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Capítulo 46

Bruna se encontraba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas y los muslos abiertos en forma de X. A su alrededor, fotografías de su familia se extendían en dos hileras, impresas en hojas que parecían espejos de un pasado que no estaba preparada para enfrentar. Frente a ella estaba Hans Adler, su instructor en el control de su habilidad elemental. Su tarea era encontrar las emociones correctas, las que conectaran con su poder sobre el agua, pero hoy se enfrentaba a algo más profundo, un dolor que siempre había evitado.

El primer vistazo fue hacia una fotografía de su padre. Allí estaba él, acostado en una cama, sonriendo levemente hacia la cámara. Esa barba incipiente, la piel oliva oscura y la calvicie incipiente que tanto recordaba. Bruna sintió su corazón oprimido, recordando claramente ese día: cuarentena de 2019, cuando cursaba su carrera de diseño. La nostalgia la golpeó, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¡No puedo! —exclamó con la voz rota, tratando de guardar la foto en su bolsillo—. Lo extraño demasiado... tanto que duele.

Hans, de pie a unos metros de distancia, se acercó y se agachó para recoger la foto que Bruna había soltado.

—Te duele —dijo él, con una calma seria mientras le devolvía la imagen—. No lo niegues. Déjalo fluir. Debes enfrentarlo.

Bruna sintió cómo sus labios temblaban al intentar hablar, y su puño derecho se cerró en un intento de contener las emociones que la abrumaban. «Duele... porque lo extraño demasiado», pensó, pero no pudo articular las palabras.

Respiró hondo y, tras una larga pausa, finalmente habló:

—Mi papá falleció el 25 de marzo del año pasado... Fue por causas naturales, infecciones y errores médicos. No lo vi morir. No tengo remordimientos por lo que sucedió, pero me duele saber que murió sin mí a su lado —las lágrimas empezaron a brotar mientras su voz se rompía—. Lo más traumático fue escuchar en el hospital: "Perdemos al paciente Héctor Dávalos..." y ver la camilla siendo llevada de urgencia.

Bruna dejó escapar una sonrisa amarga, las lágrimas caían con la misma cadencia que la lluvia que ahora empezaba a caer del cielo grisáceo. La tormenta parecía reflejar su dolor, cada gota de agua como un eco de las lágrimas que rodaban por su rostro.

—Ya no era una niña en ese momento, pero... en lo más profundo de mi ser, pedí por él. Lo llamé "papito" —susurró entre sollozos, mientras intentaba limpiarse las lágrimas con el brazo—. Me obligué a no llorar, a ser fuerte. No quería ser la llorona de la familia, así que respiré hondo y seguí adelante.

La confesión le desgarraba el alma. Su cuerpo empezó a temblar, pero no sintió las gotas de la lluvia que caían con intensidad. Para ella, solo existía el dolor, y la lluvia parecía un reflejo de su tormento interno. Hans, observando, notó cómo la lluvia, en lugar de golpearla, parecía acariciarla suavemente, como si el agua intentara consolarla.

—¿Cuándo te permitiste llorar? —preguntó Hans con cautela.

Bruna, con los ojos hinchados y rojos por el llanto, lo miró. En sus ojos, aunque llenos de dolor, se encendía un brillo eléctrico, como un rayo en medio de la tormenta.

—En su funeral... cuando acepté que ya nunca lo vería otra vez, cuando supe que ya no molestaríamos juntos a mamá, que no escucharía más sus ronquidos o sus bromas. En ese momento, me permití llorar por mi papito, mi papá.

El dolor en su voz era palpable, y en ese preciso instante, la lluvia se intensificó, pesada y densa, envolviendo todo el pueblo en una atmósfera de tristeza abrumadora. Hans sintió un extraño efecto de somnolencia al contacto con la lluvia, una paz casi surrealista que lo hizo tambalearse, hasta que se dejó caer al suelo.

Mientras tanto, el Alfa Elisey, que había estado haciendo diligencias en el lado oeste del pueblo, sintió el dolor de Bruna a través del lazo que los unía. Tomó su forma lobuna y corrió hacia ella, decidido a socorrerla.

—Ella debe liberarlo, Alfa Elisey —advirtió Hans, levantando un hechizo de contención para detener al gran lobo blanco de ojos dorados—. No necesita un calmante, y usted es lo más cercano a eso para ella.

Bruna, con una voz débil pero firme, intervino:

—Elisey, Björn... respeten la guía del Doc.

Elisey gruñó, frustrado por no poder intervenir, mientras Björn sacudía la cabeza en desacuerdo. «No es justo, te duele y no lo soporto», comunicó Björn telepáticamente. «Mi Luna, ¿no es suficiente ya?»

Bruna, con la calma que otorga el dolor aceptado, respondió:

—Este es un dolor que debo usar para el bien, porque jamás me abandonará.

Recordando las instrucciones de su instructor, Bruna respiró hondo. Se levantó lentamente, permitiendo que la lluvia la envolviera por completo. La sensación del agua sobre su piel la reconfortó, como si el mismo cielo la abrazara.

—¡Hagamos esto juntos! —exclamó, alzando la mirada al cielo. «Mírame, papito, mira mi nado»pensó con fuerza.

De inmediato, cada gota de agua que caía empezó a girar a su alrededor, formando un torbellino que danzaba en el aire. Bruna sintió una conexión profunda, y con solo un pensamiento dirigido a su corazón, el ambiente se transformó en algo místico. Las gotas brillaban en tonos azules y dorados, un espectáculo etéreo de luces que iluminaba la tormenta.

—Ese color... esa explosión... —murmuró Hans, con una sonrisa de satisfacción—. ¡Salve Albino Simeon Alfonzo! El décimo Medibrujo de la Manada Rudeltlantik.

Del agua que giraba a su alrededor, surgió la imagen de una gran loba marrón chocolate, que sostenía una flor de agua cristalina en su boca. El Seelie que observaba desde las sombras se acercó, entregándole la flor como símbolo de su aceptación.

«Nuestra Luna es descendiente de un lobo», exclamó Björn con un aullido de júbilo.

Elisey, sentado en silencio, observaba con orgullo. Sabía que este era solo el primer paso de Bruna hacia el control total de su habilidad elemental, y que ella era la digna nieta del décimo medibrujo de la manada.

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