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Cómo entrenar a tu vampiro parte 1

Edward entendía lo que Wilson sentía. Pero Gil era su hijo y obviamente no quería que le sucediera nada. Confiaba en que Emily tomaría la mejor decisión.

Frederick pensaba en cuan poca diferencia sentía. Tal vez porque ese sitio estaba cerrado y la luz del sol no entraba por ninguna parte. También sentía algo en el área de las encías. Comezón, un poco de dolor punzante, ardor...

—Decidas lo que decidas, voy a tratar de que ésto sea lo menos traumático para ti.

—¡Cállate!

—Y a nombre de Gil, te pido que lo perdones. Actuó por impulso.

—¡Eso jamás! ¡Me arruinó la vida, Edward! ¡Eso no se arregla con una disculpa!

—No te arruinó nada. Tal vez no fue de la mejor forma, pero pronto empezarás a descubrir habilidades que como humano no tenías.

Frederick decidió ignorarlo y se quitó el pantalón. El cuerpo de la prótesis estaba torcida y abollada de la parte de arriba. Se la quitó porque había empezado a sentir mucho dolor y comezón insoportables en la cicatriz del muñón. Se rascó tanto que se sacó sangre .

—¡Ya déjate eso, Fred! ¡Te haces daño!

—¡No puedo! ¡No puedo!

—¡Wilson, ya!

—¡No quiero estar así para siempre! ¡Pero tengo mucha hambre! ¡Tienes que ayudarme!

—Tienes un ataque de ansiedad.

—¡Ay, no me digas!

—Solo hay una forma de pararlo. Reiniciarse.

—¿Qué quieres decir?

—Cuando despiertes estarás mejor.

—¿Qué me mate, dices?

—Así es.

—Vaya, ustedes quieren acabar conmigo a como de lugar.

—Ya nada puede acabar contigo, Wilson.

Sin pensarlo, Wilson tomó un trozo de tubo y se lo clavó en el vientre.

Edward miró aquello impactado

—¡Por Dios!

Wlson se retorcía de dolor en el suelo.
Edward sentía una lástima inmensa por él. Era obvio que había sido una mala elección. En teoría podría haber funcionado, tenía las características que se necesitaban para el trabajo. Pero lo veía débil y hasta vulnerable, para ser un vampiro.

Aún así intentaría hacer de él uno decente y sobre todo, hacerlo olvidar su venganza. Gil ya tenía un enemigo conocido y varios por conocer. No necesitaba otro.

Gilberto no dejaba de pensar. Brenda no decía nada, solo estaba a su lado.

—¿No vas a salir?
—No.
—¿Y si te da hambre?
—Hambre siempre tengo. Pido algo.
—¿Por qué dices que el cojo no está muerto? ¿Cómo pasó?
—Gil...
—¿Qué?
—No le digas así.
—Mentiras no son. Ay, bueno —rodó los ojos y corrigió— ¿Por qué crees que el maldito lisiado no está muerto?
—Jean Philip le dio de su famoso "café mágico" con un poco de su sangre. Se lo da a todos los que aceptan nuestras condiciones de empleo.
—¿Para qué?
—Para que no se los traguen los demás cuando están a prueba. Yo puedo comerme a Amelia, pero Amelia no puede comerse a Jean Philip y viceversa, sin sufrir horribles dolores y convulsiones.
—¿Por qué tu si puedes comerte a otros vampiros?
—No lo sé. Solo es así. Aunque no a todos, la vez que probé a tu padre morí de dolor. Literalmente. Pude haberlo matado y supongo que es un mecanismo de defensa para evitar que nos comamos entre nosotros. Sabía delicioso, pero no lo volvería a intentar. Si estuviera aquí, quiero decir.
—¿Y a mí? ¿No quieres probarme?
—No.
—¿Por qué? Estoy vivo...todavía. Claro, hasta que Wilson me encuentre y me mate.
—Intento protegerte, Gil. Incluso de mi. Por eso siempre trato de estar bien alimentada.
—¿Ah si? ¿Por qué? ¿Por la estúpida promesa que le hiciste a mi padre?
—Así es. Y no es estúpida.
—Pasé gran parte de mi niñez y adolescencia odiándote, ¿sabías?
—¿En serio? ¿Por qué?
—Porque para mi madre y para mí, eras la villana, la que se llevó a mi papá, la que hizo que nos abandonara.
—Yo no hice eso. Yo me fui, Gilberto, precisamente para que él permaneciera con su familia. Pero tu padre me buscó porque estaba muy enfermo.
—¿Qué tenía?
—Era algo relacionado con la magia. Pero nunca me dijo qué

A Gil se le vinieron a la mente las imágenes que vio en el laboratorio oculto de su padre.

