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Capítulo 2

Un par de piernas de ensueño, una figura esbelta que cualquier chica desearía tener, un trasero firme y redondo, un par de senos frondosos que gritaban ser tocados, todo aquello cubierto por un diminuto vestido lila, y el complemento perfecto: una melena castaña abundante que bailaba al compás de su andar, cuyos reflejos de luz lo adornaban de rosa y violeta.

Su hermosa piel ligeramente caramelo, resaltaba en el lugar. No había duda, ella era mi siguiente víctima. Ese ángel tenía que ir conmigo.

La observé mientras tomaba asiento en una de las mesas del rincón, acompañada de un cretino que no se había tomado la molestia si quiera de acercale la silla.

Ella estaba ausente, perdida en sus propios pensamientos mientras el galán de cuarta le hablaba hasta por los codos.

—¿Será ella la siguiente víctima? —murmuró Leo cerca de mi oído.

Bebí de un trago el contenido de mi vaso, imaginando que el beso me lo daba ella y pedí otro.

—Tal vez... Si el galancete no me da problemas —repasé el luga con la mirada—. ¿Dónde están las tuyas?

—Ese par —señaló discretamente con el meñique, ocultandose con su bebida—. Justo a lado de la tuya.

—Se ven algo jóvenes —murmuré, aunque en realidad no me importaba a quién le quitaría la vida.

—Ya sé, pero Ámbar dío la orden, sus razones tendrá y ya me las dirá.

Ámbar era la versión femenina de Hanibbal Lecter, la abeja reina del mundo del canibalismo, solo la había visto una vez, pero con eso me bastó para no querer saber de ella, pues su porte dominante y altanero daba escalofríos, aunque a Leo le excitaba y siendo la cabeza de esa pequeña orda de caníbales, él no le ponía peros.

Y ahora las nuevas víctimas de Leo eran dos jovencitas morenas, que se encontraban en la mesa a lado de la chica que acababa de convertirse en mi nueva víctima.

—A trabajar, amigo.

Chocamos las copas y pedimos dos tragos más para caminar hacia nuestras nuevas víctimas.
En cuanto las chicas nos vieron pararnos frente a su mesa, no dudaron en permitirnos sentarnos a su lado.

Yo tomé el asiento que quedaba a un metro de distancia de la chica que sería mi presa, a mi izquierda se acorraló la pequeña morena que no paraba de batirme las pestañas mientras pegaba sus piernas a las mías.

Iniciamos una conversación con aquellas chicas y agudizé el oído para tratar de escuchar al idiota que no paraba de hablar como perico a mi presa.

—Y ya te he dicho que no me gusta que te vistas así para el trabajo —señaló a la chica con sus toscas manos—. ¡Se te ve todo, Luna, te ves corriente y vulgar! —gruñó entre dientes para después beber de su cerveza.

—¿Qué opinas, Sebastián? —Leo llamó mi atención, señalando ligeramente a la puerta, la señal que indicaba ir a su cabaña.

—Por supuesto, bebemos unos tragos más y nos vamos —acepté acercando a la morena a mi.

Pude sentir como se removia a mi lado, insinuando sus intenciones, pero poco me importaba, pues mi atención estaba puesta en mi chica: Luna.

—Perdona, Jared —alcancé a escuchar el susurro de su voz, una suave y tierna voz, pidiendo disculpas a un idiota—. La próxima vez que venga a verte, usaré algo más largo.

—Más te vale, zorrita —advirtió el mal nacido.

Y eso fue todo.

Me giré a verlo para enfrentarlo.

—¿Puedes moderar tu vocabulario? —Lo observé con seriedad y firmeza.

Este me vío atónito y después regresó su vista a la chica.

—¿Lo conoces? ¿Este es tu amante?

—¡No, no, no! —gritó alarmada—. Ni si quiera lo conozco.

—No, no la conozco, pero sé que no deberías gritarle, mucho menos por una tontería como un vestido corto.

—¡Y a ti qué te importa! —Se exaltó poniéndose de pie—. ¡Ve y mete las narices en otro lado!

La chica que anteriormente se me insinuaba, se había alejado y Leonardo se había puesto de pie junto con su acompañante.

—Solo quiero que te disculpes con la dama, por faltarle al respeto y gritarle —apunté tranquilamente.

—Tú a mi no me vas a decir lo que tengo que hacer —tomó a la chica del brazo y la jaló hacía él—. Si quiero la llamo como se me dé la gana.

—Sueltala —exigí parandome frente a él.

Fácil le llevaba diez centímetros de altura, lo que provocó que retrocediera un par de pasos, sin soltar a Luna.

—Obligame. —Me retó y suspiré.

No buscaba una pelea, pero el tipo se la había ganado a pulso.

Di un paso atrás y me coloqué de lado, escuché su carcajada y en un movimiento rápido le solté un buen derechazo regesandolo a su silla.
Sorprendido soltó a Luna y entonces inició la pelea.

Pronto todos peleaban contra todos, las mujeres gritaban y las mesas y sillas se volvieron los escudos, el suelo era bañado por las bebidas y los vidrios de los vasos adornaban el lugar.

El tipo me soltaba puños sin parar, yo los esquivaba con facilidad, hasta que Luna se metió entre nosotros.

—¡Basta, Jared! —gritó desesperada.

—¡No te metas, Luna! —El idiota se atrevió a darle una bofetada.

Lo cual no me importó, por supuesto, pero quería ser yo quien la abofeteara.

—¡Maldito! —gritó mi acompañante.

—¡Poco hombre! —agregó la chica a lado de Leonardo.

—¡Ayudala! —Me pidió mi acompañante.

Tomé al sujeto por los hombros y lo arrojé a un lado, para después levantar a la bella Luna.

—Quédate aquí —pedí dejándola en un banco cerca de la pared.

Rápido vi a Leo y le di la señal de escape, acaricie mi barbilla; que era lo que hacíamos cuando sentíamos el peligro cerca. Él asintió y salió del bar a toda prisa.

Yo seguí peleando con el sujeto hasta que este rompió una botella de cerveza para amenazarme con ella.

—¿Quieres que te adorne la cara niño bonito?

Debo admitir qué la idea me causó escalofríos, pues vivía de mi rostro. Sin pensarlo me aventé sobre él y logré quitarle la botella.

—Más te vale que te vayas y no vuelvas por aquí —advertí señalandolo con la misma botella.

La seguridad del lugar se hizo presente y la pelea terminó.
Me acerqué a Luna y le ofrecí mi ayuda, una de las meseras del lugar la convenció de aceptar y la chica accedió.

La tomé entre mis brazos cubriendola con mi abrigo, al llevar a cabo dicha acción, sentí un extraño hormigueo en el estómago, una sensación que nunca había aparecido en mi, no le presté mucha importancia y solo la llevé al departamento de Leo, quien me lo ofrecía cuando quería hacer de las mías y en donde ya tenía mi propia habitación.

Cuando llegamos le ofrecí una ropa más cómoda, tenía algunas prendas que las chicas habían dejado olvidadas ha ha, justificaba que era ropa de mi hermana, aunque dicha hermana no existía.

Le di de cenar y le preparé la tina y lo único que pude hacer con ella, fue darle un tierno y dulce beso en los labios.

Nada más.

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