Cosas pendientes
Al ver a la amable mujer de su sueño frente a él, John estiró la mano. Dudaba que fuera real y lo comprobó cuando una pequeña distracción lo hizo volear a otro lado y al volver la vista, ella ya no estaba.
Menos agitado, se puso de pie, lo que permitió ser visto por el reportero y su desde el auto. El conductor se detuvo en el primer espacio permitido y ambos hombres bajaron para encontrarse con el fugitivo.
—¿Estás bien, John? ¿Qué pasó, por qué saliste así? —cuestionó el hombre de la prensa.
—Sí, sí, estoy bien.
—¿John...?
—Hola, papá —dijo, mirando a Will con aquella mirada llena de tristeza y rencor.
—¡Hijo! —exclamó emocionado y lo abrazó. Era John, era su hijo otra vez. Aunque él no parecía muy feliz de verlo de nuevo —. Ven, vamos a casa.
—¿Seguro que estás bien? Puedo llevarte con un médico.
—No, gracias, estoy bien.
John entró a la parte trasera del auto y Will se sentó a su lado, con lo que su cuerpo se tensó automáticamente.
Vaya hipócrita, pensó. Mientras vivió, se dedicó a hacer de su vida un infierno y ahora hacía su papel de padre preocupado y amoroso.
—Ya, suéltame —murmuró seco, sin siquiera mirarlo.
—Debes estar muy confundido por todo lo que pasó, pero todo va a estar bien.
Pero John solo sentía como si hubiera escapado de la cárcel y lo hubieran atrapado para llevarlo de vuelta a la celda a seguir cumpliendo una condena que no merecía.
Edward se encontraba en un lugar desconocido donde no había nada, excepto mucha luz brillante y una neblina que le cubría medio cuerpo.
—¡Belél! ¡Belél!
—¿Qué pasa? ¿Qué son esos gritos?
—¿Cuáles gritos? Yo nunca grito.
—Acabas de hacerlo.
—¿Dónde estoy? ¿Qué es éste lugar?
—Es el sitio a dónde van las almas sin cuerpo.
—Perdón, pero yo si tengo cuerpo.
—Oh, no cariño, ese cuerpo no te pertenece.
—¡¿Cómo que no?!
—Ese cuerpo sigue siendo de John.
—¡Pero él murió, él no debería estar ahí ya!
—Sigues gritando.
—Perdón... ¿Qué va a pasar conmigo entonces? ¿Me voy a quedar aquí?
—No necesariamente. Mira, hay dos opciones: O esperas el siguiente cuerpo disponible, o llegas a un acuerdo con el dueño.
—¿Y cómo hago eso?
—Habla con él. Pídeselo.
—¿Y si se niega? ¿Además, cómo?
—Frente al espejo, Edward.
—¿Y si se infarta?
—Edward, John no ha terminado su ciclo, es por eso que volvió. Pero a mí nadie me lo dijo.
—¿Y los grande maestros de los que me hablaste?
—Hace mucho que no quieren tratar conmigo. He roto muchas reglas para ayudarte, estoy usando un tipo de magia que se acerca mucho a la magia negra.
—¿Estamos solos?
—No necesariamente pero... Sería mejor que lo estuviéramos.
Mexicali
Gil se alarmó cuando descubrió que la sangre de vampiro estaba por acabarse. Quedaba muy poca y ya no se sentía seguro sin su dosis diaria.
Sin ella, solo sería un humano común y corriente y peligrosamente mortal.
Había acabado con la sangre de su abuelo y el recipiente con la de su padre estaba a menos de la mitad, a pesar de que la bebía literalmente con gotero.
Brenda le dijo que bastaba una gota en su torrente para que funcionará la conversión, pero que en las escasas situaciones en las que decidían ayudar a alguien por medio de su sangre, usaban un poco más para asegurarse de que funcionara.
En el manual decía exactamente eso. También, qué casi no lo hacían porque corrían el riesgo de fabricar un vampiro al que después tendrían que eliminar. Por eso debían seguir a la persona por veinticuatro horas para asegurarse de que estuviera a salvo hasta que su sangre ya no tuviera efecto.
Era fascinante y se sentía especial ser parte de ello. No entendía por qué algunos hacían tanto drama. Aunque recordó qué, por un tiempo, él mismo no aceptaba ese estilo de vida. Pero las cosas habían cambiado y entre más lo pensaba, los temores desaparecían.
Ahora necesitaba más sangre de vampiro. Pero no quería la de cualquiera. Se preguntaba si Brenda estaría dispuesta a donarle una poca.
—Por supuesto, corazoncito —se abrió una herida en el brazo y vertió una cuánta hasta que llenó una taza pequeña.
—Brenda, eso tiene café.
—¿No la quieres para ahorita?
—Sí, pero no tanta.
—Ah, ok. No te preocupes ¿Quieres que te llene tu capsulita?
—Si fueras tan amable.
—Rápido, cariño, que esto duele.
Eso había sido muy fácil. Pero claro, era ella y ella nunca le negaba nada.
Wilson miraba de lejos. Sentía algo de envidia, pues le hubiera encantado tener la sangre de ella cuando el infeliz de Gil lo lanzó por la escalera.
Desanimado entró a su cuarto. El crecimiento de su pierna se había detenido y seguía teniendo un desagradable muñón. Debía continuar usando las muletas que ella tanto detestaba.
Había estado sobreviviendo con la sangre que guardaban en la nevera, pero ya no le satisfacía. Estaba fría, el sabor cambiaba y era desagradable. Pero la idea de salir a cazar en esas condiciones no le fascinaba.
Pobre, miserable vampiro cojo. Debía verse patético. Se sentía así. Y no soportaba esa idea, pero no vio que tuviera otra opción y salió a la calle.
“Una buena manera de bloquear la culpa es asesinar a quien lo merece. Pero si no tienes la manera de saberlo, tendrás que adivinarlo. Pero sé que tú —el resto del párrafo aparecía tachado y había una enorme y temible laguna de información ahí.
—¿Qué más decía? Una buena manera de bloquear la culpa... No , no tengo manera de saberlo ¡Piensa, Fred, piensa!¡No puedo, tengo mucha hambre!
—¿Necesitas ayuda, Wilson?
—¿Qué haces aquí, chaval? Regresa a casa, es peligroso.
—¿Para quién? ¿Para mí o para ti?
—Vamos, que si te pasa algo, tu madre me matará.
—¡Ella no es mi madre, ya te lo he dicho!
—¡No pienso discutir, regresa y ya!
—Debes salir antes de que te de hambre —sacó una botella con sangre de tu chamarra—. Toma.
—¿Por qué lo haces? ¿Qué quieres?
—No quiero nada. Pero siento el deber de transmitirte mi conocimiento.
—Sé a qué te refieres y tengo una copia de ese libro. De hecho, lo sé de memoria.
—“Felicidades”. Pero no importa cuánta teoría tengas si eres pésimo en la práctica.
—¿Y tú me vas a enseñar?
—A eso vine. Regla número uno: “Puedes matar a quien te comas, pero no debes comer a quien mates”.
—Eso lo sé. Pero no lo entiendo “Ilumíname”.
—Que hay personas para comer y personas para matar —dijo, poniendo la mano sobre su hombro para activar sus visiones—, como el gordo maldito que le pegaba al perro.
—¿Cómo…? Ah, ya, te lo ha contado tu padre.
—Así es —mintió.
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