Capítulo 10
A la mañana siguiente, los fuertes golpes en la puerta de la entrada me despertaron.
—¡Mierda! —Me vestí rápidamente—. No puede ser Leo, él sabía que en la noche tenía que venir... —murmuré para mí, cerrando mi camisa y dando un último vistazo en el espejo—. A menos que...
Me acerqué a la ventana, pero afuera había una neblina tan espesa, que no veía ni el sol.
—La policía... ¡No! ¡No! ¡No! ¡No!
Corrí escaleras abajo y sin pensarlo abrí la puerta de par en par.
—¿Qué estuviste haciendo toda la noche?
Mi Luna estaba furiosa, nunca la había visto así, entró a la cabaña y comenzó a abrir y cerrar puertas, yo estaba parado junto a la puerta de entrada, como un verdadero idiota en shock.
—¿En dónde está? —cuestionó desesperada.
«¿Pero qué...?».
Reaccioné y corrí hasta ella tomándola por los hombros para detenerla.
—¿Cómo llegaste aquí? —Esa estúpida pregunta fue la primera que se me ocurrió—. ¿Cómo supiste...?
—Anoche te seguí, hace días que estás muy raro —respondió evitando mi mirada, buscando Dios sabe qué.
Aunque en realidad, no era difícil de adivinar.
—¡Luna, por favor vete! —Le pedí casi llorando, no quería que viera nada, las manos me temblaban y el corazón me galopaba al mil.
—Sebastián... —Me vio directo a los ojos, con ese brillo que la caracterizaba, solo que esa vez, sus preciosos ojos se veían apagados—. ¿Hay alguien más?
Su pregunta me tomó por sorpresa, no sabía cómo responder, no sabía qué hacer, pero lo que sí sabía era que no podía dejar que se quedará ahí, ni un segundo más.
Después de todo, quería protegerla.
—Te buscaré en un par de horas... Ve a casa y...
—¿Para qué quieres que me vaya? —exigió molesta, sus ojos irradiaban ira pura, y en un movimiento rápido me soltó un buen rodillazo en la entrepierna haciéndome caer—. ¿Para que no me encuentre con tu amante? —subió las escaleras a toda prisa, mientras la seguía a gatas.
Mis ojos se abrieron a más no poder, estaba sudando frío y mi corazón estaba a punto de estallar.
—¡Luna, detente! —La vi abriendo la puerta del infierno.
Por un segundo todo se detuvo, supe que mi historia con ella había terminado, que los planes que tenía se habían ido por la borda, que ya no había vuelta atrás.
—¡Dios mío! —cubrió su boca con ambas manos, dando unos pasos atrás hasta chocar contra la pared, y entonces me vio, me vio como nunca lo había hecho, y como yo no quería que me viera; me vio horrorizada—. ¡Eres un animal! ¡Un maldito salvaje! ¡Bestia!
Las palabras salieron de su preciosa boca, como navajas afiladas que atravesaron mi piel, y por primera vez en la vida, me importaba lo que alguien pensara de mí, lo que ella pensaba de mí.
—¡Amor, no...! —grité aún en el suelo, intenté alcanzarla mientras bajaba por las escaleras de regreso, la tiré al suelo jalando su pierna—. ¡No fui yo! —mentí—. ¡Yo te amo! ¡Yo no haría algo así!
La besé con desesperación, intentando hacer que creyera en mí, aunque al principio se resistió, al final cedió. Sabía cómo besarla y atraerla hacía mi, de tal forma que perdiera la razón y me cediera el poder absoluto sobre ella.
Poco a poco me fui deshaciendo de su ropa; comencé a hacerle el amor; suave y dulce, como a ella le gustaba, sabía que estaba en una posición peligrosa, así que fui lo más amable y tranquilo que pude, la estaba penetrando cuando ella reaccionó a lo que estaba sucediendo, así que intentó alejarme.
—¡Sueltame! —gritó desesperada golpeando mi pecho—. ¡No quiero...! ¡No quiero estar contigo! —Realmente se veía asustada—. ¡Eres el demonio!
—¡Escúchame, por favor! —Me negaba a soltarla y dejarla ir, de alguna forma quería estar con ella por el resto de mi vida, en ese momento lo sabía—. ¡Luna, por favor!
Reanude los besos y las caricias, tenía que demostrarle que la quería y que quería estar con ella. Con embestidas suaves seguía haciéndola mía, aunque tal vez ya no lo era.
—¡Seb... Sebastián! —jadeaba entre gritos, haciéndome ir más rápido.
—Espera... Un momento...
—¡Déjame! —Sus ojos me vieron suplicantes—. ¡Dejame ir! ¡No... No diré... nada!
