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Blanda

John se levantó arrancándose todos los cables que monitoreaban sus signos vitales.

—Entonces ya no tiene caso estar aquí, ¿cierto?

—No puedes salir, aún es de día.

—Es verdad...

—Recuéstate, cariño, quédate aquí un rato al fin que no hay prisa. Traeré tu ropa.

—Así qué ya llegaste... —habló Belél, emergiendo de la oscuridad en un rincón.

—¿Y tú eres...? —preguntó la rubia sin malicia.

—¡Belél!—respondió John por ella, sentado en la cama.

—Quedé en las mismas.

—Te estás poniendo vieja, ya se te olvidan las cosas.

—Perdón, pero no me suena tu nombre.

—Ah, sí, claro. Tu me conociste cómo una chica muy blanca que decía ser la madre de tu marido.

—¡¿Diane?!

—Diane debe estar ardiendo en el infierno después de tratar de salvar a su demonio, el mayorcito. Mira que elegir a Damon sobre Edward...

—¿Fuiste tú todo el tiempo?

—Así es.

—¿Se conocen?

—Ella es la «amiga» de la que te hablé todo este tiempo. Pero supongo que ya no me necesitas, ¿cierto, John? ¡Tu vas por todo!

—No entiendo... —Las miro confundido.

—¿Le explico luego o de una vez para que acabe contigo aquí mismo?

—Yo no sabía que era ella ¿Cómo iba a saber?

—Le prometí que lo recomendaría por ayudarme.

—¡No, no fue así!  ¡Prometió pagarme para que dejara a su amigo muerto entrar en mí! Eso no sonó bien, pero...

—Entiendo, no te preocupes —acarició su rostro y se acercó a la bruja—. ¿Así que me engañaste todo este tiempo?

—¡Te ayudé! ¡Estuve contigo! ¡Te salvé cuando tú malvado abuelo asesinó a éste la primera vez y te quisiste reunir con él!

De estar enojada, Belél paso a tener una revelación luego de decir la última frase y miró a John al mismo tiempo qué Brenda.

—Wes... —musitó la hechicera y gruesas lágrimas recorrieron su cara al recordar la forma cobarde en la que Walters lo asesinó a los quince años.

John se veía confundido. Una vez ya había escuchado a Brenda nombrarlo así, cuándo vio sus fotos de joven en la sala de su casa.

—¿Quién es Wes?

—Tú lo fuiste. Hace mucho tiempo —respondió Belél—. Ahora puedo decírtelo, ya no te sucederá nada. Ya no eres humano.

—¿Por qué atacaste a Wilson? —preguntó la rubia sin poner atención a la conversación entre ellos. Belél se secó las lágrimas una manga y devolvió la pregunta.

—¿Por qué no lo hiciste tú? ¿Por qué no vengaste la muerte de Jean Phillip? ¡Él te amó, te protegió, fue tu siervo incondicional y ese maldito sigue aquí!

—¿Crees qué no lo he intentado? Pero de haber hecho algo, un hechizo para impedir que lo matara, estoy segura.

—¡Eso no existe! ¡Te has vuelto tan blanda! ¡Ya no eres la fiera hambrienta que conocí!

—La gente cambia, bruja. ¿Tú conociste a Jean Phillip?

—¡Era mi hermano! ¡Vi como ese maldito le arrancó el corazón sin poder hacer nada! ¡Y lo dejó ahí, tirado!

—Gil ya se encargó de llevarlo a un buen lugar. Junto a mi hijo y a mí suegro. Y a Edward.

—Edward está aquí.

—¿Aquí? ¿Aquí, aquí? —preguntó Brenda sin mucha sorpresa y volteó alrededor.

Alguien entró y abrió la cortina. Brenda protegió a John y le puso su anillo.

—¡Mucha plática! —espetó Frederick disfrazado de doctor, con la bata manchada de sangre y la cabeza de alguien en una mano.

Belél grito aterrada al ver aquello y John se transformó apenas olió la sangre que aún chorreaba el cadáver, arrebatándosela de las manos.

Era horrible lo que estaba haciendo, pero tenía mucha hambre y se prendió de la arteria que colgaba de la cabeza. Incluso, Brenda hizo un gesto de horror ante esa imagen.

Era muy poca la que logró absorber, pero fue suficiente para completar la transición.

John era oficialmente un vampiro ahora. Wilson sonrió amargo. No era emocionante matar a un humano, demasiado fácil. Pero su plan no era matarlo ahora, esperaría un poco más.

En cuanto a la bruja, aunque entendía por qué lo atacó, estaba seguro de que si no la quitaba de enmedio, más tarde sería un enorme problema y no solo para él. 

Afuera había un alboroto de gente corriendo y gritos. Will solo los veía pasar, intentando preguntar sobre su hijo.

Finalmente, vio a los cuatro avanzando por el pasillo rumbo a la salida.

—Por cierto, ese anillo no sirve para nada —informó la bruja—, ustedes no son cómo los Salvatore o los Mikaelson. Ustedes son Green o Walters y no necesitan esos artilugios.

—Ya lo sé. Por si acaso.

—No se le vaya a quemar su bebé... —ironizó Wilson—. Mientras al otro, quién sabe en dónde lo abandonó. Mala madre.

—Gil es muy listo. Sobrevivió sin mí por más de veinte años —.

—¡Mala madre, mala madre!

—¡Cállate, Wilson! —ordenó confusa.

—Porque yo lo cuidaba —confesó Belél.

—Contigo hablo después, bruja.

La morena se detuvo un segundo algo confundida. John volteó y le extendió la mano. Aunque ella no la tomo, continuó avanzando.

John era, al igual que Edward, un hombre compasivo y de un gran corazón. Sin duda, ella sabía elegir muy bien. Tal vez porque ella misma siempre había sido una buena persona y escuchó en algún lugar qué, un alma pura siempre terminaba atrayendo a otra.

Wes era suyo, aunque le doliera. Edward también. Pero había una profecía en la que Wes nada tenía que ver ¿O sí?

La profecía no hablaba de nombres.

«El mal que combate el mal camina ya sobre la tierra, juntos reinarán tanto el la luz cómo en la sombra...».

Trato de recordar Belél y conectar la estirpe de Wes con los Walters o los Green. Cosa que a esas alturas, sería técnicamente imposible.

¡Will!

Tal vez Will tenía la clave que unía a John con cualquiera de las dos familias.

—¡John, estás bien! —exclamó aliviado y se avalanzó para abrazar a su hijo, apoyando la cabeza sobre su pecho.

—Sí, estoy bien —respondió seco, tratando de apartarlo. Cosa que él mismo hizo cuando no logro escuchar su corazón.

Lo observó unos instantes y se asustó. Su tez blanca de por sí, ahora carecía de color, parecía papel. Además, estaba manchado de sangre en nariz, pómulos y barba.

—Volvamos a casa, aquí tienen cosas que hacer, Will —sugirió Brenda.

—¿Estás bien, hijo? —insistió el anciano. John lo miró y sonrió sardónico.

—Mejor qué nunca.

Una enfermera paso por un lado corriendo, John la detuvo, la atrajo, le mordió el cuello y la vacío enfrente de todos.

—¿Crees que puedas controlar a tu engendro? —cuestionó Wilson.

—Mi bebé solo tiene un poco de hambre, la cabeza que le llevaste estaba casi vacía —bromeó, aunque no sin un poco de preocupación, ante el horror de William.




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