Capítulo 42
Esa mañana de sábado, el cansancio le pesaba por todo el cuerpo. Con la vejiga a reventar, trató de apartarse de la fuente de calor que parecía convertirla en "peluche humano" para abrazar.
—Necesito ir al baño... —murmuró, medio dormida, como si no hubiese dormido bien en días.
Elisey asintió, aún adormilado, soltándola de su abrazo, no sin antes besarle en la clavícula del lado izquierdo. Por algún motivo, ese beso le trajo un alivio inmediato a su acalorado e incómodo estado.
Se levantó a tropezones, tambaleándose un poco, pero tras dar algunos pasos logró llegar al baño. Cerró la puerta y se sentó en el retrete, con la visión nublada por el sueño, y decidió cerrar los ojos mientras su vejiga se liberaba de la urgencia matutina. Sin embargo, cuando soltó la última gota, sintió una punzada notable que la hizo soltar un jadeo.
«¿Pero qué carajo hice para que punce tanto?» pensó, desconcertada.
Solo en ese momento abrió los ojos, sacudiéndose el sueño, y se dio cuenta de que estaba cubierta por una camisa negra de Elisey, una bombachita negra cómoda, y nada más. Agarró un poco de papel para secarse las últimas gotas y se subió la ropa interior antes de caminar lentamente hacia el espejo del baño.
Lo que vio la dejó sorprendida: la marca aún parecía un rasguño sobre su piel blanca y delicada. Su mente volvió instantáneamente al momento en que fue mordida por su Alfa, Elisey. El impacto de ese instante todavía resonaba en su piel, como un recuerdo indeleble. Sus ojos se detuvieron en el tatuaje que adornaba su cuello y clavícula izquierda. El diseño resaltaba sobre su piel clara, y los bordes aún mostraban un leve enrojecimiento, como si el escozor de la reciente marca todavía estuviera presente. El centro del tatuaje, con un azul profundo, parecía palpitar con vida propia, recordándole la fluidez y el poder del agua. Los detalles plateados que lo rodeaban reflejaban la autoridad de su Alfa, mientras que las ondas ornamentales la conectaban con la manada, una parte inseparable de su ser.
Aunque el dolor aún persistía en los bordes recientes, una sonrisa boba se asomó en sus labios mientras delineaba suavemente con sus dedos la marca. Sabía que aquello no era solo un adorno, sino un testimonio vivo de su vínculo con Elisey y la manada.
—Mi Luna, ¿estás bien? —preguntó Elisey desde el otro lado de la puerta, preocupado.
—Sí, solo me quedé colgada —respondió ella con su jerga paraguaya habitual, mientras abría la llave del lavamanos y se remojaba la cara para despertar mejor, intentando calmar un poco el calor que sentía en la marca de su clavícula—. Ya salgo en un ratito, no te preocupes.
No escuchó los pasos de Elisey alejarse, así que cerró la llave del agua y abrió la puerta. Ahí estaba él, mirándola.
—No vas a aliviar la quemazón con agua, mi Luna —comentó Elisey, su mirada una mezcla de orgullo y ternura.
—¿Por qué no? —preguntó ella frunciendo el ceño, dándose aire con la mano en la zona de la marca, dándose cuenta de que ni siquiera sentía el viento en esa parte.
—Porque la marca recién se asienta al quinto día de ser hecha. Pero, si lo desea, puedo besarte hasta que se te pase la molestia —dijo Elisey con una voz cargada de amor y una insinuación lasciva.
—Tengo hambre de comida, Elisey... —confesó, tocándose el estómago, sabiendo perfectamente lo que él sugería como alivio.
—Preciosa, ¿y si hacemos algo antes? —preguntó, casi suplicante.
Ella sintió perfectamente el deseo ardiente y urgente de su Alfa, y su cuerpo reaccionó al instante. Sus piernas se apretaron por la intensidad con que lo percibía, pero negó con firmeza.
—No podés hacerme eso, contrólate. Necesitamos comer para seguir adelante —insistió, sin ceder a la tentación.
—Pero...
Ella levantó la mano y, con una sonrisa, deslizó su dedo índice y pulgar en un gesto que lo interrumpió.
—Mis ojos están acá arriba, no donde estás mirando, Alfa —le advirtió, con una voz rasposa y dominante, mientras comenzaba a abotonarse la camisa.
Elisey soltó un quejido de frustración, pero no se alejó. Se quedó a un paso detrás de ella mientras ella caminaba hacia la puerta. Tenía hambre, y necesitaba comer para seguir adelante.
Sin embargo, justo cuando estaba por abrir la puerta para dirigirse a la cocina, sintió cómo Elisey la sujetaba suavemente de la muñeca, deteniéndola en su andar. Un escalofrío le recorrió la espalda al sentir el calor de su toque y el aura que él emanaba, cargada de una necesidad que, de alguna manera, la envolvía también. Sus ojos se encontraron en el reflejo de esos ojos azul celeste, y la intensidad de su mirada la paralizó por un segundo.