—¡Ya te dije que yo no fui! —grité viéndola igual de excitada que yo.
—¡Ayuda! ¡Ayuda! —Sus gritos me pusieron en alerta, despertando al animal que vivía en mí.
Entonces la tomé a la fuerza; penetrandola con más rapidez y más intencidad, mientras ella gritaba más, yo me apresuraba a tenerla, y cuando ella estaba a punto de terminar, comencé a apretar su delicado cuello.
En ese momento no me importó nada.
—¡No-no...! ¡Suel...!
Sus ojos me vieron temerosos, pero no podía soltarla, necesitaba satisfacer mis necesidades, primero estaba yo y después yo, siempre había sido así, no podía engañarme, yo no iba a cambiar.
—Solo tú puedes satisfacer mis deseos... Solo tú —sentencié sintiendo que llegaba al orgasmo.
Sus manos se posaron sobre las mías, intentando safarse de mi agarre, pero era imposible, nadie podía dominar a la bestia que en mí habitaba, así que seguí asfixiandola, hasta que vi apagarse ese brillo que tanto me gustaba, sentí como dejó de respirar en mis manos.
No lo podía creer, había terminado con su vida.
Comencé a reírme poco a poco, hasta que mi risa se convirtió en una carcajada perturbada y descontrolada.
Cuando por fin me calmé, las lágrimas brotaron de mis ojos.
No podía creer que había terminado con la vida de la única persona que podía haberme llevado por el buen camino.
Las manos comenzaron a temblarme y con desesperación comencé a reanimarla, pero era tarde, su corazón había dejado de latir, no importaba cuanto me esforzara, esos ojitos ya no volverían a verme más.
—¡Luna! ¡Mi Luna!
No respondía, mis gritos eran inútiles.
Lloré desesperado, había terminado con la vida de la única mujer que había amado, era un verdadero asesino y eso me aterraba.
Llamé a Leonardo y le expliqué lo que había sucedido, le pedí que recogiera los veinticuatro cuerpos de mis víctimas, pues debía despedirme de Luna.
La vi tendida en mis brazos, besé sus labios ya fríos, tomé su cuerpo y lo envolvi en una sabana blanca, para después subirlo en la cajuela de mi auto. Tomé un pico y una pala del cuarto de herramientas y manejé hasta el cementerio, una vez ahí busqué el lugar privado que era donde me gustaba pensar que descansaba mi familia, y así nada más, comencé a cabar un hueco en la tierra.
—¿Quieres saber por qué lo hacía? —lloraba con verdadero sentimiento—. ¿Por qué buscaba castañas?
Me detuve un momento y vi su cuerpo en la cajuela.
—Tenía quince años... —limpié mis lágrimas con la manga de mi suéter—. Era solo un niño... Un triste adolescente que... Yo solo quería vivir como los demás... Pero ella lo hizo...
Tomé el cuerpo de Luna y lo coloqué en la tumba improvisada.
—Ella abusó de mi... Se aprovechó de mi un día que mi padre salió de viaje... —apreté la mandíbula con coraje—. Me amenazó si hablaba... Era un mocoso entrando a la adolescencia y le tenía miedo... Tuve que aguantar sus abusos por un año, hasta que me escapé de casa...
Comencé a tirar la tierra para cubrir el cuerpo.
—Un amigo de la familia me ayudó... Le tuve que contar todo y prometió nunca hablar... —Las lágrimas no dejaban de brotar, pues nunca había hablado del tema en voz alta—. Él me ayudó con mis estudios y en cuanto entré al bachillerato también lo abandoné, Leonardo fue quien me acompañó desde entonces... Hace años regresé buscando venganza, pero ya no estaba...
Terminé de cubrir la tumba improvisada, que después arreglaría.
—Se habían ido... Ella se fue... Estar con castañas me la recordaba —sonreí con ironía—. Pensaba que al hacerles daño, le hacía daño a ella...
A mi madre.
Me limpié las lágrimas con brusquedad.
—Yo solo buscaba satisfacer mis deseos, hasta que te conocí y me enamoré... Me enamoré de ti, Luna... —Me arrodillé ante su tumba—. Lamento lo que hice... Ahora voy a esperar por ti... Te buscaré en esta y mil vidas más. Nunca olvidaré esa noche de luna llena en la que te conocí.
Y sin nada más que me detuviera en esa ciudad, pedí un cambio de sucursal en el trabajo, me mandaron a otro país donde comencé una nueva vida, si es que se le podía llamar así, aunque ya nada era lo mismo.
Desde entonces, cada luna llena salgo a buscar castañas, solo para encontrar a mi Luna.
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