Cómo entrenar a tu vampiro Parte 2
En la era del internet todo se puede, por lo que no fue un problema conseguir que alguien le llevará un par de muletas para poder movilizarse.
Escuchó por enésima vez el irritante sonido de un teléfono que parecía proceder de arriba. Una vez que obtuvo lo que necesitaba, subió despacio para encontrar el aparato.
El ruido efectivamente procedía del cuarto de Gilberto. Con la prisa había olvidado su teléfono y tenía varias llamadas perdidas del mismo número.
—"Katita" —Leyó en voz alta.
Aventó el teléfono donde lo había encontrado, sin importarle que rebotara y se estrellara la pantalla. No conforme con eso, avanzó hasta donde había caído y levantó la muleta nueva para terminar con el aparato.
Continuó su camino hacia el cuarto de Brenda, donde también había cuadros con fotografías de ellos dos, Edward y ella, en un mueble, mismos que también tiró al suelo y machacó furioso con la punta de la muleta.
Sentía una oleada de rencor y amargura dentro de él. No sabía qué le pasaba, nunca había sido así, pero la furia lo dominaba en ese momento. Una furia que no podía controlar, que lo carcomía y que de haber habido alguien lo suficientemente cerca, le habría hecho pagar.
Edward consideró un imprudencia aparecerse en ese momento, pero preferiría que se desquitara con él y se tranquilizara, a qué se encontrará con Emily o Gil y lo hiciera con ellos.
—¿Con quién exactamente estás enojado, Wilson? ¿Conmigo, con Gil, con Emily? ¿Con la vida?
—¿A qué vienes?
—A hablar contigo.
—¡¿Para qué?!
—Porque creo que lo necesitas. Necesitas desquitarte, desahogarte. Desahogate conmigo.
—¡Nada hay que puedas hacer para impedir que haga pagar al miserable de tu hijo!
—Gil no es ningún miserable, es solo un muchacho tonto que actuó sin pensar. Y no lo estoy disculpando, pero lastimándolo no vas a lograr nada.
—¡A que si!
—Hasta loco estás —se burló Gilberto cuando lo vio hablar solo.
—¡Gil, no! ¡Vete!
Wilson se rió.
—Parece que no te puede escuchar.
—Aquí estoy para lo que quieras, pues.
—¿Dónde está ella?
—A ti que te valga madre, wey. Yo vine solo ¿Qué quieres?
—¿Que qué quiero?
—Has estado nombrándome y maldiciéndome toda la noche por lo que te hice. Ya estoy aquí...
—¿Pero qué...?
—Tuve que dormir a mi güera para que no interviniera. Yo no me escondo debajo de la falda de ninguna mujer. Pero aquí estoy, perro, para que me hagas lo que dijiste ¡Órale wey, no te tengo miedo! —Decía desafiante, mirándolo fijamente con el mentón arriba y abriendo los brazos —¡Déjate venir pues! ¡Vamos a darnos, pero con todo!
Era verdad, Frederick lo estuvo nombrando toda la noche en su mente, pensando en lo que le quería hacer para vengarse. Y por eso lo que dijo lo impresionó. A ambos, pues Edward se dio cuenta de la fuerza de su don.
De pronto, el enojo y todos esos sentimientos negativos desaparecieron del alma de Wilson sin explicación. Le causó gracia su actitud pendenciera pues él sabía que ante él, ya no tenía oportunidad alguna. Había presenciado lo que Brenda podía hacer con una sola mano y sin esfuerzo.
—¿Por qué lo hiciste? —Le preguntó ya más tranquilo—Yo no te hice ningún daño. Ni siquiera te conozco.
—¡No sé! Mal lugar y mal momento, supongo. Pudo haber sido cualquiera.
—¡Pero fui yo!
—Fue algo impulsivo.
—¡¿Y por un impulso me jodiste la vida?!
—¿Te jodí la vida? ¡Wey, es obvio que no sabes lo que dices!
—¡Mírame, Gil! ¡¿Crees que quiero estar así para siempre?! Hace algunos meses hasta te lo habría agradecido. Pero ya no.
