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Capítulo 5

Las semanas seguían pasando y mi relación con Luna se tornaba cada vez más seria, ella me platicaba sobre su familia y la vida que llevó con ellos: era hija única y sus padres habían fallecido quedando ella en manos de su tía, con quien mantenía contacto con poca frecuencia.

Y mientras más iba conociendo de Luna, ella más me iba preguntando sobre mi, así que tuve que mentirle en todo. Le conté que mis padres también habían fallecido, que también era hijo único y que no tenía ningún pariente vivo, lo que en teoría era cierto, pues al huir de casa, enterré mi pasado para ser solo yo en la vida.

Después de seis largos meses desde que había conocido a Luna, llegó nuestra primera pelea de pareja, si es que podríamos llamarnos pareja, pues yo ni le había pedido que fuese mi novia formal y nunca lo haría.

Era una noche de sábado y la luna llena brillaba como nunca lo había hecho, estábamos cenando en un restaurante que se encontraba a dos ciudades de la nuestra, un lujoso lugar en una pequeña villa rodeada de naturaleza, de cierta forma me recordaba a la cabaña de Leonardo.

Y lo más loco era que dormiriamos en un pequeño hotel cercano, que constaba de varias cabañas alrededor de un lago: una vista imperdible y un sueño hecho realidad para cualquier pareja de enamorados, excepto para mi, que solo pensaba en poner fin a mis románticos pensamientos y hacer con Luna lo que quería desde un principio.

Estábamos recibiendo el postre: una deliciosa tarta de coco con chocolate en un baño de oro, entre velas y música de piano, cuando el tema salió a flote.

—Sebastián...

Me encontraba perdido en el baile de la llama de cada vela que se situaba sobre la mesa, que parecían ir al compás de Claro de Luna que provenia de las teclas del piano que amenizaba la noche.

—Sebastián... —Luna llamó mi atención nuevamente y atendí en seguida.

—¿Qué sucede, mi bella Luna? — tomé su mano sobre la mesa para besar sus nudillos, acto que la hizo ruborizarse.

—Es que...

—Dímelo preciosa, lo que quieras. Es tuyo.

La vi a los ojos apreciando su belleza.

Por más enfermo que estuviera, sabía reconocer que Luna era hermosa, bellísima por dentro y por fuera, esa noche estaba usando un bonito vestido de noche en color champagne que la hacía ver realmente celestial.

Sabía que de mi brazo llevaba a una gran mujer, pues todo el mundo volteaba a vernos, era una lástima que ella no pudiese decir lo mismo de mi. Que, a pesar de ser un hombre en toda la extensión de la palabra, con todas las cualidades que muchas mujeres piden, jamás podría dejar mi doble vida a un lado solo para vivir la vida de casado con cualquier mujer, eso jamás.

«Yo era el sueño húmedo de las chicas de la ciudad y eso no lo cambiaría por nada, ni por nadie».

Ese pensamiento lo repetía constantemente cuando me atrapaba pensando en formar una familia con Luna. Y ya era costumbre sonreír ante tal declaración tan descarada por parte de mi consciencia.

—Quiero que seamos novios, Sebastián.

Mi sonrisa se esfumó por completo, solté la mano de Luna con brusquedad, haciéndola caer en un golpe seco contra la mesa.

—Eso no. No puedo dártelo. —La vi fijamente haciéndole saber que hablaba en serio.

Lentamente retiró su mano de la mesa, sin apartar la vista de mi, como procesando lo que acababa de decirle.

—Entonces es verdad... —murmuró bajando la vista a su regazo.

—¿Qué cosa?

—En la ciudad se rumora que tienes fama de mujeriego... Que cada día te ven con una chica diferente... —levantó la mirada y pude ver sus ojos cristalizados—. Y que nunca te han conocido una novia seria.

—La gente habla lo que quiere. —sentencié molesto—. La verdad es que aquí nadie me conoce.

—¿Es verdad?

—Es verdad. —La vi igual de serio, odiaba qué las personas se entrometieran donde nadie las llamaba—. Si salía con muchas chicas era porque no tenía novia.

—Y no quieres una... —declaró dejando escapar una lágrima.

—En este momento no. Nunca me han gustado las etiquetas.

—¿Y no quieres que yo sea tu novia? —dejó escapar un par de lágrimas más.

Llamé al mesero y pedí que nos diera la cuenta y pusiera los postres para llevar.

—Será mejor que hablemos de esto en la cabaña —Me puse de pie y le extendí la mano derecha.

Ella me vio dudosa pero al final accedió.
Hicimos nuestro camino a la cabaña y al llegar nos instalamos en la pequeña sala.

—¿Por qué no quieres que seamos novios, Sebastián?

Su pregunta llenó el tenso vacío que nos rodeaba.

