5. El ataque.
Muchas veces, Gil supo de los asaltos de los que fueron víctimas vecinos y conocidos suyos; o de robos, pero como si fuera un privilegio de su vida, a él nunca le había tocado la mala fortuna.
Tocó la suerte de que, en la cuadra donde vivía, a todos los habían robado una, dos, hasta tres o cuatro veces incluso, pero en su casa —que no contaba ni siquiera con cerca o un perro guardián—, jamás habían robado nada. Él aducía tal cosa a qué la fachada de su casa estaba casi en ruinas y más que codicia, inspiraba lástima.
De todos modos, ese hecho les empezó a parecer sospechoso a los vecinos, pues él y su madre vivían en un fraccionamiento particularmente asediado por el crimen. Incluso, llegaron a pensar que Gil pertenecía a alguna de esas bandas y consiguieron que la policía les hiciera una visita para buscar algún indicio de que aquello pudiera ser verdad.
—¿Estás seguro que es aquí? Esta madre parece que está abandonada.
—Es la dirección que me dieron, wey —respondió el otro, verificando en el papel.
A Cordelia le pareció una estupidez que Gil los hubiera dejado entrar para revisar sus cosas, aunque fuera para que vieran que nada había que ocultar.
Libros, ropa perfectamente acomodada, limpieza y aroma fresco era lo que se respiraba en toda la casa. Cordelia los observaba recelosa mientras buscaban, pues sabía que si no podían encontrar nada, seguramente ellos mismos pondrían algo ahí.
—Hey, mira... —Señaló uno de ellos al cuadro en la pared con la foto de Edward. La placa que pendía de la cadena que llevaba en el pecho, era apenas visible, pero no hacía falta, pues todos conocían a "Eduardo García, la leyenda incorruptible de la corporación». Incluso, era la misma copia que aún estaba en las oficinas y utilizaban cómo ejemplo de rectitud n las ceremonias de la FGR.
—¿Y ese quién es?
—Mi papá —respondió orgulloso.
—¿Tu papá? ¿Y dónde está?
—Falleció hace diez años.
—Ah. Yo lo conocí, fíjate. Ahí está la falsedad, pues. Todos sabíamos que García estaba solo como un perro, no tenía familia.
—¿Qué no lo ve? —preguntó Cordelia, con ese tono irritante que usaba cuando estaba cerca de idiotas como esos—. ¿Ya terminaron? Porque tengo cosas que hacer y no los puedo tener aquí todo el día.
—Mamá...
—¿Y qué tiene que hacer, señora? ¿Vender partes robadas? ¿Droga?
—¡Ay, no sea ridículo! Eso lo hacen sus cómplices seguramente. Qué se hacen pendejos, ni que no supiera uno lo corruptos que son.
—¡Mamá...! —Llamo Gil su atención, aterrado.
—Cuidado, señora... Porque su marido ya no está.
—¡Pero estoy yo! Así que si no de les ofrece nada más, hagan favor de retirarse —intervino el joven.
Ambos agentes se burlaron y uno de ellos le dio un par puñetazos al muchacho; uno en la cara y otro en el vientre, lo que lo dejó sin aire y tirado en el suelo, para seguirlo golpeando y dándole patadas.
Eso enfureció a Diane, pero justo en el peor momento, su magia dejo de funcionar.
—¡¿Dónde estás, Emily?! ¡Éste sería un buen momento para que llegaras! ¡Vamos! —apuntó con los índices hacia ambos criminales, pero nada sucedía
Angustiada y sin poder hacer nada, tuvo que presenciar cómo destrozaron el lugar y sujetaron a Cordelia rasgando su ropa, dejando sus pechos al descubierto, para después colocarla violentamente boca abajo sobre la mesa del comedor.
Diane rogaba por un milagro que impidiera lo que estaba a punto de suceder.
De pronto, ambos se llevaron las manos al cuello y comenzaron a asfixiarse hasta caer muertos al piso.
