El pueblo de Ketar vió crecer a todos sus hombres, vió nacer los muros y los vió caer. Fue tan testigo de amaneceres  como de noches oscuras y penumbras. En él se escenificó aquel pacto satánico que sus pobladores con los siglos olvidaron, ese que evitó las olas enormes y las criaturas asesinas del bosque, llegara hasta el pueblecillo recién fundado.

Al principio eran hombres de hacha con ídolos de madera y de piedra. Su llegada a esta tierra los hizo desatar la furia de lo más profundo del bosque, Él, aquella cosa sombria, que carecía de alguna forma exacta, y que vigilaba el secreto de desértico Ketar.

—Ahora sois todos mis hombres, ahora sois mis guerreros y esclavos, protegeréis este secreto durante mi descanso y levantaréis los muros para evitar a extraños. De otra forma moreis y servireis de abono a mis plantas...

Ahora, todos por costumbre, adoraban a un Dios extranjero que lo habían conocido con los navegantes en el mercado, y los hombres lejanos de otras tierras. Una familia fue culpable por ello, una chica desató una guerra con las fuerzas mas oscuras del pueblo.

Un cazador, una criada, cuatro bellas damas, una historia y un pueblo.