
Bienvenido a mi mundo
Gracias a esa oportuna intervención, la ambulancia pudo partir sin contratiempos rumbo al hospital.
—¡¿Qué te pasa, vieja loca?!
—¡Vieja tu abuela, estúpido!
—¡Mi abuela, si viviera, seguiría siendo más joven que tú! —rio al darse cuenta de que la tenía encima.
—¡No te atrevas a hacerle daño a John!
—¿A quién?
—¡A John! ¡Sé que por eso estás aquí, quieres lastimarlo!
—¡No sé de qué hablas! —La tira al piso moviéndose de lado.
Ambos se ponen de pie. Brenda no aparta su mirada de Frederick mientras él se sacude el polvo.
—Yo no estoy aquí por tu mascota-alacena, mi vida —dijo— ¡Yo quiero a la bruja!
—¿Bruja? ¿Cuál bruja?
—¡La novia del flaco descolorido que tanto cuidas! ¡Y tú lo echaste a perder!
—¡No es su novia! —repuso sin mucha seguridad y sí con la duda.
—¡Me vale! ¡Esa infeliz me quemó vivo! ¡Y yo, lo único que hice, fue ayudarla! Vagaba casi desnuda en la nieve, la llevé al hotel donde me quedaba y de pronto dijo algo que me hizo arder cómo una antorcha.
—¿Y te quieres vengar por eso?
—¡¿No es obvio?!
—Qué predecible eres, ya hasta pareces un Salvatore. Tal vez la asustaste, Wilson. Últimamente, pareces loco, hasta a mí me aterras.
—¿Yo te aterro? ¡Ja! Esa es nueva. La demente qué deja cadáveres en los árboles, cómo si fueran piñatas, me tiene miedo.
—Puedes llegar a ser muy intimidante, Wilson.
—¡Frederick!
—¡Ay, qué hueva, está muy largo! Seguramente se sintió en peligro y solo se defendió. Cómo sea, deberías olvidarte de ella. Si lo hizo una vez, lo hará de nuevo.
—¡Señorita! —Brenda saltó cuando Will abrió la puerta y la llamó.
—¿Es a mí?
—No veo otra señorita por aquí. Necesito que me ayude, por favor. No sé a dónde se llevaron a mi John. Se puso enfermo otra vez.
—Yo tampoco lo sé.
—Únicamente hay un hospital cerca, debieron llevarlo ahí. ¿Podría ayudarme a averiguarlo? Tomaría un taxi, pero no tengo dinero.
—Está bien, vamos.
—Yo voy.
—¿Y si me dejas hablar primero con ella? Ya sabes, para saber por qué te atacó.
—¿La chica negra lo atacó? —preguntó Will asombrado.
—Creo que prefieren que les digan afrodescendientes —lo corrigió Wilson.
—Eso lo inventaron los racistas para no parecer tan racistas —repuso Brenda. Mejor quédate, Wilson, si te ve, se puede desatar un desastre. Por favor...
—¡Claro, quieres hacerle cariñitos a tu nuevo novio sin que nadie te moleste! ¡¿Verdad?!
—¿Podemos irnos ya? —apuró el padre de John.
Brenda blanqueó los ojos y se dirigió a su auto.
—¿Compraste un auto? —se subió Frederick en el lado del copiloto.
—Es rentado.
—¿Y sabes manejar aquí?
—No sé ni allá, pero ahorita aprendo —ríe—, es broma.
—¡Brenda!
—¡Vámonos ya! ¡Mi hijo puede estar muriendo!
—¿Qué hora es? —pregunta la rubia.
—Las diez.
—No se preocupe, Wes estará bien. Digo, John. Confíe en mí.
En el hospital, los médicos lograron estabilizarlo, pero no había buenas noticias. Una anormalidad en su sangre, qué nadie podía explicar, estaba enturbiando los análisis.
Belél intentó comunicarse a la casa para informarle a Will en dónde estaban. Molesta porque no la dejaban pasar a verlo.
—¿No hay algún truco que puedas hacer para obligarlos? —preguntó Edward al verla tan preocupada.
—Mi magia está muriendo dentro de este cuerpo, Edward. Además, esa es cosa de vampiros. Necesito sacarle lo que ella le dio.
