I
NEFDAC ASSNAM
La primavera hizo su aparición y es delicioso el aroma que ha retomado el pueblo y hasta el océano. Me acomodo mi uniforme negro de mangas, con un pequeño cuello blanco, mientras mi madre prepara el desayuno. Hoy salgo más temprano, mi padre arribaba al puerto al amanecer, debe estar ya subastando los atunes, porque eso me dijo que pescarían.
Desayuno junto al ser que me trajo a este mundo, lleva un vestido blanco lleno de alfileres y agujas y varios elásticos en el cuello.
—Algún día de estos o te comes una aguja o te ahorcas con lo que tienes en el cuello —dije señalando su facha.
Con un gesto de resignación me contestó mientras me señalaba con su dedo índice —si sigues hablando así a tu madre...
—¿Qué? ¿Me llevarás con el sacerdote para que me de diez azotes?
—Nefdac...— su mirada ahora daba miedo, a todos, menos a mí, la verdad es que no la soporto.
—Madre... Me marcho, mi padre ya debe haber terminado la venta y luego tengo trabajo.
Asintió y se levantó para colocarme un pegajoso beso en la mejilla. La odiaba, a ella y a sus estúpidas reglas de etiqueta. Desde que me entregó a aquellas brujas de la casa grande he maldecido mis días y rezado para que acabe. Quería estudiar y luego crear un minimercado para comercializar lo que vendiera mi padre y lo que confeccionara ella. Ese era mi sueño, mi maldito sueño, y aquí estoy de sirvienta, limpiando pisos y preparando el té.
Iba caminando al puerto cuando vi la plaza Arrac abarrotada de gente. Cerca del bar de Isora, un lugar al que las mujeres no entraban por su propio bien, había una disputa. Al parecer dos borrachos terminaban de caerse a golpes mientras que la multitud celebraba junto al campeón. Uno de ellos lo reconocí al instante, Isahac, mi prometido, estaba todo mugriento, con la camisa rota, el pelo alborotado y sus ojos negros estaban exaustos.
El otro aún estaba de espalda, mientras elevaba una y otra vez la jarra de cerveza al ritmo de todos los presentes. Se giró despacio y entonces lo vi y quedé tiesa del susto, sus ojos claros, su tono oscuro de piel, todo era tan macabro y a la vez tan fascinante y tan poco comùn que se me hizo difícil voltearme. Nuestras miradas se encontraron, el ensanchó su sonrisa y ¿me hizo un guiño? Ahí me di cuenta que no solo él me estaba mirando, tambien lo hacían Isac mientras escupía sangre. Debía alejarme de inmediato. Tenía la boca seca y humedad entre las piernas. Esto no es normal, esto es a lo que se referían las chicas.
Corrí por el camino de piedras sin dejar de pensar en cada detalle de esa mirada del demonio. Estaba tan sumergida en mis pensamientos que ni siquiera me percaté cuando choqué contra un cuerpo gordo y enorme que produjo que cayera al suelo.
—Está bien señorita Nefd?
—Si disculpa —, alcé la vista y era ¿el cocibero? —Boncius? Qué haces aquí?
—Trabajamos aquí recuerda?
Miré alrededor y en efecto era el portal de la Casa Grande.
Entramos a la casa mientras lo ayudé con sus compras hasta la cocina. Mi mente viajaba a la plaza Arrac, hasta que recordé que a fin de cuentas no visité a mi padre.
....
Me detuve a inspeccionar el establo desde la ventana. Era una nave estrecha, dividida en cinco secciones, y en cada una de ellas un semental, todos eran machos. Una cerca perimetraba el lugar hasta la cocina, dejando un espacio entre la casa y el bosque que, intencionalmente, estaba demasiado cerca. Nadie había construido tan próximo a los espíritus antiguos, por eso se decía que esta casa estaba maldita.
Vivía una anciana con sus cuatro nietas, todas de la misma edad porque nacieron el mismo día, unos cuatro años mayores que yo. Todas tenían el pelo rojo cobrizo, y eran las unicas así en este lugar.
En instantes, como si las hubiese llamado el mismisimo demonio, apareció Nessa, la más esbelta y con el carácter de un perro guardían.
—Hola Nefdac, te esperamos en la biblioteca por favor.
Dice detrás de una gigantezca columna de libros que llevaba sobre sus brazos. La seguí sin chistar, más me vale mantener mi trabajo hasta las últimas tres lunas de este año. Eso si quería huir con Isahac.
