Confusión
—Será mejor que salgamos de aquí —Propuso Wilson.
—Jhon...
Will se paró frente a su hijo, que lo miró indiferente.
—¡John! ¡¿Qué hiciste?! ¡Mataste a una mujer! —
—No fue su culpa, Will —intervino Brenda, tratando de justificarlo.
—¡No, fue la tuya garrapata rubia! —le escupió Belél a la cara, llena de rabia.
—Fingiré que no dijiste eso, bruja. Debemos irnos.
—No tengo cinco años, Bel, yo sabía en lo que me estaba metiendo.
—Vaya, así que aún puedes hablar. Mírate, John, eras tan dulce y ahora... ¡Eres uno de estos!
—¡Vámonos ya!
Will se quedó atrás y Wilson fue por él llevándolo en brazos.
—¡Óigame! —reclamó el anciano, dándole varios golpes en el hombro.
—Si nos seguimos retrasando, no solo será una mujer, serán otras diez personas. Tiene el instinto despierto y en cinco minutos será incontrolable. De hecho... —lo baja—, será mejor que te quedes aquí, podría desconocerte y lastimarte... Anciano.
—Basta, irlandés, sé que eres tú.
—¡Shhh! Quédate aquí, vendré por ti luego.
—¿Por qué? ¿Por qué lo volvieron un monstruo?
—Fue su voluntad, Will. Él quiso esto.
—¡Fue por ella! ¡Esa demonia rubia! ¡Lo embrujó, irlandés, lo volvió loco!
—Tal vez ya lo estaba desde antes. Quédate aquí. No es seguro que vuelvas a tu casa ahora. Es más —sacó algo del bolsillo trasero de su pantalón de mezclilla—, toma esta llave y espérame ahí.
Will tomó la llave de una habitación de hotel y vio alejarse ese hombre que nunca antes había visto, pero que sin duda, sentía familiar.
Wilson corrió a toda velocidad, pero Brenda y John se habían marchado dejando a Belél ahí.
—¿Qué pasó?
—Dijo que no era seguro y se fue con él.
—Tiene razón. Bueno, creo qué tú y yo tenemos algo pendiente, bruja.
—¡Ay, Edward, sé que eres tú!
—¿Tanto a me nota? ¿Crees que ella lo sepa?
—No, toda su concentración se encuentra ocupada con John. O mejor debería decir, «Wes».
—¿Y si el de la profecía siempre fue él y no yo? Tal vez el viejo John sabía algo y por eso lo mató.
—Sí, sabía de la profecía, pero no sabía quién era y por eso no permitía que nadie se acercara a ella.
—¿Por eso la mantenía encerrada?
—No, eso era porque le temía. Pero no podía hacerle daño de otra forma. No podía sacarla de la casa por más de algunas horas y tampoco atentar contra su vida. Emily debía ser encontrada y lo fue. Detesto verte en ese recipiente, me dan muchas ganas de lastimarte.
—Lo siento, pero debo permanecer cerca de ella y ese tipo.
—Lo sé. No importa la profecía ya, Edward. Las cosas pasaron cómo tenían que suceder. Pero no te mentiré, no es inteligente carecer de opciones.
🌟🌟🌟🌟🌟🌟🌟
John veía todo a su alrededor impresionado. Hacía tiempo que no podía ver con tal claridad y detalle. Y escuchar...
Lo escuchaba todo, hasta cosas que pasaban en otras casas y en la calle. Pronto, todo eso lo abrumó, prefiriendo cubrir sus oídos y cerrar los ojos.
Brenda, sentada junto a él en el sofá de la sala, apartó sus manos y le susurró:
Concéntrate en mi voz. Solo mi voz. Lo demás no existe. Tienes suerte de tenerme, a mí me dejaron cómo perrito sin correa. Pero yo te voy a enseñar.
—¿Y a mí por qué no me enseñaste así?
Escuchó la voz de Wilson.
—Porque tú me caes gordo —respondió sin verlo.
Wilson se acercó amenazador, pero ella lo interceptó, lanzándolo contra la pared, rompiendo varias cosas.
—Lo siento, pagaré eso —le dijo al obrero.
—Tienes suerte de que no sea quien crees que soy —pensó dolido.
—¡¿Y qué tiene de especial este idiota?!
—No sé. Lo que yo quiera.
—¡Eres tan infantil! !Tú, di algo! ¡¿No puedes o que?! ¡¿Acaso necesitas que ella te defienda?!
John lo vio con ira.
—No creo que sea buena idea que hagas eso, Wilson... —aconsejó—. Recuerda que aún no puede controlarse.
—¡No me importa!
—¡Deja de gritar! ¡Me aturdes! —dijo por fin el vampiro recién creado— ¡Fuera de mi casa! ¡Vamos, fuera! No, tú no, tú quédate... —le dijo a Brenda y le sujetó la mano.
—Aquí voy a estar, no te preocupes. Queda mucho de que hablar y mucho sobre lo que debes saber.
🌟🌟🌟🌟🌟
Wilson no tenía idea de dónde se encontraba. Era un lugar bello sin duda, pero demasiado pequeño e intentó salir en vano. Más allá del arco florido, no había nada más y sintió terror. Además su ropa no era la que se había puesto esa mañana, sino un elegante y antiguo traje azul oscuro de rayas y una camisa blanca con mancuernas de oro.
Un repentino deseo de mirarse al espejo le asaltó, pero no había ninguna superficie reflejante en ese sitio. Todo alrededor era un cerco de arbustos que lo sobrepasaba por varios centímetros, mismo que escaló y del que cayó cómo expulsado hacia atrás.
Era obvio que lo que fuera, intentaba mantenerlo ahí.
¿Pero cómo llegó? ¿O quién lo metió ahí? ¿Y por qué?
Desgraciadamente para él, la única que podía responder todas esas preguntas, era la misma que intentó acabar con él.
Gotas finas comenzaron a mojarlo un poco y cuando empezó a arreciar la precipitación, se refugió en un bellísimo cosco tallado en madera, cubierto en algunas partes con gardenias, cuyo perfume lo inundaba todo.
Los charcos se empezaron a formar en algunos puntos del césped y tuvo una idea. Aunque debía esperar a que dejara de llover en ese aparente sueño.
Unos minutos más y el agua se detuvo. Su traje estaba mojado y tenía frío. Salió de la seguridad del kiosko y ante el primer charco lo suficientemente amplio, se agachó para verse.
—¡Edward! ¡Soy Edward!
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