10. Unas cuantas verdades
Wilson miraba atento cada movimiento del ente, que no le quitaba la vista de encima.
—No me has dicho de dónde sacaste ese anillo.
—Lo encontré en el suelo.
—¿En dónde?
—Aquí, en el suelo.
—¿Cuál es tu nombre?
—Frederick Wilson.
—Frederick...
Edward se acerca y el convaleciente se altera un poco ante ese acto.
—Ese anillo me pertenece—anunció viéndolo fijamente con actitud hostil.
—¿Quién eres tú? ¿Cómo entraste?
—Eso es lo de menos. La buena noticia es que te voy a estar acompañando durante un tiempo. Veo que estás muy solo —sonrió intentando parecer amable, pero resultó todo lo opuesto. Wilson sentía temor y su instinto lo obligó a escapar, aunque con penosos resultados.
Enredado en la sábana, con el muñón atorado en la barrera lateral de la cama, Frederick forcejeaba para poder tocar el suelo. A Edward le pareció patético y rodó los ojos ante la escena.
—Deja de moverte, idiota. No te ves nada heroico en este momento.
—¡Déjame en paz! ¡Lárgate!
—Eso quisiera, pero no puedo. Y si te soy sincero, preferiría estar en mi bonita cárcel vegetal, que contigo, pelmazo.
Finalmente, Wilson cayó al piso y el dolor al aterrizar con la punta del miembro amputado, lo hizo gritar del dolor y sangrar.
—¿No piensas ayudarlo? —Preguntó Lorraine con indignación.
—No puedo tocar nada, soy un fantasma. Además, con ese escándalo, ya debe venir alguien en camino.
A los pocos segundos, un enfermero y un médico llegaron para auxiliarlo.
—Es extraño.
—¿Qué es extraño?
—¿Si es un héroe, por qué me teme tanto? A mí solo me temen los que tienen cuentas por pagar —dijo dubitativo, con los brazos cruzados.
—A mucha gente le dan miedo los fantasmas. Además, estás muerto, ya no eres lo de antes, Edward.
—Eres una tramposa, Lorraine.
—Y tú eres cruel.
—¿Por qué tiene mi anillo?
—No es tuyo, es de...
—¿Emily? —completó molesto— Es lo mismo.
—Sí, es el de ella. Se le cayó la vez que estuvo aquí.
—¿Y qué hacía ella aquí?
—Vino a matarlo.
—Yo lo veo muy vivo ¿Por qué?
—Porque no pudo.
—¡¿Cómo que no pudo?!
—¡O más bien, no quiso! Él es un buen hombre, y ella lo sabe.
—¿Dónde está ella ahora?
—Cumpliendo su promesa.
—¿Está con Gil?
—Así es.
Eso lo emocionó, le conmovió saber que ella no lo había olvidado. Ahora estaría más tranquilo al saber que su hijo estaba tan bien cuidado. Por un momento, olvidó el coraje que le provocaba saber que ella tenía suficiente interés en ese inútil, como para perdonarle la vida.
Después de varios minutos de un incómodo silencio, llegaron a la pequeñísima casa de interés social que Gil habitaba desde hacía algunos años, cuando la casa donde vivían los tres, se incendió por un corto circuito. O ese fue el informe oficial, al menos.
—¿Aquí vives? —preguntó Brenda con asombro. El lugar era una ruina, con la fachada despintada, el suelo de tierra y la puerta vieja y decolorada por el inclemente sol cachanilla.
—Sí, ¿por?
—¿Qué pasó con la otra casa?
—Se quemó. Bueno ya, yo aquí me quedo, gracias por el raite, adiós.
—No, esto no está bien. Este lugar es horrible, Gil.
—Al menos tengo un techo.
—¿Y tu madre? ¿Dónde está?
—Muerta.
—Entonces, no hay razón para que sigas aquí. Tu padre quer...
—¡Mi padre se largó, no le importó lo que nos pasará a mi madre y a mí! —respondió de mala gana. Aunque en un principio esa actitud la hizo enojar, respiró profundo para tranquilizarse.
—Eso no es verdad. Tú eras lo más importante para tu papá. Y bueno, también tu madre.
—No, a mi madre nunca la quiso. ¡Todo lo que había en su mente era "Emily", "Emily", ¡"Emily" todo el puto tiempo! ¡Mi madre lo adoraba, habría dado la vida por él sin pensarlo, pero a él solo le importabas tú!
—¡Yo no soy Emily! ¡Emily está muerta! ¡Yo me llamo Brenda!
—No importa que nombre te pongas, eres ella.
—No, no importa, lo único que importa ahora, es que estoy aquí y tú ya no tienes que pasar por más penurias, Gilberto.