—Sabes que no puedo resistirme cuando estás así —murmuró Elisey, su voz era una mezcla de deseo y súplica contenida, sus ojos fijos en los de ella, mientras acercaba lentamente su cuerpo al suyo, su aliento rozando su cuello.
Ella cerró los ojos por un breve instante, tratando de contener la respuesta inmediata de su cuerpo al sentir la cercanía de su Alfa. Su piel, aún sensible por la marca, comenzaba a arder otra vez, pero esta vez no solo por el escozor de la mordida reciente, sino por algo mucho más profundo que se despertaba dentro de ella.
—Elisey… tenemos que comer... —susurró de nuevo, pero su voz ya no sonaba tan firme. Sentía cómo la rendición la iba envolviendo poco a poco.
—Podemos hacerlo después… —replicó él, sus labios rozando la piel justo por debajo de su oreja, enviando una oleada de calor directamente a su núcleo.
Sus manos, grandes y seguras, la rodearon por la cintura, acercándola más a él, mientras sus labios comenzaban a dejar un rastro de besos ardientes desde su cuello hacia el borde de la camisa que ella apenas había abotonado.
—Elisey, de verdad… —intentó insistir una última vez, pero el placer que empezaba a inundarla le cortó la frase. Las manos de él, ya seguras, comenzaron a desabotonar lentamente la camisa que había intentado cerrar, cada botón que caía abría más su piel a la cálida caricia de sus dedos.
—Déjame calmarte, mi Luna… —susurró con una voz grave y seductora, mientras sus labios bajaban por su clavícula, acercándose peligrosamente a la marca recién hecha.
Su cuerpo traicionó sus palabras, sus muslos se apretaron involuntariamente, y un leve gemido escapó de sus labios cuando él alcanzó el lugar de la mordida, besándolo con devoción. El calor, la urgencia y el deseo se apoderaron de ella con una rapidez que no pudo controlar. La presión entre sus piernas crecía, y el fuego que él había avivado comenzaba a consumirla.
—No puedo… aguantar más… —confesó en un susurro, y fue todo lo que Elisey necesitó para soltarse.
La giró suavemente hacia él, apoyando su espalda contra la fría superficie de la pared del baño. Sus cuerpos se alinearon, el calor de sus pieles ahora tocándose sin barreras. Ella levantó la vista, y lo que vio en los ojos de Elisey la hizo jadear: pura devoción, hambre, y algo más, algo que encendía cada parte de su ser.
Sin perder tiempo, Elisey deslizó sus manos bajo la camisa, recorriendo su cintura, su espalda, hasta llegar a sus caderas que sin poder evitarlo empezó a reír un poco por ser la zona mas cosquilluda en ella pero eso pasó a segundo plano en cuanto, él pareció levantarla con facilidad para que sus piernas rodearan su cintura. El contacto directo con su piel la hizo estremecer, y la electricidad entre ellos era palpable. Su respiración se volvió errática mientras él comenzaba a besarla con más fervor, su lengua trazando el camino de sus labios hasta su cuello, mientras ella enredaba sus dedos en el cabello rubio de su Alfa.
—Te necesito... —confesó él, su voz entrecortada por el deseo que lo consumía.
Y en ese momento, todo el autocontrol que ella había intentado mantener se desvaneció.
Elisey la sujetó con firmeza, asegurándose de que no escapara ni de su agarre ni del momento que compartían. Ella, envuelta en ese torbellino de deseo, sintió cómo su cuerpo respondía a cada toque, a cada beso que dejaba Elisey sobre su piel. Ya no podía pensar en la comida ni en ninguna otra cosa más que en él, en cómo la hacía sentir viva, deseada, completamente suya.
—Eres todo lo que quiero —murmuró él contra su piel, su aliento cálido enviando escalofríos por su espalda mientras la colocaba con suavidad sobre el borde del lavabo. Sus manos encontraron un punto de apoyo en sus caderas, y la atrajo más cerca, eliminando cualquier distancia entre ellos.
Elisey, aún consciente del poder que tenía sobre ella, decidió tomarse su tiempo, explorando cada centímetro de su cuerpo con una mezcla de devoción y hambre. Sus labios recorrían el sendero de su cuello, descendiendo lentamente hacia sus clavículas, mientras que ella se aferraba a él con fuerza, sus dedos enredados en el cabello rubio de su Alfa. La sensación de estar marcada, de ser su Luna, de pertenecerle completamente, solo intensificaba el placer que la invadía.
—No me hagás esperar, Elisey… —jadeó, sin poder contener el tono suplicante que se había filtrado en su voz. Sus muslos temblaban alrededor de su cintura, buscando más contacto, más de él.
—Tranquila, mi Luna… —susurró él con voz ronca, sus ojos resplandeciendo con esa mezcla entre azul celeste y el rojo que indicaba la presencia de su lobo, Bjorn—. Voy a llevarte a donde perteneces… a mí.
