7. Orquídeas para la noche
Selvaggia y Pecora se levantan de el suelo trabajosamente y con los ojos inundados de lágrimas no liberadas. Siento lástima por las dos aún después de la mirada de fuerza que veo en Selvaggia. No quiero preguntar más.
Anjali ya no regresa por mí, sino lo que supongo es uno de sus sirvientes. Es un hombre de mediana edad con una estatura cercana a los dos metros y con un par de ojos del color del carbón, el cabello está tan corto que no se puede decir de qué color es. Tan solo me dirige un monosílabo y me guía al pasillo de lianas de nuevo, esta vez con la diferencia de que los tallos están decorados con orquídeas marchitas. Frenamos a la mitad del pasillo y él me pide que lo vea a los ojos, colocando su mano en mi frente.
—Y si mi penitencia por bajar al infierno es la música, que se cumpla su gloria.
Tras eso mis ojos se cierran de golpe y siento que caigo pero ya no escucho ni siento nada más que oscuridad, oscuridad por todas partes. Nada. ¿Esto es la nada? ¿Así es la muerte? Yo sé que debo pensar pero no puedo evocar ni una idea, debía hacer algo importante pero creo que ya no tiene importancia. Ya no tiene importancia.
*
Mis ojos se abren confundidos y desorientados, estoy en mi sofá y por la ventana entra una tenue luz azulada que ilumina el costado de mi rostro, es el filo de sol que queda antes de ocultarse, quizá sean las siete. Mi cuello está dormido y me dirijo al baño para desentumecer mis extremidades y de paso a revisar el zarpazo de mi ojo del gato callejero y arisco que buscando refugio decidió vengarse de la chica que se lo negó. Enciendo la luz con los ojos cerrados, no me duele pero no me gustan las heridas, me recuerdan a mis pesadillas de mi madre con el estómago abierto y la mirada perdida. Los abro de golpe para arrancarle la verdad de una vez a ese cristal con plata.
Mi vista tarda poco en acostumbrarse a la luz y esclarecerse. Veo mis ojos castaños devolverme la mirada bajo unas cejas oscuras y delgadas; enmarcados por un elegante rasguño de cuatro tirones de garras que tienen la agilidad y finura del que las hizo. Me examino más de cerca pero no me atrevo lo suficiente para limpiarme.
Salgo del baño aún algo adormilada y me dirijo la mano al pecho para ajustarme la cinta de mi bolsa, mi mano sólo se encuentra con tela. ¡Maldita sea! Mi bolsa, celular, dinero, credenciales. Dirijo mi mirada frenética hacia la mesa del comedor donde encuentro la libreta de Medusa y mi bolsa sobre ella perfectamente secas.
—Que sueño más loco—me digo más segura ahora de mis palabras—. Tu cerebro es poderoso, qué aprendiste sino en estos cinco años. Lo sentiste real.
Una sonrisa se dibuja en mi rostro y voy al cuarto para cambiarme la ropa, me quito la blusa pegada a mi anatomía y luego el pantalón quedándome en ropa interior, tengo frío, tomo un par de toallas blancas y me dirijo al baño. Enciendo la luz y abro la perilla de la ducha. Estoy tan helada que me hará bien un baño caliente.
Coloco las toallas sobre el retrete y me quito la ropa que me quedaba, me inspecciono las marcas que ha dejado mi sostén en la espalda y los costados de mi cuerpo además de sentir un gran alivio, entro en la regadera y cierro el cancel; reguló la temperatura y dejo que esa cascada artificial se me resbale por los hombros y los ojos empapándome el cabello, aunque es incómodo creo que es lo mejor para concentrarme en otro asunto además del estrés.
El vapor de la ducha se me cuela en los pulmones y alargo la mano para tomar la botella de shampoo, vierto un poco en mi palma y lo pongo después sobre mi cabeza masajeándome con los dedos. Escucho el sonido de la puerta abrirse y luego la pisadas suaves sobre el suelo.
