12. Malos pensamientos
Con la brutal fuerza de vampiro que Philip tenía, fue demasiado fácil neutralizar a esos dos. Los poderes de Diane disminuían cada vez más y no habría podido ayudarlo esta vez.
—Gracias.
—De nada. Señor, tenemos que salir de este lugar, es muy peligroso.
—Cálmate con tu «señor». Dime Gil.
—Vámonos entonces, Gil.
—¿Y qué propones? ¿Qué me vaya a vivir con esa loca asesina? Supe lo que hizo anoche y créeme, no me siento seguro cuando está ella cerca.
—Por favor, no hable así de la señora Brenda en mi presencia. Joven, venga conmigo, corre peligro aquí. Hágalo por su papá —señala la foto en la pared—, estoy seguro de que a él no...
—Tú ni lo conocías.
—Madame habla mucho de él todo el tiempo. Y de usted también. Ella lo quiere mucho, joven Gilberto.
—Ella tampoco me conoce, no puede quererme.
—Es hijo del señor Edward y con eso le basta, eso es lo que siempre dice.
—¿Si? ¿Eso dice? Pobrecita. No, y es mi última palabra. Esta es mi casa. Ahora, si me permites, tengo clases y voy tarde.
—Lo espero. Báñese, arréglese y yo lo llevo a donde vaya.
—¿Si?
—Por supuesto. Adelante, lo espero en la sala.
Gil lo vio unos minutos algo desconfiado y luego se metió a bañar. Philip parecía un hombre agradable, confiable y muy agradecido. Sabía que ella lo había mandado y también sabía que no se iba a dar por vencida tan fácil. No estaba seguro por qué, pero de alguna manera lo sabía.
A Gil, Brenda le daba mucho miedo. De hecho, le tenía más miedo que rencor. Sus enormes ojos azul grisáceo le taladraban el alma, sentía que podía ver a través de él y que por alguna razón, conocía todo cuanto pensaba. Y no le gustaba. No quería que supiera lo que había hecho. Era raro, pues su padre tenía esa facultad con los demás, hasta con Cordelia, pero él nunca se sintió incómodo a su lado. Todo lo contrario, siempre se supo muy amado y protegido.
Lo quería tanto, que alguna vez se llegó a sentir culpable por no amar a su madre de la misma forma. Tal vez porque, a pesar de todo, siempre la sintió distante. Siempre estaba aquella barrera invisible que no permitía una cercanía real madre e hijo.
Para él, su padre era especial, era increíble, poderoso y hasta peligroso. Edward nunca lo supo, pero Gil llegó a enterarse de lo que hizo con la "maestra maldita". Supuso que eso contribuyó a que todos en su nueva escuela lo tratarán tan bien. Y no le gustaba pensar así, pero se alegró mucho cuando se enteró.
Por eso no le gustaba estar cerca de Brenda. Si por alguna razón ella conociera lo que había en su mente, seguramente acabaría con él de inmediato. Esos malos pensamientos, esa sed de sangre y violencia, lo ponían mal, lo avergonzaban. Le hacían sentirse malvado y ya sabía lo que esa loca les hacía a "los malos". Estaba casi seguro de que, si se iba a vivir con ella como tanto insistía, tarde o temprano lo sabría.
Salió de bañarse y luego de cambiarse. Philip lo esperaba en la sala, como dijo que lo haría.
Philip, mientras Gil no lo podía ver, recorrió la casa en busca de todo aquello que tendría que sacar de la casa, que fuera de valor sentimental. Y lo primero, sería esa foto.
Esa mañana, Frederick recibió una visita especial. Era su hermano, Jonas, quien había ido a recogerlo para llevarlo a casa. Ya Madeleine lo había puesto al tanto de los acontecimientos y Wilson no tuvo más remedio que someterse a la voluntad de ellos. No estaba en condiciones para hacer nada más.
Jonas siempre lo había tratado muy bien, siempre fueron muy unidos y se sentía orgulloso de su hermano. Le apenó mucho lo que Madeleine, con su dramatismo exacerbado, le relató de aquella noche.
—Pobre Fred, es tan injusto lo que le sucedió —comentó la joven, apesadumbrada.
—Se va a reponer, saldrá adelante —animó Jonas, dando un sorbo a su taza de café.
Toc, toc, toc, sonaban las muletas de Frederick sobre el piso de madera. Aún no lo podía creer, hacía poco menos de un mes, a esa hora, él ya habría estado en la estación. Se sentó en la cama y puso las muletas a un lado. Las cortinas estaban abiertas y el aire cargado de humedad se colaba por la ventana abierta. Hasta ese momento, no había pensado en lo sucedido.
Cerró los ojos y vio de nuevo a esa monstruosidad con forma humanoide, de ojos rojos, largas y delgadas extremidades; con afilados colmillos que chorreaban sangre y pedazos de carne, sujetando su pierna.
Avergonzado, comenzó a sollozar, pero no podía evitarlo. Las lágrimas brotaban solas y no se sentía capaz de controlar ese torrente emocional. Jonas acudió en cuanto lo escuchó, seguido por Madeleine y lo abrazó para consolarlo. Para su hermano era normal, Fred, como todos ahí le llamaban, había sido siempre un tipo sensible, empático, dulce y considerado. Todos lo amaban y nunca le hicieron sentir que no fuera parte de la manada. A nadie le sorprendió que se decidiera a entrar a la academia de policía, pues siempre había sido su vocación. El servicio y la protección eran lo suyo.
Madeleine notó, cuando abrazó a Jonas, que Fred llevaba en la mano un anillo. Se alarmó al notar el lapislázuli en él.
—¿De dónde sacaste ese anillo, Fred?
—Lo encontré en la habitación.
—Tal vez sea de alguien del hospital.
—No.
—¿No? ¿Entonces conoces al dueño?
—Algo así.
—Fred, ese anillo es de un vampiro —aseguró la mujer, con gesto sombrío y Jonas rio.
—¿Cómo que de un vampiro, Mad? ¿Por qué dices eso?
—¡Porque los he visto, Jonas! El lapislázuli... Los he visto usarlo. No deberías tener eso.
—No es un vampiro, Mad, te lo aseguro. Pero no te preocupes, lo devolveré pronto. Su dueña debe echarlo mucho de menos.
—Ah, es una chica...
—Y qué chica, Jon. La mujer más hermosa que he visto en toda mi vida.
—¿Es de una mujer?
—Sí.
—¡Pues devuélveselo pronto! —masculló y salió furiosa de la habitación.
Ambos hermanos se miraron preocupados. No importaba cuántas veces se lo explicarán, Madeleine parecía no entender que Frederick solo la veía como una hermana, su hermanita menor.
Apenas Gil estuvo fuera de la construcción, Brenda envió a Philip y otros dos de sus hombres, para recolectar todo lo que pudiera tener un valor sentimental dentro de esa pequeña ratonera que él llamaba casa y reducir el resto a cenizas. Sin casa y sin dinero o ropa que ponerse, el chico se vería obligado a buscar donde vivir y ahí estaría su casa para darle la bienvenida.
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