Apenas pudo responder cuando sintió las manos de Elisey deslizarse más abajo, tirando de su ropa con una facilidad que la dejó sin aliento. El roce de su piel desnuda contra la suya era casi insoportable, pero en el mejor de los sentidos. Cada toque la hacía arder más, cada susurro y aliento contra su piel encendía algo más profundo, algo primitivo que solo él podía despertar.
—Te quiero toda… cada parte de ti —murmuró Elisey, antes de besarla profundamente, con una mezcla de pasión y posesividad que la hizo estremecer. Sus cuerpos se movieron en un ritmo compartido, el calor entre ellos alcanzando niveles insoportables, cada segundo acercándolos más al borde.
Bruna se aferró a sus hombros, su cuerpo temblando bajo el suyo, incapaz de controlar la oleada de placer que la invadía. El mundo desaparecía a su alrededor, quedando solo ellos dos, Elisey reclamando lo que era suyo, lo que siempre había sido suyo. Cada toque, cada caricia la llevaba más cerca del punto de quiebre, y sabía que él también lo sentía.
—Elisey… —jadeó, sintiendo cómo el placer se acumulaba dentro de ella, como una ola imparable, su respiración entrecortada mientras sus uñas se clavaban en su espalda—. No puedo… aguantar más…
Elisey la sostuvo con más fuerza, su propio control colgando de un hilo. Sus labios encontraron el punto exacto en su cuello, justo donde la había marcado, y con un gruñido bajo y ronco, la mordió suavemente, enviando una explosión de placer a través de su cuerpo. Ella gritó su nombre, su cuerpo arqueándose contra el suyo cuando finalmente la ola la arrasó, llevándola al éxtasis.
Y en ese preciso instante, mientras el clímax la consumía por completo, Elisey la marcó de nuevo, mordiendo con firmeza, sellando su unión de una manera que resonaría en lo más profundo de sus almas, mientras que él con todo su autocontrol posible había salido fuera de ella para terminar.
Sabía que ella no quería aún quedar embarazada, tal vez en un momento próximo o en unos años lo conseguirían, pero por ahora la respetaría tanto como se pudiese.
[...]
La luz del sol matutino entraba por las ventanas mientras ella y Elisey se sentaban en la mesa del comedor, ya limpios y relajados tras una ducha compartida. El aroma del desayuno llenaba la cocina, y el ambiente estaba cargado de una tranquilidad satisfecha que contrastaba con la intensidad de momentos anteriores. Ella aún con una leve sonrisa en el rostro, se llevó un trozo de chipá a la boca, disfrutando de la simplicidad del momento.
—Parece que ya has vuelto a la realidad —comentó Elisey con una sonrisa traviesa mientras cortaba su bife de carne con precisión.
Ella lo miró de reojo, saboreando su chipá antes de contestar.
—¿Y qué querés que haga? ¿Que me quede pensando en todo lo que pasó? —dijo con tono divertido, aunque el leve rubor en sus mejillas la delataba. Agarró su taza de cafe con leche y tomó un sorbo para disimular la incomodidad.
Elisey dejó escapar una risa profunda, aunque sus ojos, de un azul penetrante, no dejaban de mirarla con ese toque posesivo que tanto lo caracterizaba. Mientras masticaba su bife, dejó que el silencio se instalara entre ellos, aunque su mirada no podía evitar recorrerla, como si todavía no pudiera creer que Bruna era completamente suya.
—Ya sabes que no es algo que se pueda ignorar tan fácil —dijo Elisey finalmente, su tono más bajo y cargado de significado. Estiró su mano por la mesa, buscando la de ella.
Ella dejó su taza a un lado y entrelazó sus dedos con los de él, sintiendo la calidez de ese gesto. Aunque la intensidad de su relación siempre la había dejado sin aliento, momentos como ese le recordaban por qué estaba dispuesta a seguir adelante con Elisey. A pesar de su carácter dominante, había un lado de él que la cuidaba profundamente.
—Lo sé —respondió ella suavemente, dándole un pequeño apretón a su mano—, pero por ahora, vamos a comer, ¿sí? No quiero que te desmayes de hambre.
—No te preocupes por eso, mein Schatz. Creo que tengo suficiente energía para rato —replicó él, con una mirada cargada de insinuación.
Ella lo miró un momento, antes de rodar los ojos con una sonrisa divertida.
—Sos un caso perdido, Elisey —murmuró, volviendo a concentrarse en su desayuno.— por cierto, ¿Que has dicho en Alemán?
Elisey se inclinó hacia ella, llevándose su mano a los labios y dándole un beso suave.
—Mi amor, eso es lo que dije. Aunque si estoy Perdido, sí, pero solo por ti —susurró, su tono cargado de una ternura inusual.
Ella sonrió, esta vez sin disimular. Aunque a veces le costara admitirlo, ese lado de Elisey era el que más la enamoraba, el que la mantenía a su lado a pesar de todo.
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