—¡Llegué!—oigo que grita mi amiga al entrar y luego la escucho arrojar sus llaves a la mesa—. ¿Peter Pan?
—¡Aquí!—exclamo mientras sigo con mi ducha y oigo a Lenizah pasearse por el departamento—. ¿Cómo fue?
—Lo normal—la escucho decir cerca de la puerta del baño—. La cuenta estuvo reducida al menos.
La escucho alejarse y tomo el jabón en barra, tallándome la piel librándome de la suciedad. Tengo cuidado al tallar mi rostro y no toco los rasguños. Me enjuago la espuma para dar por finalizada mi ducha, me enrosco la toalla en el cuerpo y en el pelo, abriendo la puerta del baño. Al hacerlo no veo a mi amiga cerca.
—¿Nizah?—pregunto y luego ella sale de su habitación con un pantalón de pijama y una camiseta de tirantes finos de color gris.
—¡Wow! ¿Qué te pasó?—exclama preocupada al ver mi herida y avanza rápido hacia mí para verme de cerca.
—Ah, no es nada—le digo despreocupada para que se calme—. Un gato se me pegó buscando hogar, me negué y me arañó. No es grave.
Lenizah inspecciona mi herida tocándola con sus manos finas, no confía en mi palabra, mi umbral de dolor es muy alto así que mi testimonio no es de fiar; pero al final ella sacude la cabeza soltando el aire que retenía.
—No es grave—repite y se aparta de mí para ir a la cocina—. ¿Qué le has hecho?
—Nada, esperaba que llegaras a salvarme—le respondo y la veo salir de la puerta con una botella de vidrio oscuro y un algodón. Seguramente del botiquín que tenemos.
Nizah se acerca y moja el algodón con el contenido de la botella, un líquido incoloro. Sé que va a arder.
—Agua oxigenada—me responde aliviando un poco mi angustia—, no usaré alcohol cerca de tu ojo. Ahora no chilles.
Me acerca el algodón a la piel y pego un pequeño brinco al sentir el escozor del agua en la herida abierta. Su otra mano me toma de la barbilla para que no me mueva y continúa limpiándome con suavidad.
—Ya está—dice luego de unos instantes y regresa a la cocina mientras que yo voy a mi cuarto para cambiarme, dentro saco un conjunto de ropa interior muy sencillo en color negro y me pongo el pantalón de pijama y una playera enorme que se me resbala por los hombros de color blanco. Tranquila, nada fue real, todo ha sido sólo una pesadilla. La idea me hace sonreír.
Me estoy terminando de poner la playera cuando escucho la voz de Lenizah cortar el aire.
—¡Oye, Tara! ¿De dónde salieron esas flores?.
Flores, había flores en mi pesadillas. No, tranquila, la ciudad está llena de árboles con flores y la universidad tiene más que cualquier otro lado, puede que se me hayan enganchado en la ropa y yo lo haya dejado a mi paso, nos ha pasado antes, a las dos. Salgo de la habitación y veo las flores de las que habla mi amiga debajo de la mesa. Siento el alma hundirse en mi interior.
Flores. Flores marchitas. Orquídeas, no hay orquídeas en ningún árbol de la ciudad. Pero sí en aquel túnel de lianas.
—Ah, me habían regalado un ramo en la universidad el último día y lo dejé en la taquilla—respondo con la boca seca pero la mentira sale con bastante facilidad, soy experta en ellas—. Decidí traer las que quedaban, creo que olvidé tirarlas cuando llegué.
Lenizah se encoge de hombros decidiendo no darle más importancia y se va a su cuarto pero yo me quedo petrificada frente a la escena. Las flores despiden un embriagante y repugnante aroma dulzón que me da náuseas, al bajar mi mirada veo mis tobillos, en el tobillo derecho está perfectamente impreso el sello de un grillete en mi piel. La estancia me da vueltas de repente y siento que me voy a desvanecer.
Fue real. Es real. Mi vida aún está en juego. Orquídeas, bien pudieron haber sido lirios blancos porque estoy ya a las puertas de mi funeral.
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