—Yo estoy bien, estoy muy bien —aseguró.
—¿Si? ¿Estás muy bien? Entonces dime, ¿por qué te aventaste del maldito puente?
—¡Porque el mundo es un asco! ¡La gente es un asco! ¡Porque estoy harto de todos!
Brenda no soportó más y le dio un abrazo. Gil trató de soltarse, pero ella no lo dejó.
—Mi bebé, mi pobre bebé —musitó cariñosa— No hagas eso, te vas a lastimar, cariñito. Estoy aquí para ti, para cuidarte, para protegerte.
—¡Llegaste muy tarde! ¡Te esperaba hace diez años!
Ella lo soltó antes de que se lesionara el cuello por forcejear.
—De haber podido, habría llegado antes. Aunque después de todos, creo que llegué en el momento oportuno. Toma tus cosas y ven a vivir conmigo a la casa Green.
—No, estoy bien aquí.
—Por favor.
—¡No! Vete, no te quiero, no te necesito. Ya soy un adulto, ¿qué no ves? Gracias por traerme, pero eso es todo lo que ocuparé de ti. Ah, y no me trates con tanta familiaridad, porque no me conoces. Tú y yo, no somos nada. El que hayas conocido a mi padre, no significa que me conozcas a mí.
—Lo sé. Eras más lindo de niño.
—Bien, adiós —entró a su casa dando un portazo, dejando a Brenda y a Philip afuera.
Pero ella no se rendiría. Si algo había aprendido tanto de Edward, como de Klaus, era el sutil arte de la manipulación.
A Brenda tampoco la entusiasmaba demasiado el ir a vivir a la casa Green, su antiguo hogar. Al abrir la puerta doble de la entrada y ver aquellas escaleras, una impresión la hizo doblarse y derramar lágrimas de dolor.
Dolor del pasado, de las memorias que habían vuelto a su memoria poco a poco. De pronto, le pareció ver a Edward bajando por las escaleras, con su típico traje. Elegante, oscuro, triste como era él en ocasiones. Tan guapo, como siempre.
Todo ese tiempo al servicio de los oscuros fines de Klaus, la había hecho poner su luto en animación suspendida. Pero ahora, todos los recuerdos pasados y recientes se le fueron encima.
Philip no lo conoció personalmente, pero había visto en más de una ocasión, los dibujos que Brenda hacía a veces sin parar, como una obsesa. Cómo si temiera que la memoria le fallara otra vez y la existencia de su gran amor, se perdiera en el olvido.
Sabía que no había sido perfecto, tuvo muchos defectos, sí, pero con una mirada suya, con una sonrisa, era capaz de hacerla olvidarlos todos. Porque además, comparados con sus virtudes, eran poca cosa.
Por eso, lo primero que colocó en la pared que daba a la entrada, era los retratos que había hecho de él y de su querido "Peter".
Wilson despertó de nuevo casi a las tres de la mañana. El fantasma seguía en el cuarto, junto a la ventana.
—Vete de aquí, por favor, ya vete —suplicó Frederick, apretando los ojos, a lo que Edward respondió con una risa burlona y se acercó a él.
—¡Booo! —se carcajeó con ganas y continuó con la mofa— ¡Tan grandote y tan llorón! ¡No te voy a hacer nada, ridículo!
—¿Qué quieres aquí? Si es por el anillo, toma —se saca la argolla y se la extiende—, te lo doy, pero vete ya.
—No, guárdalo y no lo pierdas. Para tu desgracia y la mía, tenemos que estar juntos por un tiempo.
—¿Por qué?
—No lo sé. Así que acostúmbrate, porque yo tampoco quiero estar contigo. De poder elegir, estaría con mi hijo y mi mujer, pero no aquí estoy, con un gachupín miedoso y lisiado con nombre de gringo.
—¿Por qué no tomas el anillo y te largas?
—¡Porque no puedo! Creo que ya te diste cuenta de que soy un fantasma. Estoy esperando instrucciones.
—¿De Lorraine? —indagó.
—¿Puedes ver a Lorraine?
—No, pero te he escuchado rebuznar su nombre varias veces.
—Vaya, miren quien despertó.
—¿Por qué dices que el anillo es tuyo?
—Porque lo es.
—Demuéstralo.
—En el interior tiene un grabado que dice: "Edward y Emily, 1919 a la eternidad". Yo soy Edward y mi esposa es Emily.
—¿Es? ¿Sigue viva?
—Así es y parece que ya la conociste. Esa hermosa rubia de ojos grandes que te visitó hace unos días.
—No, por favor...—pensó desanimado en voz alta.
—Eso quisiera, pero morí y estoy en el infierno.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro