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Buenas relaciones

La puerta de la habitación se abrió y una rubia cabellera se coló por la rendija antes que la dueña.

No esperaba encontrarlo despierto, pero no tuvo otro remedio que hablar con él, aunque no tenía ganas.

—Señor Wilson. Espero que se sienta mejor.

Su sonrisa forzada denotaba lo incómoda que se sentía y su mirada, ansiedad; hasta un poco de temor. Pero, ¿por qué ella tendría algo que temer?
En el fondo, era muy tímida y sin la protección del personaje que había creado, le era sumamente difícil entablar conversación con los desconocidos.

—Estoy mejor, gracias —respondió él, sin apartar la vista de ella.

Apenas lo notaba, pero tenía entre sus manos un recipiente de plástico con un líquido espumoso. Se sintió aliviado de que no fuera el cuchillo, ya que estaba bastante deseosa por recuperar su joya.

Curioso, Gil entró tras ella. Le incomodaba como ese tipo la miraba y sintió la inexplicable necesidad de protegerla y vigilarlo.

—Meta su mano aquí —le ordenó Brenda.

Wilson, ya levantado, la obedeció y después intentó de nuevo sacar el anillo. Tras largos y dolorosos intentos, por fin lo consiguió. Desanimado porque la visita había terminado con eso, se lo entregó. Ella se lo colocó en su dedo anular izquierdo, sin explicarse cómo, si le quedaba tan perfectamente ajustado, había logrado salirse de su dedo.

—Muchas gracias, señor Wilson. Jean Philip le entregará lo acordado.

—No, yo le dije que no quería nada.

—No sea tonto, sé que le hace falta. Acéptelo y que tenga buen viaje.

—Tal vez me quede unos días más...

—No se lo recomiendo, este lugar se ha vuelto inhabitable a últimas fechas. Desgraciadamente, la delincuencia se ha apoderado de casi todo, pero confío en que eso cambiará en algunos meses. O semanas. Además, el avión ya está listo para llevarlo a su casa.

—Parece como si le urgiera mucho que me fuera.

—Es por su bien, señor Wilson.

—Me llamo Frederick —corrigió y la miró de forma sugerente, mientras padre e hijo, sin saberlo, compartían la misma expresión de incomodidad y molestia.

—Buen viaje, Señor Wilson —Sonrió ella, se levantó y salió de ahí.

Gil lo miró y se alzó de hombros con una sonrisa burlona antes de salir.

Jean Philip  entró con un sobre.

—Aquí tiene se...

—Frederick, dígame Frederick, por favor.

—Aquí tiene Frederick. El avión lo espera.

—Gracias. Esperaba dar un paseo al menos.

—No es recomendable. La ciudad se ha vuelto muy peligrosa.

Ahora entendía por qué se había negado a bajar su equipaje. Creyó que lo llevaría a un hotel, pero ahora sabía que se debía a la urgencia de sacarlo de ahí. Ya en el auto, de camino al aeropuerto, Frederick decidió sentarse en la parte de enfrente.

—Oiga...

—Jean Philip —respondió sin apartar la mirada del camino.

—Jean Philip ¿Y por qué su urgencia porque regrese? ¿Por los vampiros? —indagó suspicaz. Jean Philip rio divertido.

—Los vampiros serían el menor de sus problemas en esta ciudad, Frederick. De hecho, encontrarse con uno, podría ser su salvación. Sobre todo en su condición.

—¿Mi condición? ¿Qué sabe usted de mi condición?

—¿En verdad piensa que madame aceptaría a un extraño en su casa, sin averiguar primero todo acerca de esa persona? Sabemos de usted mucho más de lo que piensa, señor Frederick.

—¿Sí? ¿Y qué saben?

—Todo.

Eso lo asustaba, pero también creía que estaba alardeando.

—¿Y hay muchos vampiros aquí?

—Muy pocos, en realidad. A madame no le gustan los extraños en su territorio.

Frederick siguió riendo. Eran, al parecer, un montón de locos.

—En ese sobre hay una buena cantidad —informó el mayordomo.

—Le dije que no quería nada.

—Acéptelo, señor, porque lo que usted de verdad quiere, jamás podrá tenerlo. Es suficiente para vivir holgadamente por algunos meses, o para tomar unas merecidas vacaciones en un lugar paradisíaco.

—Entiendo, Jean Philip.

—Debe ser muy difícil para usted, ¿verdad, señor? —Dijo mirando al retrovisor.

—Sí, lo es —respondió Wilson, aunque la pregunta no era para él.

—Pero la vida sigue y algunas cosas son inevitables —continuó, ignorando al que tenía al lado—. Sin embargo, siempre hay otra oportunidad.

Edward lo vio. Jean Philip, a pesar de que le temía, sabía que lo mejor era tener una buena relación con el difunto marido de su madame.

La familia de Jean Philip era practicante de antiguas religiones africanas, aunque a él siempre le habían parecido supersticiones tontas de gente inculta. Pero también era descendiente directo de Mamá Lucinda. Sus abuelos fueron de los pocos que escaparon de la esclavitud y se establecieron en el norte, pero nunca abandonaron sus creencias y costumbres. Fue al casarse que se instaló con su esposa y su pequeño hijo en Nueva Orleans hasta que el huracán Katrina acabó con todo: Su patrimonio y su familia.

Por algunos años vagó sin rumbo, atado a una botella de licor, hasta que ella lo encontró y lo rescató, devolviéndole la dignidad y dándole un empleo, casa, comida y un seguro de vida cuyas cuotas, se pagaban con sangre.

Pero no importaba porque Jean Philipe Douverger, era un hombre agradecido y fiel.

..........

Inglaterra, 1789

Charles Walters esperaba, alterado, noticias acerca de su más reciente embargo de esclavos rumbo a Barbados. Algunos habían escapado y le urgía que fueran encontrados.

Sharon observaba a su tío caminar de un lado a otro. Debía saber si habían logrado encontrarlos, pero muy especialmente, a uno de ellos. Sin embargo, su nombre no salía a relucir. Desesperada, regresó a su habitación. No podía más con aquella angustia, pues si lo encontraban sabía que su tío no lo embarcaría, lo asesinaría él mismo y sus planes de huir juntos para criar a su bebé, no se llevarían a cabo.

El problema era que Steve Green no era un pueblerino cualquiera, era un rebelde que no se inclinaba ante los ingleses y sus intereses inhumanos y mezquinos. Soñaba con el día en que bailaría sobre la tumba del miserable Charles Walters.

Varios barcos habían zarpado  en días anteriores con gente de su pueblo y de pueblos aledaños. Los vendían como animales y a precios menores, incluso, que los del ganado. Una oveja valía más que un Irlandés y su margen de ganancia por cada mujer, hombre o niño con el que comerciaban, era groseramente superior a lo que declaraban.

Mientras tanto, Steve se ocultaban muy bien. Sin embargo, no lograba decidir acerca de si continuar con la lucha, aunque ello le costara la vida, o marcharse lejos y ser feliz con Sharon y el bebé que ocultaban por ahora muy bien, pero que pronto todos notarían que venía en camino.

Belél, la hasta entonces incondicional esclava privilegiada de Charles, observaba, escuchaba y callaba. Quería a Sharon lejos. Aún tenía la esperanza de que Charles olvidara ese amor malsano por su sobrina y volteara la mirada hacía ella, su fiel enamorada.

.........

Jean Philip sabía que Wilson volvería. La atracción que sentía por ella era demasiado fuerte, intensa y arrebatadora como para olvidarla. Pero estaba seguro de que Edward no lo permitiría jamás, que si volvía, iba a ser para llevársela con él.

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