En pocos minutos, ambos sujetos quedaron con los ojos fijos mientras en su mente, Gil le daba la razón a su padre para ocultarlos del mundo. Él sabía de la naturaleza de alguna gente con la que convivía. Vulgares maleantes con autoridad. No tenía idea de lo que acababa de presenciar, pero agradeció la oportuna intervención de lo que fuera.
Dadas las circunstancias, a Cordelia se le hacía ya muy difícil, seguirle ocultando lo de su fortuna. Deseaba con toda el alma irse de ese horrendo caserío, pero ahora temía a la reacción de su hijo.
El muchacho fue por una sábana para cubrir la desnudez de su progenitora. Se sentía muy culpable, pero nunca pensó que ocurriera algo cómo eso. Cordelia sintió un fuerte malestar desde la quijada hasta el centro del pecho y sin tener tiempo de decir nada más, un paro cardíaco acabó con su vida ahí mismo.
—¡Cordelia, ahora no, por favor! —suplicó el espectro.
—¿Mamá...? ¡¿Mamá?! ¡Mamá, no me dejes, por favor! ¡Mamá!
Aunque llamó a urgencias, nada pudieron hacer.
Nueva Orleans
Frederick se había instalado ya en el cuarto que solía ocupar de niño junto a su hermano Jonas. Se preguntaba donde estaría ahora. Se recostó en la cama para descansar después de todo el ajetreo del viaje.
Madeleine, una de sus primas, entró a su habitación ataviada con un camisón semitransparente, que dejaba ver claramente, gran parte de su femenina anatomía, muy dispuesta a darle la bienvenida al héroe.
Frederick la miró y sorprendido le reclamó.
—¡¿Pero qué haces?!
—Pensé que te alegrarías de verme, "héroe".
—¡Sal de aquí Madeleine, ésto no está bien! ¡Vamos, antes de que todos se den cuenta!
—Por favor, Fred, he esperado demasiado tiempo —dijo con un tono meloso, aproximándose a él, rozando sus partes íntimas por encima del pantalón.
—¡Basta! —La apartó, haciéndola caer sobre el colchón.
—Todos ya están dormidos a esta hora.
Un horrible grito proveniente del patio, se escuchó. Ambos se asomaron por la ventana y vieron a un horrendo monstruo de pálida piel y enormes colmillos puntiagudos, dando muerte a uno de los vigilantes del pantano a quien hizo trizas en segundos.
Algunos trataron de enfrentarlo, incluso le dispararon, pero al parecer, era totalmente inútil. Pedazos de carne sanguinolenta volaban por doquier. Algunos trataron de enfrentar al demonio que los iba diezmando uno a uno, pero en cuanto se ponían a su alcance sufrían el mismo destino.
Con garras y dientes, abría a los infelices como un regalo de navidad, desperdigado sus entrañas, engullendo corazones, y bebiendo de algunos hasta dejarlo vacíos y blanquecinos.
Madeleine intentó huir, pero él la detuvo.
—¡No! ¡Quédate aquí!
—¿Y tú?
—Yo no tengo oportunidad como estoy, pero puedo servir de distracción...¡Vé!
—¡Frederick, no! ¡No tienes que ser el héroe siempre! ¡Fred!
—¡Haz lo que te digo!
Su prima lo obedeció y él, caminando con la dificultad, llegó hasta el lugar, pero el monstruo había desaparecido. Caminó hasta acercarse al agua, mas un charco viscoso de sangre, lo hizo resbalar, cayendo por una orilla.
Desesperado, luchó por salir, pero cuando estaba a punto de lograrlo, sintió un tirón en la pierna que ya tenía herida y lo hizo gritar de dolor. Al darse vuelta para mirar lo que le había sucedido, un gran pedazo de su pierna ya no estaba, solo los colgajos.
Una aterradora mirada lo observaba. El monstruo estaba frente a él, aún con su pierna entre las garras, misma que dejó caer antes de desaparecer ante su mirada atónita.
Wilson se arrastró para recuperar su extremidad, pero ya solo quedaba un despojo inútil. Cayó con la cara en el barro, preso de un sueño pesado, inevitable, del que estaba seguro que ya no despertaría.
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