados.
—Lo intentaré.
—Eres un irritante encanto cuando te lo propones, Edward —observó Lorraine, divertida.
—No me gustan los abusos.
—Buenas tardes, ¿cuánto por llevarme al centro?
—Ochocientos.
—¡Joder, macho, ni que fuera un Bentley!
—¡Ya valió! Iba tan bien...
—Déjalo.
—Puede irse a pie si quiere...
—Mire compa, no me quiera ver la cara de pendejo, sé bien cuanto cobran, ya me informé y si no quiere que lo denuncie, va a cobrarme lo justo.
—¡Eso es lo justo! ¡Ya le dije, si no le gusta, váyase a pie!
—Wilson...
—¡Es un hijoeputa abusivo!
—¡Wilson, mira!
Edward paró así la discusión cuando vio el auto negro llegando a la entrada del edificio, de donde descendió Jean Philip.
—Señor Wilson —habló el hombre, con voz gruesa y potente mientras caminaba en su dirección.
—¿Es el chofer de tu mujer? —colocó la mano a forma de visera, para poder ver mejor.
—¿Le dijiste que vendrías?
—No. Esto no me está dando nadita de confianza.
—¿Cómo lo sabe entonces?
—¡No lo sé!
—Señor Wilson, suba por favor. Yo lo llevaré.
—¿A dónde? —preguntó con desconfianza.
—A donde usted me indique.
—¿Cómo sabían que vendría?
—Ese es un secreto profesional.
—¿Cosas de vampiros?
—Así es, cosas de vampiros.
—Green... ¿Crees que sea seguro?
Jean Philip se dió cuenta de su extraña conversación, pero fingió que no.
—Para mí, sí. Para ti, no sé.
—Lo digo en serio. Esto es muy irregular, ¿no te parece?
—Es esto o pagar ochocientos qué, claramente, sí tienes, pero qué es a todas luces, un abuso qué no debes permitir.
—¿Crees que si me ataca podrás ayudarme?
—Podría, sí. Pero no creo que te ataque.
—No le haré daño, señor. Estoy aquí para ayudarlo —aclaró el conductor con una sonrisa sincera, mirándolos a ambos de forma alterna y casi imperceptible.
Brenda había estado muy inquieta. Controlarse estaba empezando a ser peligroso. Se había convertido involuntariamente varias veces en ese corto periodo de tiempo y su humor estaba empeorando. Había bebido varios envases con sangre de los que Jean Philip la proveía, pero su hambre no se calmaba. Desesperada gruñó y se cubrió la cabeza con los brazos. Nunca se había sentido así antes y no sabía cómo manejarlo.
Por fortuna, Gil se encontraba a esa hora en la escuela y no podría hacerle daño si las cosas se descontrolaban. Bajó, eran las nueve de la mañana. Abrió la puerta y el sol le dio de frente. Se cubrió con el antebrazo instintivamente y volvió a la seguridad de la casa.
—¿Todo bien, señora? —preguntó uno de los empleados, acercándose a ella peligrosamente.
—Sí, todo bien, gracias.
Cuando el joven estaba a punto de retirarse, ella lo hizo detenerse de forma violenta y lo atrajo hacia ella para morderlo.
El joven era un vampiro y aunque recordaba el horrible sabor de Edward y el dolor que su sangre le produjo, prefería eso, que seguir con ese apetito enloquecedor que ya no le permitía pensar con claridad.
El chico no moriría, tardaría dos días en recuperarse totalmente.
—Lo siento, cariño —lo acomodó en el sofá de la sala—. Tomate el día. Tengo que salir...
Edward en esas circunstancias solía inmolarse para que el ataque pasara, pero para ella era mejor salir a trabajar.
Sin embargo, no había tiempo para ser selectiva cuando estaba a punto de transformarse en un verdadero monstruo aniquilador. La versión que temía, pues aunque conservaba cierto grado de consciencia, al final poco importaba. Se apresuró a llegar al centro, entró a un hotel de mala muerte y empezó a dar cuenta de mucha gente ahí.
Uno tras otro caían al piso y con cada muerte, su ansiedad disminuía con angustiante lentitud.
Rompió varios cuellos, pero se engañaba a sí misma, pues sabía perfectamente lo que de verdad necesitaba.
Conforme la gente se daba cuenta, hombres y mujeres, por igual, intentaban escapar en medio de gritos y maldiciones.
Varias cabezas y miembros cayeron rodando, manchando el suelo de rojo. Otros, en su intento de escapar, resbalaban con la sangre. Los gritos se escuchaban hasta al menos dos cuadras, pero nadie se atrevía a averiguar lo que estaba pasando.
Pronto el lugar fue acordonado y rodeado por patrullas y aunque algunos entraron pistolas en mano, al ver el horror ahí adentro, salieron y vomitaron sobre la acera.
Un arroyo de sangre bajó despacio por los escalones hasta la puerta de entrada. Brenda había convertido el sitio en un matadero y el olor a carnicería salió, ayudado por las corrientes de aire.
Nadie pudo entrar en varias horas.
Brenda se quedó sentada en una cama. Apestaba a cigarro, orina y sangre seca. Era un sitio inmundo. Tranquilamente, se levantó y salió por la ventana. Solo un testigo la vio, pero a ella no le importó. Siguió su camino.
En la televisión de un comercio de artículos electrónicos, una reportera narraba lo sucedido:
"Dantescas escenas dejó la masacre que se registró esta mañana en un conocido hotel del centro. Auténticos ríos de sangre, además de partes de cuerpos y múltiples cadáveres, han arrojado los primeros reportes. Nadie sabe qué pasó aquí, nadie vio nada, y quien pudo haber visto algo, lamentablemente, ya no podrá relatarlo".
Wilson se instaló en un hotel de mediano prestigio. El viaje había sido cansado, pero aun así tenía ánimo para salir a explorar la ciudad. Tomó el control del televisor y encendió el aparato. Recorrió los canales hasta que encontró una señal local.
En la pantalla se apreciaban imágenes donde un montón de patrullas, camionetas, y ambulancias, rodeaban y acordonaban la entrada de un edificio.
Llantos y gritos se escuchaban de fondo, mientras la reportera trataba de hacerse escuchar. Frederick subió el volumen para escuchar lo que pasaba.
—Así es Rosa María, las autoridades todavía no han querido dar información, lo único que vemos son a los peritos de la Fiscalía entrando y saliendo con botas de carniceros o zapatos cubiertos con plástico y cubrebocas.
—Vaya, parece que no mentía cuando advirtió que era un sitio peligroso.
—¿De qué hablas, Wilson?
—¿Qué no lo ves? ¡Han asesinado un montón de gente!
—¿En dónde?
—En un hotel al parecer.
Catalina no quitaba el dedo del renglón en su esfuerzo por reconquistar a Gilberto, pero las cosas se le iban a complicar, pues ya había puesto los ojos en una nueva estudiante de intercambio.
Gil la contemplaba embelesado, mientras ella hablaba por teléfono. Se preguntaba si estaría hablando con un novio qué tal vez dejó en Londres.
—Tío, ya estoy aquí.
—¿Ya lo localizaste?
—Sí. De hecho, está a unos metros de mí.
—Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Llegaré en un par de semanas. Hasta entonces.
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