—¿Por qué?
—Porque si muere, se volverá un vampiro.
—¿Y eso es malo?
—Para mí lo es.
—Bel... ¿Has pensado qué tal vez él solo es amable? ¿Qué no te corresponde?
—¿De qué hablas, Edward?
—Qué, aunque nos duela, reconocerlo, él no te ama como tú quieres y a mí, ella me está olvidando.
—No digas tonterías, Edward. Hasta pareces nuevo. Tu mujer es un vampiro, lo tiene hipnotizado nada más.
—A eso me refiero, Bel. Ella ya no es más mi mujer.
—¡No, Edward! —gritó la bruja con rabia y los focos de todo el pasillo estallaron.
Belél aprovechó toda la confusión causada y se coló al cuarto donde John dormía para intentar, con un hechizo, extraer la sangre de vampiro que tenía dentro.
John despertó y le sujeto la muñeca, cómo si supiera lo que pretendía.
—¡Basta, Edward, no trates de impedirlo!
—¡Deja esa sangre dónde está!
—¡Edward, me lastimas!
—¡Yo no soy Edward! ¡Ella me la regaló, es mía! ¡La quiero!
—¿John? ¿De verdad eres tú?
—¡Sí, soy yo! ¡Y te prohíbo que lo hagas!
—Sí, es él. Yo estoy acá —aparece Edward frente a ella del otro lado de la cama.
—¡No sabes lo que dices, John, te convertirás en un monstruo que debe matar para calmar sus nervios ¡¿Eso quieres?!
—¡No quiero morir! ¡Ni envejecer! Lo demás no importa.
—El precio es muy alto, mi amor —le acaricia la cara con la otra mano—, y no quiero eso para ti.
—¡Pero es mi vida!
—¡No sabes lo que dices, John!
—¡Si lo sé!
Las luces del pasillo se encendieron de nuevo y los médicos entraron sin verla salir.
La luz diurna que entraba cuando abrieron la ventana, hacía que los ojos del obrero dolieran de forma intolerable, haciéndolo voltear hacia otra parte, y el golpeteo incesante que escuchaba, lo estaba enloqueciendo. Se cubrió los oídos ayudado por su cabello.
Los médicos no sabían que le sucedía y le inyectaron un tranquilizante que no funcionó.
Ese hombre era todo un enigma médico, pues tampoco se explicaban cómo alguien que estuvo muerto por varios minutos en la sala de emergencias, y a quien ya habían declarado cómo fallecido, se había despertado de pronto sin presentar signos vitales.
Los galenos salieron de la habitación cuando pareció tranquilizarse. Apagaron la luz y cerraron las gruesas cortinas azules, en tanto investigaban más.
Brenda, Wilson y Will llegaron al sitio correcto esta vez, pero Brenda no había dejado de escuchar que alguien la llamaba implorando ayuda.
Reconoció la voz y sin importarle nada ni nadie, caminó hasta encontrar el lugar de donde provenía.
—Señora, no puede...
—¡Silencio! —ordenó y continuó caminando.
Entró a una habitación iluminada únicamente con las luces de los aparatos.
Cuando John la vio, sonrió y estiró el brazo en busca de su contacto.
Ella se acercó y tomó su delgada mano.
—Ayúdeme, por favor...
—¿Qué te pasa, John?
—Belél quiere quitarme lo que me dio. Quiere quitarme su sangre.
—Eso es imposible.
—Ayúdeme, no quiero morir... ¿Podría darme más? ¡Necesito más!
—Ya no puedo darle más, John.
—¿Por qué?
—Porque es tóxica para usted ahora —acaricia su cara—. Creo que no sobrevivió y... John, usted... tú... Moriste con mi sangre en ti y...
Nunca le había costado tanto como ahora pronunciar esas palabras.
—John, ya no morirá. Ahora es uno de nosotros. Bienvenido a mi mundo —sonrió y paso la mano por su cabello.
—¿Soy un vampiro?
—Casi. Solo falta una cosa.
—¿Qué?
—Beber sangre humana. Tiene doce horas para pensarlo. Después de las primeras doce horas empezará a debilitarse y si no la consume antes de un día, morirá.
—No tengo nada que pensar.
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