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13. Fuego

Gil había estado muy distante las últimas semanas después de que terminaron. Y no es que esperara otra cosa, pero aunque él nunca había sido el alma de la fiesta, sí lo notaba más ausente que de costumbre.

Carolina bebió un trago de vodka antes de salir rumbo a la escuela, se colocó la mochila en la salida y salió. No sabía por qué, pero se sentía muy culpable por todo lo que le dijo a Gil el día que terminaron. Tal vez fue la borrachera, tal vez fue la mota, el caso es que reconocía que "se pasó de lanza".

También admitía que Gilberto se había portado como todo un caballero que soportó estoicamente todas las ofensas y las presuntas verdades que le escupió a la cara, aun cuando estaba segura de que él también tenía mucho que reclamar. De haber sido Jacobo, el tipo con el que andaba ahora, habría pasado una semana en el hospital por eso.

Gilberto era todo lo que cualquier mujer desearía. Guapo, serio, centrado, maduro, responsable, sin vicios... Pero aunque tenía todas esas virtudes, ella tendía a aburrirse muy fácil. Sin embargo, lo extrañaba y se preguntaba cómo la estaría pasando.

Grande fue su sorpresa cuando lo vio llegar y bajar de un elegantísimo auto negro, conducido por un hombre afroamericano con el que parecía tener cierta familiaridad.

Él la miró observándolo de lejos, pero decidió ignorarla. Y claro, era de esperarse, sin embargo, esa actitud le dolió.

Desafortunadamente, Gil no podría evadirla por mucho tiempo, ya que estaban en el mismo salón y en solo minutos se verían de nuevo. Él aún estaba muy dolido y no había olvidado todas las burlas de las que fue objeto por su indiscreción.

—Hola, Gil.

—Buenos días —respondió seco.

—Ya vi que te dieron raite ¿Ahora tienes amigos ricos?

—Carolina, no puedes decir todo lo que dijiste y hablarme como si nada. No lo hagas. No quiero hablar contigo ni escucharte.

—Uy, que sensible. Debe ser por tu lado de vampiro, ¿verdad?

—Ya. Allá tú si no me crees, pero tampoco voy a permitir que te sigas burlando. Fue algo que te confié a ti, no tenías derecho a hacer lo que hiciste.

—Ya, perdón, estaba borracha y...

—Eso no mejora las cosas. Arregla tu vida y déjame en paz.

Gil tomó sus cosas y se cambió de lugar, alejándose lo más posible de ella.

Chale con el bebé vampiro, que sensible —pensó mientras lo veía acomodarse en otro sitio.

Bien, seguía muy enojado y así no podría averiguar nada.



Al fin estaba solo otra vez. Podría pensar con tranquilidad sus siguientes pasos sin perder de vista el anillo con el que jugueteaba entre sus dedos.

Sonreía imaginando el feliz momento en que la tuviera de nuevo frente a él. Sin embargo, algo enturbiaba su entusiasmo y era la idea de presentarse así, en muletas, con ese aspecto tan penoso a su parecer. No, no podía buscarla en ese estado. Debía buscar la forma de verse lo más normal posible. Podría olvidar su orgullo y aceptar la ayuda económica que le ofreció Jonas. Después vería la manera de pagarle.

—¿Para qué tomarte tantas molestias, Wilson?

—Ay, aquí sigues...

—El hecho de que no puedas verme, no significa que me haya ido.

—¿Por qué no vas hacia la luz o algo?

—Porque no puedo.

—¿A qué te refieres con eso?

—Solo debes ir, entregar ese anillo y seguir con tu vida.

—¿Acaso puedes escuchar lo que pienso?

—No tengo que hacerlo. Ni siquiera tienes que salir de aquí, puedes enviárselo por paquetería.

—Eso quisieras. Pero no, voy a ir a entregárselo personalmente.

—¡Ve pues, que te vea y cambie de opinión! Que te mate, si eso es lo que quieres.

—Eso te encantaría, ¿verdad? Confío en mi encanto.

—Lo que digas, pero no eres su tipo. A ella le gustan altos, fuertes, misteriosos, de ojos azules... Y tú los tienes muy feos, grandes y de otro color.

Frederick se burló de buena gana, era tan gracioso y tan infantil. Eso hizo enfurecer a Edward.

—¿Ah si? —preguntó Wilson con sorna. Y vivos también, me imagino.

—Completos, sobre todo eso, completos. No te hagas ilusiones, Wilson, tú eres un pobre diablo insignificante para ella. A lo mucho, le inspirarás... compasión, tal vez hasta un cargo de conciencia.

—¿Cargo de conciencia por qué?

Edward se maldijo, había hablado de más, pues al parecer, Wilson no había relacionado a Emily con el monstruo que asesinó a su familia. Aunque, pensándolo mejor, no estaría mal que ese pobre infeliz supiera donde y con quién pretendía involucrarse.

—¿En serio no lo sabes? —continuó.

La entrada de una de las ancianas llevándole una charola con comida, lo interrumpió, haciéndolo desaparecer.

—¿Con quién hablas, Fred? Creí que Jon estaba aquí.

-Veía algo en internet.

—¿Cómo sigues, corazón?

—Bien.

Frederick se quedó reflexionando en lo que Edward dijo. Le daba mala espina y no quería pensar en eso. Tal vez solo lo dijo por fastidiar. Se notaba que pensar en él acercándose a su viuda, lo volvía loco de rabia y atacaba como animal herido. Pobre tipo. Al menos, él estaba vivo todavía y eso sí, con muchas ganas de estar con esa preciosa rubia de ojos enormes.

........

Fue un golpe terrible, otro más, encontrar su pequeño hogar reducido a escombros chamuscados. Sobre todo, cuando estaba seguro de que sus pocos, pero muy preciados recuerdos, se habían perdido junto con todo. El área había sido acordonada por el departamento de bomberos y había charcos de agua con ceniza por doquier.

Gil entró en una crisis nerviosa que le impedía hablar. Se introducía los dedos entre los cabellos peinándose hacia atrás en repetidas ocasiones, tratando de que el llanto saliera sin conseguirlo.

Un hombre desconocido con traje de bombero se acercó por detrás y le inyectó una sustancia que lo hizo caer inconsciente. La mochila con sus cosas de la universidad cayó al suelo. Philip se acercó para levantarla y sacudirla. A veces no estaba de acuerdo con los métodos de su protectora, pero confiaba en que ella sabía lo que hacía.

Colocaron al joven en el asiento trasero del Mercedes y lo llevaron a la casa Green, donde ya tenía una habitación lista para recibirlo. El hombre que lo inyectó, ya cambiado de ropa, lo colocó sobre la cama y después se retiró. Brenda se acercó para quitarle los zapatos y cobijarlo, pues estaba un poco frío para él y no quería que enfermara.

—Al fin mi niño, al fin estás donde debes estar, donde perteneces...—murmuró, mientras le acariciaba la cabeza con dulzura—. Mi pequeño Edward Anthony.

No había sido algo premeditado, tal vez fue algo subconsciente, pero el cuarto que le asignó a Gil, era el mismo que iba a ser destinado para su bebé que nunca llegó a nacer y por quién el muchacho recibió ese nombre de su padre, quien estaba seguro de que se trataba de la misma persona.

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