Me senté a su izquierda ligeramente de lado para poder verla, sus ojos ya habían dejado escapar el llanto en el camino y ahora intentaba calmarse.

—Como te dije antes, no me gustan las etiquetas... —Me vio con tristeza—. No le veo el caso a ponerle un nombre a lo que tenemos, si estamos bien así.

—Pero yo...

—Mi Luna bella. —Con mi mano derecha acaricié su mejilla y deposité un tierno beso en sus labios—. Eres la única mujer con la que me paseo de la mano, la única a la que le pediría matrimonio —declaré sonriendole.

Ella me vio sorprendida.

—¿Lo dices en serio, Sebastián? —Se acercó a mi y me besó como solo ella lo hacía—. ¿De verdad te casarías conmigo?

—Por supuesto, mi Luna.

Sonreí con la mayor hipocresía jamás antes vista, se estaba creyendo cada una de mis palabras y eso me bastaba a mi.

—¡Sebastián! —subió sobre mis piernas y empezó a besarme con verdadera pasión.

Lo sabía, Luna había caído y era mi momento de llevar a cabo de una vez por todas mi cometido con ella.

Tomé la tela del vestido que cubría su escultural cuerpo y lo arranqué desde su cuello hasta sus piernas.

—Ha ha, ¡Sebastián! —Me veía divertida y al mismo tiempo deseosa.

—Te ves mejor así.

Solo un delicado conjunto de sostén y pantis de encaje cubría su cuerpo.

—Me gustas más así. —La tomé de la cintura obligandola a acercar su intimidad contra mi cuerpo.

—Si no puedo ser tu novia, quiero ser tu esposa...

Con desesperación se deshizo de mi ropa moviéndose contra mi erección creciente, provocando que me pusiera más a tono con ella. Yo acariciaba su cuerpo por cada centímetro de su piel, mordiendo levemente sus senos y apretando con fuerza su trasero.

—Sebastián... —murmuraba más excitada que yo.

Mi mano derecha bajó a buscar su entrepierna que ya encontraba humeda, mientras mi mano izquierda sujetaba su hombro para evitar que se moviera.

—Me gusta verte así, Luna, te ves tan sensual... —susurré a su oído.

—Más suave, Sebastián... —pidió tomándome de los hombros—. Despacio que me lastimas...

—Estoy siendo cuidadoso.

La tomé de la cintura y la coloqué sobre el sofá para apropiarme de su intimidad sin piedad; le arrebaté la ropa de un tiro y me coloqué sobre ella penetrandola sin compasión.

—Sebastián... —Sus manos comenzaron a empujar mi pecho para que me retirara, pero su resistencia me provocaba más—. ¡Me lastimas!

Sujeté su cuello con fuerza y empecé a embestirla como si no hubiese un mañana.

—¡Detente! —Sus gritos solo hicieron que el animal en mi interior se desatara.

Comencé a morder su senos sin dejar de tomar su cuerpo que era solo para mi.

—¡Sebastián! —Me abofeteó golpeando sin parar mi rostro.

Me detuve al notar lo que hacía.

Ella temblaba desesperada, su cabello era una maraña castaña, su cuello tenía una linea roja que había sido mi culpa, sus preciosos senos estaban rojizos y un leve rastro de rangre los ensuciaba, sus suaves piernas se encontraban manchadas por rasguños y sus manos cubrían sus senos y su entrepierna.

Parecía que un verdadero animal la había atacado.

Respiraba con dificultad y aunque quería terminar lo que había empezado, me hice a un lado y volví a vestirme, dándole vueltas a la idea de que me había convertido en un verdadero monstruo.

Me coloqué cerca de la chimenea viéndola de reojo.

Ella se arrastró a la orilla del sofá para recoger lo que había quedado de su vestido.
Con pasos largos caminé hasta la habitación y saqué una muda de ropa cómoda, para después regresar a la sala y arrojarsela a Luna.

—Me has lastimado... No me gusta que me hagas esas cosas...

La vi a los ojos, ya estaba vestida y lloraba a mares.

—Pensé que te gustaba, nunca dijiste nada.

—Solo lo hacía por ti, para complacerte, pero esta vez cruzaste la línea. —Me vio horrorizada y sonreí levemente—. ¿De qué te ríes? —gritó molesta poniéndose de pie.

—Ahora sabes por qué no busco tener novia —declaré divertido.

—¡Se acabó, Sebastián! —corrió a la habitación y tomó sus cosas—. ¡No me vuelvas a buscar!

Salió de la cabaña azotando la puerta, dejando un rastro de su dulce aroma detrás.

Yo me senté en el sofá y no hice el menor intento por ir tras ella, no iba a humillarme y rogarle para que se quedara, ni si quiera ella merecía eso de mi.

Simplemente acepté que Luna no merecía estar en mi vida.

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