Ketar, es un pueblo para nada pequeño, y lo hace peculiar aquella ruina de un muro gigante que, en los antiguos tiempos, cosquilleaba las nubes.

Era un día como cualquier otro, las personas iban y venían cargadas de frutas, cueros, joyas y telas para el mercado; ese era el corazón del pueblo: el comercio, o bueno, eso creían sus habitantes. Lo cierto es que sus mujeres eran talladas por Kenar, diosa de la avaricia y lo exótico. Eran preciosas, siempre de cabello negro o castaño, respetables, exceptuando en aquel cuartucho de mala madre ubicado detrás de la Fábrica de rones. Los hombres eran musculosos gracias al forzoso trabajo que se exigía en Ketar. La pereza era desconocida, quienes no trabajaban, estudiaba, o se casaban para ayudar a sus esposos en las labores.

Lo más grande del pueblo era el puerto. Las escuelas eran pequeñas y a disposición de las carencias económicas de cada cual.

Los Assnam eran una de las familias más reconocidad, Velac Assnam, gran pezcador y el mejor navegante; su esposa Neda, una humilde costurera y Nefdac, el fruto del matrimonio, quien cumplía el próximo verano su mayoría de edad. La chica poseía una belleza extraordinaria, ojos verdes que podrían poner en duda su inocencia. Cabello negro, largo y ondulado. Todo el mundo a su alrededor debía observarla.

Su extrema belleza llamó la antención incluso de aquella señora, abuela de cuatro muchachas pelirrojas, las ùnicas en el pueblo, quien la invitara a trabajar como ama de llaves en su casa.
Para muchos un lujo, para la chica la cosa que evitó que siguiera con sus estudios.

Nefdac llevaba ya tres años trabajando en la casa, llevaba "buena" relación con las cuatrillizas, quienes la habían acogido como una prima cercana. Pero ellas guardaban un terrible secreto, y la pelinegra se encontraba en el lugar equivocado y con la persona errónea, así que averiguarlo sería un arma de doble filo.