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4. La mujer de sus sueños

Después del abandono de Edward —porque eso había sido en realidad—, Cordelia no volvió a tener otra pareja. En parte porque no quería darle un padrastro a Gil, y en parte porque, a pesar de todo, consideraba que jamás nadie se le iba a comparar. Y porque en el fondo, sabía que no era culpa suya no poder amarla como ella hubiera querido.

Ahora sus días eran solitarios, haciendo las labores de la casa o esperando la llegada de su hijo para darle de comer y platicar un poco. Y eso era lo mejor de su día.

Gil para entonces ya era un hombre, le faltaba poco para terminar su carrera y se había tomado muy en serio su papel de proveedor. Aunque a su madre le remordía la conciencia al pensar que su pobre muchacho se hacía pedazos trabajando, cuando ella sabía que la fortuna que su padre le heredó era incalculable.

Sin embargo, ante los resultados, sabía que Edward había tenido la razón al disponer las cosas cómo lo hizo.

A veces, se quedaba contemplándolo sin que lo notara. Era tan guapo cómo su padre, a pesar de no haber heredado esos preciosos y enigmáticos ojos color turquesa, aquellos que la hechizaron desde el primer segundo que los vio.

No obstante, a pesar de quererlo tanto, una molesta sensación persistía. La sensación de que Gil no era su hijo biológico a pesar de haberlo tenido adentro por siete meses y parido posteriormente. Sin mencionar todos los molestos y agresivos síntomas de embarazo que su concepción le provocó.

Una parte de ella sabía que ese extraño engendro entre un vampiro y ella, una humana, no le pertenecía. Parecía un niño normal, se veía cómo un niño normal, pero no lo fue, nunca lo fue y en más de una ocasión, pensó en sacarlo de dónde estaba.

🌟🌟🌟🌟🌟

Vencido por el cansancio y el parloteo monótono del maestro, Gilberto cayó en un profundo sueño sobre la paleta del pupitre. En éste, se encontraba atrapado y encogido dentro de un saco semitransparente, en el que flotaba en un agua turbia por donde la luz apenas pasaba.

En un principio, el lugar se sentía confortable a pesar de las circunstancias, hasta que de pronto, un dolor de cabeza, el dolor más potente que jamás creyó sentir, interrumpió su tranquilidad, transformándola en terror, gritos silenciosos y angustia.

Después, la oscuridad; después, el silencio.

Y por más que intentaba recordar un evento de la niñez que lo explicara, nunca pudo.

Nueva Orleans.

Casi recuperado, aunque todavía apoyándose en un bastón, Frederick caminaba por el aeropuerto cuando, al mirar hacia un costado, la figura de una mujer rubia a la que reconoció de inmediato, lo dejó impactado, perplejo y totalmente embelesado.

Iba acompañada de un afroamericano muy alto y delgado, a quien le tomaba del brazo, cosa que lo desánimó. La mujer que solía poblar sus sueños más ardientes, se encontraba parada a tan solo un par de pasos de él, pero demasiado cerca de otro hombre.

Su insistente mirada la hizo voltear a verlo con molestia. Wilson se sintió apenado, incluso, intimidado y miró a otra parte intentando disimular. Cuando la buscó otra vez, ya no estaba, se había perdido entre la multitud.

Tal vez había sido solo un espejismo debido a la obsesión que ese sueño le estaba despertando. Esos ojos...

Era ella, no podía ser nadie más.

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