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7. Malas decisiones

Con ojos atentos, Frederick seguía a la que creía su visión caminando por el cuarto. Ella lo miraba molesta, mientras meditaba como acabar con él. Pero no podía. Él no dejaba de seguirla mientras sonreía como un bobo enamorado. Brenda se acercó y se sentó a su lado sobre la cama. Lo sujetó de la barbilla y lo miró a los ojos.

—Duerme. Debes dormir, cierra los ojos —ordenó mirándolo fijamente, esperando que funcionara la hipnosis esta vez.

—He dormido mucho, ya no tengo sueño —respondió modorro.

Ella bufó y lo intentó de nuevo.

—¡Tienes mucho sueño y te vas a dormir!

—No, ya te dije que no —rió— ¿Que pasa, maja? ¿Te están fallando los poderes?

—¡Lo que me faltaba!

Brenda se levantó de la cama alzando las manos irritada.

—Mejor dime, ¿cuál es tu nombre? —intententó averiguar el convaleciente.

—No te interesa —respondió fría.

—¿Entonces quién eres? ¿A qué has venido?

—A eliminar cabos sueltos —lo mira furiosa. Odiaba que las habilidades le fallaran cuando más las necesitaba.

Frederick se puso serio, no había que ser un genio para adivinar lo que eso significaba.

—¿A matarme? ¿Por qué? ¿O para qué? ¡Yo no te he hecho daño! ¡Mírame, ni siquiera te con...

—¡Cállate!

—Entonces te pido que sea rápido. Tal vez sea lo mejor después de todo.

Ella lo observó, se acercó, puso las manos sobre sus hombros y cerró los ojos. Wilson hizo lo mismo, estaba tenso.

—¿Qué...qué haces? —cuestionó al abrir un ojo y notar que se estaba demorando.

—¡Cállate! ¡¿No entiendes?!

Quería encontrar desesperadamente un motivo que le hiciera más llevadera la decisión, pero entre su mirada y unas visiones que revelaron todo lo contrario a lo que esperaba, llegó a la conclusión que no quería ni debía asesinar a otro inocente.

—¿Qué pasa? —preguntó de nuevo al ver que ella desistió.

—No veo una razón para hacerlo.

—¡Si te lo he dicho! ¡Yo he hecho nada! ¡Me lo han hecho a mí!

—Lo sé. Siento lo de tu pierna, adiós.

—¡Yo te conozco! —alcanzó a decir antes de que ella saliera, lo que la hizo detenerse frente a la puerta pero sin voltear.

—¿En serio? ¿De dónde?

—En mis sueños. He soñado contigo muchas veces. Casi todas las noches.

Creyó que era un pésimo intento por coquetearle, por lo que, blanqueando los ojos, siguió molesta su camino.

—Adiós —repitió y está vez si se marchó.

—¡¿Cómo te llamas?! ¡Por favor, dime!

Un viento helado con olor a cítricos y flores —que gustoso aspiró con los ojos cerrados— acompañado del sonido de algo metálico cayendo al suelo, precedió su apresurada huída.

Wilson miró algo brillante en el suelo de su habitación de hospital y con un poco de trabajo, se levantó. El objeto había caído cerca de la cama, por lo que no fue necesario desplazarse demasiado desde ahí.

Se trataba de una peculiar argolla matrimonial. Una hermosa joya hecha de oro blanco, con incrustaciones de lapislázuli al rededor, en forma de minúsculas laminillas cuadradas. En el interior, se podía leer algo, pero su vista no estaba en óptimas condiciones para entender lo que esas letras tan diminutas decían.

La idea de que la bella asesina fuera casada lo desanimó. También se reprendió por pensar de forma romántica en una persona que había amenazado con matarlo tan solo minutos antes. Era ilógico, estúpido y, si no tuviera ese anillo en su mano, habría pensado que había sido una alucinación, producto de los medicamentos.

Pero es que cuando la vio frente a él, todo pensamiento lógico se fue al demonio. Su mirada era hipnótica, su voz también, pero su sola presencia, iluminó el lugar de una forma mágica.

Un dolor punzante en intenso proveniente de su extremidad mutilada, lo despertó de ese absurdo sueño romántico que estaba experimentando. Se colocó el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda y regresó a la cama con la ayuda del enfermero que iba entrando para revisarlo.

🌟🌟🌟🌟🌟

El sol del medio día sorprendió a Gil dándole directo en los ojos. Encendió la televisión pues el silencio era ensordecedor, insoportable. El aparato no hizo nada. Ni ese ni ninguno. Había olvidado pagar la luz y tenía semana y media vencida. Afortunadamente, estaba a mediados de noviembre y no importaba demasiado el hecho. Se acomodó de nuevo y continuó durmiendo, ajeno a la forma en la que su vida cambiaría en pocas horas.

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