Llegamos a la biblioteca, estaban las otras tres acompañadas de la vieja y temeraria Senart, dueña de la mitad de la flota Dorada y de gran parte del mercado, y abuela de las pulgas. Eso sin contar de su cercana descendencia con Kitnar, el Guerrero Rojo, y uno de los primeros conquistadores. Se dice en los libros de las zonas restringidas, y no me pregunten cómo lo sé, que antes de la conquista esta tierra era habitada por demonios y sombras cambiantes que atemorizaban a los nativos. Cuando se unieron el hacha y las velas todos esos peligros desaparecieron misteriosamente. Obvio que es un graaan mito para que los niños no salgan despues de las seis.
—Buenos días querida —saludó la señora, su avanzada edad se escondía en sus vaqueros y sus botas de cuero.
—Buen día y disculpad la tardanza, pero la violencia de estos días suele interponerse en nuestros caminos.
Tomé la tetera y comencé a servir el té en el otrden de siempre.
—Deja las formalidades niña, no me gustan las oraciones cargadas de palabrerìo innecesario.
Termiñe de servir a Kesart, la última que nació, y toméasiento junto a ellas, siempre me permitieron ser una más. Las chicas solo tienen a su abuela, y me contrataron porque les caí bien cuando estuvimos en el mismo salón en secundaria.
—Iba de camino al puerto a encontrarme con mi padre...
—Oí que pescó mucho la tripulación del Capitán Assnam —mencionó Kesart, quien según mi análisis, la más sana mentalmente de todas. Siempre llevaba vestidos con flores y deademas que la hacían lucir más joven que sus hermanas.
—Se dice que el atún era del tamaño de Sebul, la mascota del dios Anthar —intervino Safir, la admiraba por su intelectualidad y capacidad de leer cien libros en dos Lunas.
—Aún no se confirma nada, sabéis que los marineros exageran sus hazañas en altamar.
Y si no hablaba Glesha nada estaba bien, insoportable, odiosa como siempre y al parecer el sentimiento era mutuo porque era la única que no me soportaba. En el pueblo se habalba de ella por sus raras costumbres de hacer actividades de hombres: cazar, usar el arco y estar en riñas con la espada. Pero su cuerpo fue tallado por la mista Kenar, y la ropa de cuero ajustada que siempre usaba lo asentuaba más.
Esas costumbres entre ellas eran comunes, por lo que sí podía contarles sobre la pelea, y lo hice. Hablar de hombre con ellas era como hablar de bastidores con mi madre o de nudos con mi padre. Algo común.
—¡Extranjero! —gritaron todas.
—Sí, lo sé por su color de piel oscuro y ojos claros, esa combinación aquí es rara.
—Y que lo digas —, respondió Nessa que había permanecido muy callada. Los extranjeros suelen comprar y hospedarse en alguna taberna, pero armar líos... es curioso.
—La escena me dió a entender que está acostumbrado a golpear.
—Es decir que le dió una paliza a tu novio? —preguntó la odiosa.
—No es mi novio! —grité eufórica, no sé por qué disfrutaba molestarme —, es mi prometido.
—Niñas recuerden que las costumbres familiarrs de las que proviene Nef no son iguales a las suyas.
Y tenía razón, en casa no se podía hablar de cuertos temas.
La tarde cayó y volví a casa, cuando ya la cena estaba lista. Entré a la cocina y estaba todo servido, pero no había señal de mis padres por ningún lado. Nuestra hora de comida era sagrada.
—¡Hola familia!
Nada, ni un solo ruido, recorrí las habitaciones y comencé a asustarme cuando las ví vacías. Salí al patio trasero donde se almacenaba la leña y qué alivio al verlos.
–Padre!
Me lancé sobre sus brazos, llevaba tres Lunas fuera y una tormenta los atravesó a mitad de la travesía. Sin embargo correspondió con un abrazo frío y distante. Detallé su rostro y a pesar de estar deteriorado por los días en altamar se reflejaba una tristeza tremenda. Depositó un beso en mi frente sin mediar palabra.
Está sucediendo algo.
—Padre...
Ambos intercambiaron una mirada y mi madre rompió en llanto. Ya no llevaba sus pompones llenos de alfileres, ni sus elásticos como collares, ni su vestido verde aceituna. Mi padre me abrazó muy fuerte para luego decirme:
—Isahac, hija él... él está muerto.
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