—Yo no te dejé cojo, ni te di sangre de vampiro, yo solo... Te tiré por las escaleras. Si de algo te sirve, me arrepentí de inmediato. Y si hubieras muerto, me habría entregado a la policía.
—Lo dudo.
—Mírame... —Ordenó Gil y Wilson sonrió con amargura. Molestó, el joven repitió con más autoridad que antes— ¡Qué me mires! Nunca, pero nunca, dudes de mi palabra, Wilson. Para bien o para mal, lo que digo es lo que hago. Trató de ser congruente, justo y honorable, como mi padre me enseñó.
Al decir eso, se sintió avergonzado al recordar a su padre y la soberbia del inicio se convirtió en verdadera humildad y pena, logrando incluso, que la voz se le quebrara un poco y bajara el volumen, pero sin dejar de mirarlo de frente en ningún momento, pues en su opinión, era lo que un verdadero caballero debía hacer.
—Lo siento —continuó—, lo siento de verdad, pero ya no puedo remediarlo. Dispón de mi vida, si eso quieres.
A pesar de su dolor y su enojo, ese gesto le pareció a Frederick tan ridículo como enternecedor de parte del muchacho, quien se tomaba demasiado en serio todo ese asunto del honor.
—¡Joder, chaval, si que eres dramático! ¿Qué sigue? ¿Batirnos a duelo?
—¡Cállate, Wilson, no le des ideas!
—No sé que hacer contigo. Es verdad, tú no me hiciste cojo, ni me diste la sangre. Mira, tío, mejor vete, que tengo mucha hambre. Hablamos después.
—Como quieras. Supongo que vas a pensar cómo acabar conmigo.
—Ya veré qué se me ocurre.
—Tengo que ir arriba por algo.
—Si es tu móvil, olvídalo, ya no sirve.
—¿Qué le hiciste?
—No querrás saberlo, pero fue daño total.
—Entonces...voy a...comprar otro.
Frederick le hizo una seña indicándole la salida amablemente.
Edward estaba confundido, aunque no se fiaba del todo de su repentina actitud benévola. Lo que empezó como un posible duelo a muerte, ahora se había tornado inexplicablemente, en un extraña y cordial conversación.
—¿Qué esperabas? ¿Qué matará a un crío? Cómo se ve que no me conoces.
—Gracias, Wilson.
—Díme Fred. Así me dicen todos en casa ¿Qué le enseñaste?
—Lo que mi abuelo me enseñó. Ni más ni menos.
Alarmada al no ver a Gil por ningún lado, Brenda salió a toda velocidad del cuarto, cuando lo vio llegar por el pasillo.
—¡Gil! ¡¿Por qué me haces esto?! ¿Dónde estabas?
—Fui a ver a Wilson.
—¡¿Qué?!
—Tranquila, güerita, como ves, no pasó nada. Hablamos, aclaramos las cosas y todo está bien...parece.
—¿Parece?
—Bueno sí, parece.
—¡Pudo hacerte daño, Gilberto! —Lo abrazó llena de angustia— ¡No vuelvas a irte así!
—Brenda, no soy un niño, ya. No puedo estarme ocultando tras de ti todo el tiempo ¿O qué clase de hombre sería, díme?
—Uno vivo.
—¡Uno cobarde! Creo que podemos volver a casa.
—No, yo no confío.
—¿No confías en mí?
—No confío en que todo se haya solucionado tan fácil.
—Yo tampoco. Pero no parecía falso.
—Entonces vamos, odio la hoteles. Hablaré con él y lo enviaré a su patria lo más pronto posible.
—Claro, dudo que quiera quedarse a verle la jeta a su asesino todos los días.
—No eres un asesino Gil. Wilson sigue vivo. O algo así.
—Sí lo soy. El último humano además de mí en esa casa, y me lo despaché. Vivo rodeado de zombies.
—Sí, pero de los bonitos.
Cuando Jean Philip llegó, después de que Brenda le avisó que podía hacerlo, encontró a Wilson apoyado en muletas, limpiando el desorden que él mismo había causado.
—¿Qué hace, compañero?
—Yo creo que ya no por mucho. Limpio el desorden que he hecho.
—Déjemelo a mí. Mejor váyase a arreglar, madame no tarda en llegar y quiere hablar con usted.
