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Cárcel invisible

Brenda volvió a las siete de la mañana. El cielo estaba tan nublado, qué parecía más temprano. Cuando abrió la puerta, Wilson la esperaba sentado en la sala.

—¿Dónde estabas?—-preguntó sin voltear.

—No es de tu incumbencia.

—¿Qué clase de mujer anda en la calle de madrugada?

—¿Te estás drogando o algo? Primero, no tengo por qué darte explicaciones. Segundo, tú y yo no somos nada y tercero... ¡Lárgate de mi casa, Wilson!

—¿Qué me diste? Yo nunca duermo tanto y tan profundo.

—No sé de qué hablas. Buenas... Madrugadas.

—Son las siete de la mañana.

—Equis, voy a dormir. Ah, Wilson, lárgate de mi casa.

—¿Y qué metas a tu amante?

—¡Es mi casa, yo meto a quien yo quiera! —subió la escalera y se metió a su habitación.

Estaba acabando con su poca tolerancia. Cómo le encantaría ser cómo su cuñado y tener el lóbulo frontal así de inservible, para arrancarle la maldita cabeza a ese imbécil, sin contemplaciones. Pero al parecer se estaba volviendo blandita como un bollo, porque en otro tiempo, lo habría hecho sin pensar.

A veces extrañaba a su antigua versión, esa que le dejaba claro a su marido lo que provocaba su mal comportamiento. Entonces todos le temían y eso que aún era humana.

Sonriente, se dejó caer en su mullida cama y al momento, se quedó dormida.

Abajo, Frederick hacía bilis. Las manos de Brenda olían a colonia masculina barata.

🌟🌟🌟🌟🌟

A Will le extrañó ver a John entrar a la casa, cuando se suponía que estaba en el baño.

—Hola, ¿en dónde estabas?

—Por ahí, caminando.

—¿A esta hora?

—Se me quitó el sueño —mintió.

—¿Entonces quién está en el baño? —señaló su padre con la jarra de café en la mano.

—Debe ser la chica. Olvidé su nombre...

—Belél -respondió Edward.

—Ah si, Belél. Qué nombre.

—¡¿Metes gente rara en la casa y no sabes ni su nombre?!

—Dije que lo olvidé, no es muy común. ¿Podrías dejar de verme, fantasma? Es de mala educación mirar así a la gente, ¿sabes? Voy a dormir, ahora es qué me dio sueño —bosteza.

John subió al cuarto de su padre, ya que el suyo estaba ocupado por la bruja, quien no estaba nada contenta con su fuga, pero no podía decir nada.

Antes de entrar, se topó con ella.

—Buenos días, John.

—Buenos días, Bel. Ah, sí, ya recordé. A veces olvido cosas. Con permiso —dijo sonriente y se metió a la habitación.

Edward los observaba cerca de ahí. Belél se estaba entusiasmando demasiado con el obrero y él solo estaba siendo amable. Demasiado amable y al parecer, ella lo malinterpretaba.

🌟🌟🌟🌟🌟

Ayudando por los dedos de los pies, se quitó los zapatos y se acostó, cubriéndose con las cobijas de su progenitor, que estaban impregnadas del mentol y el árnica de sus pomadas. Ese olor le resultaba reconfortante en ese momento.

Recordó con placer la última parte de su conversación.

John... Creo que usted no sabe lo que dice. Esto es para siempre. No hay vuelta atrás. Si está aburrido de su vida cómo humano, imagine no poder morir.

¿Y las estacas? ¿Y la luz del sol?

Es verdad, no será completamente inmortal, y puede morir y revivir mil veces, pero cada vez dolerá como si estuviera vivo.

—Quiero ser cómo usted, hacer lo que usted hace. La he visto, muchas veces. Cada vez que duermo, usted está ahí. No sé si yo alcance ese nivel de crueldad, pero puedo intentar.

Es cómo si me pidiera contagiarlo de una enfermedad que cambiará su vida completamente.

¿Sabe en qué pensé cuándo morí? ¿Cuándo estuve en ese lugar lleno de niebla en donde no podía ver nada? Pensé: ¿Esto es todo? ¿Nací para trabajar hasta morir, por un sueldo miserable? ¿Para escuchar las quejas interminables de mi jefe y los reproches de mi padre, por no cumplir con sus expectativas? Sin mujer, porque ninguna me quiere, sin hijos, porque no puedo engendrar... ¡Ayúdeme, por favor, es mi última oportunidad! —Tomó la mano de ella y la puso sobre su pecho—, antes de que se detenga de nuevo.

¿Cómo un humano podía tener esa clase de mirada? Tenía miedo de equivocarse, de traer otro mal al mundo. Pero eso era lo que Edward siempre argumentaba para no convertirla.

Bien, John, lo pondré a prueba —Se abrió la vena de la muñeca con la uña y él apenas si parpadeó, más bien parecía complacido, emocionado, incluso, ansioso—, va a beber esto. Es su seguro de vida, si algo sucede dentro de las próximas veinticuatro horas y muere, búsqueme en cuánto despierte. De no hacerlo, podría ser peligroso para quienes se encuentren cerca. Si no pasa nada, solo seguirá igual.

No quiero seguir igual.

Tenga en cuenta qué, para ser cómo yo, debe morir. Puedo ayudarlo con eso.

¿Qué quiere decir? ¿Matarme?

Así es. Rápido, piadoso y sin dolor. Si lo hace por usted mismo, evite las decapitaciones y las entrañas de fuera. Lo primero lo matará definitivamente y lo segundo es muy difícil de arreglar.

Lo tendré muy en cuenta.

Piénselo muy bien, John.

He reflexionado lo suficiente, se lo aseguro. ¿Ya comió?

No.

Él se empieza a desabotonar el cuello de la camisa para descubrirse el cuello.

—Beba cuánto quiera, yo invito... —inclina la cabeza un poco hacia la izquierda y ella sonríe.

Es usted un atrevido, John, pero aceptaré su invitación.

Por favor.

Es del otro lado —susurró.

Ah.

Aquí no, venga conmigo — tomo su mano y él se levantó para seguirla hasta un oscuro apartado fuera del local.

Brenda clavó sus colmillos en el cuello de él, qué tanto le gustaba. John gimió por el dolor y pestañeó casi arrepentido, pero no se movió ni un ápice para escapar porque descubrió el placer en el acto.

Brenda bebió poco, porque podría afectarlo. Además, tenía ya el sabor de su propia sangre muerta y era desagradable. Extrañaría mucho ese adorable cuello si se decidía a cambiar. Pero lo entendía perfectamente. Vivió años encerrada en la casa de Boston y aunque su prisión no tenía rejas, se notaba cuán atrapado se sentía.

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