Capítulo 7 Luna
Jamás olvidaré esa noche en aquel bar violeta, la música que estaba sonando en los altavoces y el aroma amaderado que provenia de la colonia del hombre que pensé que sería el amor de mi vida.
Estaba de visita en la ciudad con mi novio Jared, llevábamos cuatro años saliendo y estaba segura de que me pediría matrimonio en aquel lugar pintoresco, pero no fue así, en su lugar me llenó de reclamos por mi forma de vestir.
Aunque el me conoció siendo una chica coqueta y tierna, no le agradada que me vistiera provocativa, mucho menos cerca de sus amigos, quienes no tenían respeto por una dama como yo.
Al llegar a la ciudad me indicó que tomaríamos un día para descasar y que al siguiente iríamos a mi entrevista para un nuevo trabajo, yo no quería dejar mi antiguo trabajo, aunque nada tenia que ver con lo que había estudiado, pero me agradaba impartir clases en el centro comunitario.
Ahora estaría en una fábrica, haciendo el trabajo para el que estudié en control de calidad. Además estaría más cerca de Jared.
—Luna, por favor, no vuelvas a vestirte así —pedía Jared una y otra vez mientras caminábamos por la calle—. No quiero que otros hombres te volteen a ver.
—Yo solo tengo ojos para ti —aseguré tomada de su mano.
—Más te vale, porque ya me dijeron que en tu trabajo hay varios tipos que te ven como si fueses un pedazo de carne.
—¿Quién te dijo eso? —Me detuve a verlo.
—Esa pelirroja que trabajaba contigo, la qué desapareció misteriosamente —tomó mi rostro entre sus manos y me besó—. Tú eres solo mía, Luna.
—No puedes escuchar los chismes de las envidiosas, ellas solo quieren hacerme daño —aseguré viéndolo a los ojos.
Me soltó con brusquedad y me jaló para llevarme al bar.
Pensaba que el ambiente lo ayudaría a relajarse, pero en su lugar se puso más violento, comenzó a decirme de todo y yo solo lo escuchaba sin protestar, pues no buscaba tener problemas con él.
La conversación subió de tono hasta que él intervino.
Era el hombre más atractivo que jamás había visto, como esos modelos de revista pero en versión hd, su presencia era imponente, su aroma embriagador y su voz, ¡por Dios!, que su voz podía derretir hasta un iglú.
Aquel hombre me defendió de Jared; me llevó a su departamento que resultaba ser de su amigo, y cuido de mi. Me trató tan bien que no quería alejarme de él.
Fue tan amable que me facilitó la dirección para ir a pedir trabajo, así que al siguiente día corrí a buscar el puesto, pensé que sin las influencias de Jared no obtendría el puesto, pero resulta que era la persona que estaban buscando.
La mayoría de mis compañeras de trabajo eran mujeres, uno que otro hombre y él ambiente laboral era de lo mejor. Me sentía como en casa, además de que me proporcionaron un departamento cerca de la otra ciudad, y solo me tomé unos días para instalarme bien y después me fui a buscar a Sebastián.
Poco a poco nos fuimos conociendo más, Sebastián me trataba como princesa, me compraba regalos cada vez que salíamos, tenía las atenciones que todo un caballero poseía, la realidad era qué ni Jared me trataba así.
Sebastián era un hombre de otro mundo, como pocos había.
Nuestra primera cita fue en una feria, pues vivíamos en una ciudad muy peculiar que hacia fiesta por todo. Caminamos entre los puestos de comida, observabamos las atracciones y bebimos un poco de licor en uno de los puestos.
—¿Quieres uno?
Sebastián captó mi mirada perdida en uno de los juegos de puntería, donde te ganabas un gran peluche de felpa, si lograbas derribar diez patos en movimiento con un rifle.
—Amm... No lo sé, se ve complicado.
—Es pan comido.
En un principio pensé que alardeaba, pero pronto me dicuenta de que no era así, él era un haz en todo lo que hacía, cualquiera que lo viera diría que era el hombre perfecto, pero Sebastián tenía solo una falla, su sadismo.
Conforme pasaba el tiempo me daba cuenta de sus gustos diferentes en el sexo: mientras yo quería algo pasional y tranquilo en la cama, él pedía a gritos con sus acciones algo más que solo echar un polvo, y en ese tema yo era una novata, ya que solo había estado con Jared y todo siempre fue tranquilo con él.
En cambio Sebastián, él era todo un semental en la cama, me llevó a explorar mi intimidad como ni yo misma lo había hecho, me llevó a experimentar los mejores orgasmos de mi vida, cosa que jamás pensé que yo podía hacer.
Tomaba mi cuerpo cuando lo deseaba o cuando lo necesitaba, eso definitivamente lo calmaba, de eso me daba cuenta porque tenía la bonita costumbre de susurrarme que era suya.
Mi Sebastián no era un hombre temperamental o prepotente, jamás me había levantado la mano como lo hizo Jared, eso si, en la cama era un león indomable, le gustaba tocar cada parte de mi cuerpo, morder o marcar, fue ahí donde me di cuenta que había cosas que no me gustaban del sexo.
Llevábamos ya dos meses teniendo relaciones, siempre me llevaba al departamento de su amigo donde tenia su propia habitación, estábamos viendo una película sentados en el sofá doble de la sala cuando su mano juguetona comenzó a subir por mis piernas y debajo de mi falda, hasta llegar a mi entrepierna.
—¿Qué haces amor? —reí un poco cuando sus labios se posaron en mi cuello.