—Está bien, gracias.
Wilson bajó las escaleras con cuidado. Edward se quedó con Jean Philip.
—¿Todo bien, señor?
—Eso parece.
—¿Puedo pedirte un favor, Jean Philip?
—Por supuesto, señor, dígame.
—En el despacho, detrás del librero, hay una puerta. Esa puerta lleva a un laboratorio secreto que usaba cuando vivíamos aquí. En la primera puerta del armario junto a la pared, hay un bolsa con un montón de libretas. Son todas las anotaciones que hice durante muchos años. Son para Gil, pero quiero que saques copias y le des esas copias a Frederick. Las va a necesitar. Los originales se los das a mi hijo.
—De inmediato, señor.
—Gracias.
Frederick se vistió y se afeitó lo mejor que pudo y aunque lo deprimía presentarse ante ella así, apoyado en muletas y con la pierna del pantalón doblada, trató de sobreponerse y actuar con la mayor naturalidad. Pero no se sentía cómodo y se notaba.
Brenda por su parte, se sentía apenada y un poco temerosa aún por la seguridad de Gilberto. Entendía que ese pobre hombre estuviera furioso. Después de todo y hasta el momento, lo único que su familia había hecho, era arruinarle la vida. Primero ella y ahora Gil.
Wilson tocó la puerta del despacho.
—Adelante, señor Wilson —él abrió la puerta de caoba y entró—. Siéntese —indicó ella con amabilidad.
Le pareció raro qué, quien parecía sentirse apenado y acongojado, era él. Ni siquiera se atrevía a mirarla y mantenía las manos entrelazadas sobre su regazo, después de acomodar las muletas en el respaldo de la silla donde estaba.
—Señor Wilson, primero que nada, quiero pedirle una sincera disculpa a nombre de mi hijo. Sé que una disculpa no es ni será nunca suficiente y no repara el daño que se le ha provocado, pero...
—No se preocupe, señora, ya hemos hablado y él mismo ya venido a disculparse.
—Mire, entiendo que prefiera marcharse aquí y le ofrezco pagarle el viaje en primera clase a su hogar, donde quiera que esté y por supuesto, reemplazar su pierna protésica. Además de pagarle una compensación económica suficiente como para vivir cómodamente.
—Yo...yo necesito trabajar.
—Yo preferiría que no, señor Wilson.
—Le aseguro que a pesar de mis circunstancias, sigo siendo muy capaz.
—Eso no lo pongo en duda.
—Si le preocupa que tome represalias en contra del muchacho o de usted, le aseguro que no será así. Cómo le dije, él y yo ya hablamos y le aseguro que de mi parte, no hay ningún rencor. Por favor —la miró casi con súplica—, permítame conservar mi trabajo.
—Señor Wilson...
—¿O ha tenido alguna queja de mi? ¿He hecho algo mal, o incorrecto?
—No, no es eso.
—Entonces por favor, no me despida.
—No lo estoy despidiendo.
—¡Sí, sí lo está haciendo! ¡No quiero su dinero, no quiero nada, solo quiero quedarme aquí!
Ambos se sorprendieron. Ella por su extraña vehemencia y él por ese exabrupto desesperado. En verdad no quería irse, pero de pronto sintió como si no fuera él mismo quien hablara. Estaba tenso, apretaba los puños y se sentía desesperado.
Algo era claro para Brenda, algo que sus ojos le dijeron: Frederick Wilson estaba enamorado. Después de todo, nadie perdonaría algo como lo que Gil hizo, si no hubiera un fuerte sentimiento de por medio.
—Está bien, señor Wilson, puede quedarse si tanto lo desea, pero mi oferta seguirá en pie por si cambia de opinión. Puede retirarse.
—Gracias, señora. Se lo agradezco de verdad.
—Frederick...
—Dígame.
—Le estoy dando mi confianza, así que le advierto qué, si está planeando algo, mejor olvídelo porque si intenta hacerle daño a mi hijo, tome en cuenta que ahora tendrá una larga vida para hacer que lo lamente.
—Le aseguro que no me atrevería a pensarlo siquiera.
—Más le vale.
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