Conexión
Belél descubrió que el cuerpo elegido le quedaba muy bien, se sentía cómoda.
El problema con Edward, fue que eligió un cuerpo muy estrecho y eso hizo sufrir a ambos. Porque el dolor que le provocaba al pobre John, no se debía solo a su resistencia por ser poseído, sino al tamaño del espíritu parásito. Porque sí, hasta en las almas, el tamaño importa.
No es que tener un alma grande significará ser mejor persona, pero en ese sentido, la gente era como los caracoles. No puedes meter un caracol enorme en un caparazón pequeño. Por eso, cuando un humano va a renacer, se elige el cuerpo acorde al tamaño de su alma. Suena tonto, pero así son las cosas en el reino espiritual.
Se enredó en la sábana y procedió a salir sin que la vieran. No tenía ganas de aguantar un circo mediático cómo el que se formó con el obrero.
John seguía desorientado, de pie a la entrada del hotel, sin saber qué hacer. De pronto olvidó como regresar a su casa. Miraba alrededor con una angustia creciente por no saber cuál camino tomar. Intentó recordar su dirección para tomar un taxi, sin embargo, tampoco lo consiguió. Buscó su teléfono móvil, pero no lo tenía en ninguno de los bolsillos.
Culpó entonces, a la mala calidad del licor que le sirvieron en el bar donde estuvo bebiendo toda la tarde anterior.
Adentro, en el sofá donde John había pasado la noche, el teléfono no dejaba de sonar. Brenda intentó responder, pero la batería solo le permitió oprimir un botón y luego se descargó totalmente.
-¿Y eso? -preguntó con poco interés.
-Es de él. Se le cayó cuando se fue. Pero ya se descargó.
-Qué conveniente. Ahora ya no son zapatos, son celulares.
--Voy a conseguir un cargador. Necesito localizarlo.
-¿Para qué?
-Para devolverlo.
-Sí, claro... Pareces una adolescente, wera.
-Necesito saber por qué o para qué nos conectamos, Gilberto.
-Sí, sí, lo que digas.
Brenda rodó los ojos y salió.
Gil había estado tratando de comunicarse con Katherine desde hacía meses. Tal vez no quería nada con el loco de Charles, pero la extrañaba y necesitaba saber por qué ya nunca lo llamó.
-¿Hola? -respondió finalmente.
-Hola, Katherine ¿Qué milagro?
-¿Milagro?
-Sí, que contestas ¿Dónde estás? ¿Qué haces?
-¿Qué quieres, Gil?
-Saludarte, saber cómo te ha ido.
-Bien.
-Tengo ganas de verte.
-¿A mí? ¿Estás seguro de que es a mí a quien quieres ver? Eres igual que mi tío, ¿sabes?
-¿Por qué dices eso?
-Observé a tu madrastra y lo supe. Ambos, mi tío y tú, están obsesionados con esa mujer. Pero creo que lo tuyo es un poco más enfermo. Yo no quiero ser sustituto de nadie, Gil.
-No lo eres, Katita, no sé de qué hablas. Mira, dime donde estás y... Ay no, no puedo.
-¿Qué no puedes?
-Verte. Yo, nosotros, estamos en Edimburgo, pero no me acordaba.
-¿Qué haces allá?
-Vinimos a buscar a un tipo.
-¿Quienes?
-Brenda y yo.
-Ah, claro, los inseparables ¿Ves?
-Sé lo que parece, pero...
-¡No, Gil, no parece! ¡Tú estás enamorado de ella! Y como sabe que esa relación es enfermiza, no te corresponde y por eso me buscas a mí.
-¡No! ¡Eso no es cierto! No sé de dónde sacas eso.
-Adiós, Gil -colgó.
Tal vez no estaba enamorado de Katherina, pero le agradaba como amiga y en ese momento se sentía muy solo e infeliz.
Cuando Brenda cruzó el umbral de la puerta del hotel, caminó unos pasos y se encontró con John, a quien el portero del lugar había le había pedido que se retirara pues daba mala imagen con su apariencia de trasnochado.
-¿John? ¿Le pasa algo? Creí que ya estaba en su casa.
-Yo... No sé dónde es.
-¿Cómo que no sabe? Ah, mire, dejó su teléfono. Pero está descargado. Justo ahora iba a conseguir un cargador para devolvérselo.
-¿Por qué me persigue? ¿Por qué está tan interesada en mí, señora? Yo no tengo nada. Ni siquiera recuerdo donde vivo.
--¿De verdad no se acuerda de mí, John? Yo lo reconocí de inmediato. Vine desde México para verlo, para hablar con usted.
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