—¿Qué hicieron con su cuerpo?
—Yo quería traerlo, pero Damon y Stefan decidieron que era mejor quemarlo.
—¿Y esos güeyes qué derecho tenían?
—Él era su hermano. Y ellos son tus tíos.
—Damon. Si, ya lo recuerdo.

Ella se quedó dormida. Gil la cubrió con la cobija y se dispuso a dormir también. Mañana la seguiría interrogando, pues aún tenía muchas preguntas.

La escotilla de la entrada estaba muy alta y la escalera que llevaba a la salida estaba derrumbada. Wilson se sacó el tubo del estómago, aunque no sin un inmenso dolor. Debía salir de ahí. Sin embargo, a pesar de que parecía imposible, luego de observar un poco, halló la manera. Saltó. Saltó varias veces y cada vez que lo intentaba, saltaba más alto. Tanto que casi volaba y empujó la vieja escotilla de metal al mismo tiempo.En el último saltó, aterrizó fuera sobre su única pierna, misma que sentía más firme y más fuerte que nunca.

Continuó su camino así, hasta que encontró una rama lo suficientemente larga y resistente como para apoyarse. Así, regresó al interior de la casa, donde no había nadie más. Llegó a su cuarto y se sentó en la cama. Y lloró. Lloró amargamente. Tenía un montón de sentimientos agolpados, todos luchando entre si al mismo tiempo, como en una batalla campal. Rabia, desesperación, deseos de venganza, autocompasión.

Maldijo el momento en que se encontró con ella. Ella era la verdadera culpable de todo. Ella y sus artilugios para someterlo, para anular su voluntad. Pero ahora era como ella y ya no podría dominarlo con una mirada. Antes le sacaría los ojos.

Un olor llamó mucho su atención, un olor proveniente de la cocina. Tomó el palo y se apoyó en él para llegar hasta el refrigerador.

Al abrirlo, estaba lleno de jarras con un líquido rojo. No lo pensó y bebió el contenido completo de todas. Su sed parecía insaciable.

—Completaste la transición.
Le informó Edward con tono lúgubre.

—¡Ya lo sé, imbécil! ¡Ese era el objetivo! Y lo primero que haré, será matar a tu hijo.

—He tratado de ser paciente contigo, Wilson. Pero ve, anda, inténtalo. No tienes ninguna oportunidad ante ella.

—La tienes muy sobrevalorada.

—Ya veremos. Porque no solo te estás metiendo con la mejor máquina de matar de todos los tiempos, sino con su instinto maternal.
Gilberto también es su hijo.

—Pues vaya familia tan aberrante, que el hijo está tan enamorado de su madre, que quiso matarme para quitarme de en medio.

—Gil está confundido. Para él...

—¡No me importa tu drama familiar, gilipollas!

Edward regresó a su prisión mágica.

—¿Qué pasa, Edward?

—¡No puedo seguir con Wilson!

—¿Por qué?

—¡Quiere matar a mi hijo!

—Vamos, Edward, Emily jamás lo permitirá.

—Gil es humano y mientras lo sea, siempre va a estar en peligro y ella no puede vivir a su lado las veinticuatro horas. Además, está lo otro.

—¿Y qué sugieres? ¿Convertirlo?

—Wilson es el menor de sus problemas. Pero no quiero que nadie le haga daño.

—No te preocupes, cariño. Tú muchacho es listo. Impulsivo tal vez, pero él sabe lo que tiene que hacer y ya está tomando cartas en el asunto.

Gil despertó de madrugada. En su cuello llevaba un diminuto frasco que contenía la sangre de su padre. En el poco equipaje que alcanzó a llevar, estaba el resto. Cada mañana ingería el equivalente a una cucharada cafetera.

Por eso necesitaba saber todo lo que pudiera sobre ser uno de ellos. Todo, lo bueno y lo malo, pues ya presentía que pronto no quedaría otro camino que serlo.

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