—Explorando tu cuerpo —murmuró contra mi cuello subiendo mi falda—. Quiero memorizar cada parte de ti, tu aroma, tu sabor...
Cerré los ojos disfrutando la calidez que me proporcionada la palma de su mano contra mi piel, istintivamente abrí las piernas y él aprovechó el momento para atacarme con esos dedos mágicos.
Los besos y caricias sobraban, estando con Sebastián mi temperatura subía cuando apenas rozaba mi piel, mis sentidos se cerraban a nuestro mundo, solo eramos el y yo, nada más.
Sin darme cuenta ya estábamos en su habitación, su cuerpo sobre el mío dejando cada gota de su energía en mi, sus labios atacando mis senos de manera sensual y salvaje.
Todo era perfecto: yo veía estrellas literalmente, pues teníamos una maravillosa vista de la noche estrellada, acompañada de una resplandeciente luna llena, mi mente estaba concentrada en el hombre que tomaba mi cuerpo como suyo, y sabía que podría rememorar esos momentos cada vez que mirara aquella luna complice.
Al día siguiente Sebastián se fue temprano al trabajo, me dejó una nota donde me decía que me había dejado el desayuno preparado y un cambio de ropa para que pudiese ir directo al trabajo.
Me levanté con una enorme sonrisa en el rostro y caminé hasta la ducha, me sentía dichosa, tarareaba una canción mientras me bañaba, realmente era plena, pero esa felicidad poco me duró pues mi reflejo en el espejo me dejó helada.
Mi cuello tenía algunas marcas rojizas sobre el, mis senos cubiertos por el rastro de las mordidas de Sebastián, mi vientre y mis piernas tenían las mismas marcas, aunque me sentí muy excitada en el momento, las marcas en mi cuerpo no me gustaban.
Terminé de bañarme y me sequé aún pensando si hablar o no con Sebastián, me gustaba y lo quería, pero no sabía cómo reaccionaría si le decía que no me gustaba lo que le hacía a mi cuerpo.
Terminé de arreglarme, afortunadamente las prendas me cubrían bien las marcas y sin más que hacer me fui al trabajo.
De lunes a jueves no veía a Sebastián, ya que estaba cargado de trabajo y yo también, así que guardabamos los fines de semana para nosotros. Me pasé toda la semana colgada de mis pensamientos y cuando por fin vi a Sebastián, no le dije nada.
Me recibió en su departamento, lo cual fue nuevo para mi, haciendo que se me olvidara todo.
Pasamos un bonito fin de semana juntos y entonces toqué otro tema que tanto me robaba el sueño, yo quería ser su novia, quería que me pidiera estar con él de una forma diferente, pero evadió el tema con sexo.
Después de varias semanas pensé podía adaptarme a su ritmo cuando teníamos relaciones, en un principio fue medianamente fácil, pues solo satisfacía sus necesidades con cosas sencillas, hasta que empezó a tomarme con más fuerza, de vez en cuando me apretaba el cuello o atacaba a nalgadas mi trasero, lo hubiese disfrutado si no fuera porque su mirada hacia mi cambiaba.
Cada vez lo veía más rudo, más salvaje, lo cual comenzaba a aterrarme, sin embargo cuando salíamos de esas cuatro paredes era otro, todo un principe ante mi.
Una de las noches en que fui a verlo de sorpresa a su departamento se molestó mucho conmigo, decía que estaba ocupado con un colega del trabajo y que solo nos veríamos el fin de semana, pero cuando estaba por retirarme me sorprendió en el pasillo.
Me tomó contra la pared solo estimulando mi parte íntima, el momento me gustó mucho aunque me dejó sorprendida, después de correrme en sus manos me besó prometiendo que me buscaría el fin de semana y yo solo pude asentir, alejándome aún tambaleando.
Había tantas emociones encontradas en mi, que no supe ni qué decir, pero lo que más me sorprendió fue su mirada, sus ojos tenían un brillo diferente, su actitud era dominante y severa, estaba viendo a otro Sebastián.
La última noche que lo vi empezó siendo el mejor hombre del mundo, caballeroso, complaciente, atento y educado, se veía sumamente guapo y la noche estrellada le sentaba de maravilla.
Al termino de nuestra cena volví a tocar el tema del noviazgo, le hice saber que me habían llegado rumores de sus amoríos, los cuales nunca creí pues sabía que era la única mujer que caminaba de su mano.
Como de costumbre el tema lo alteró y fuimos directamente a la cabaña, empezamos a reconciliarnos teniendo relaciones pero entonces la bomba explotó, nuevamente era un salvaje conmigo y terminamos ajenos a nosotros mismos, le dije todo lo que me desagradaba de estar en la intimidad con él y no obtuve respuesta.
Sebastián tenía necesidades que yo ya no podía cumplir.
Me fui dejándolo solo, esperando a que corriera por mi, pero no lo hizo.
Pasaron dos largas semanas y yo ya no podía vivir sin él, pasaba las noches sin dormir y lo único que había en mi mente era el recuerdo de Sebastián.
No lo pensé más y fui a buscarlo, tal vez si hablaba con él podríamos llegar a un acuerdo.
Corrí por las calles desesperadas, sin importar que la lluvia comenzaba a cubrir las calles, llegué al edificio y subí al sexto piso donde solo vivía él.
Respiré profundo y llamé a la puerta con calma, esperando a que no fuese tarde y aún estuviera dispuesto a regresar conmigo.
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