3. Un gato en la universidad
El sol abrupto sobre mis ojos me despierta, tengo el cuello torcido y me duelen las muñecas por haberlas tendido dobladas. ¿Porqué estoy en el sofá?
—Buenos días, Bella Durmiente.—Me dice la voz de mi mejor amiga acercándose a mí, lleva un conjunto deportivo y el cabello negro sujeto en un chongo desaliñado.
—¿Bella Durmiente? Vamos, lo puedes hacer mejor—le digo estirándome y levantándome del incomodo lugar, ella sonríe y me da la espalda hacia la cocina, deja la puerta abierta para que pueda escucharla.
—La Señora Higgins nos trajo tarta de manzana—me dice levantando la voz y saliendo con un recipiente plástico y una rebanada en su interior. Bueno, eso explica el olor de anoche—. Por cierto, hoy tengo cita con la doctora Kenya.
—¿Algo serio?—le pregunto mientras tomo la rebanada del contenedor plástico, la doctora Kenya es su dentista desde la infancia y mi descuidada amiga a menudo tiene problemas con su imperfecta dentadura. Ella sacude la cabeza a modo de negación.
—Sólo limpieza, pero quería avisarte; está cruzando la ciudad y llegaré más tarde.
—Está bien, yo iré a la facultad a recoger mis cosas.—Mi maestría acabó hace algunas semanas y entre tanto caos que hay en mi mente citadina no he podido ir por mis cosas más insignificantes, libros, notas de apuntes; no me apura mucho pero hay una libreta que quiero recuperar y hoy es un buen día para hacerlo.
—¿Cómo va eso?—la voz de mi amiga me saca de mis divagaciones—. ¿Algún trabajo ya?
—Nada excepcional, un par de ofertas por corto periodo pero no pasa de eso—le respondo y ella me dirige una sonrisa triste.
—Conseguirás algo bueno, ya veras.—Su expresión no cambia mucho cuando me rodea con un brazo—. Esta ciudad colecciona locos a puñados, ahí afuera hay un loco con la sensatez suficiente para pedir ayuda.
Le sonrío y veo cómo se dirige a su cuarto para salir con una bolsa cruzada en el pecho y su casco de motociclista, blanco con las iniciales L. B con letras plateadas en un costado.
—Te veo luego—se acerca y me da un beso en la mejilla para despedirse y sale por la puerta; me quedo escuchando el sonido de sus pisadas en el piso viejo hasta bajar al sótano.
—Sí, también yo debería de irme.
Me termino la tarta que llevo en la mano y regreso al cuarto a cambiarme, la cama ya está hecha y la ventana está abierta dejando entrar una leve brisa, me acerco a cerrarla aún con las muñecas entumidas. Mi armario no es muy amplio pero cuento con un decente abanico de opciones, saco unos pantalones negros y una blusa de mangas largas verde olivo, desde aquí puedo ver que el cielo se tiñe de gris y blanco y no estoy dispuesta a pasar frío; me pongo un par de botines negros y tomo una bolsa cruzada igual a la de Lenizah, nos las regalamos en sustitución a los clásicos collares de mejores amigas.
Salgo del departamento cerrando con llave, no es como si alguien vaya a entrar, es más una manía. Bajo las escaleras de metal que rechinan a cada paso que doy como viejas vigas oxidadas.
El exterior me golpea con un aire helado y un sol casi muerto, de sobresalto un cuerpo negro salta enfrente de mí, arrancando un grito ahogado de mi garganta.
—¡Rayos! Qué susto me diste.—El gato negro frente a mí se pavonea gustoso de haberme sobresaltado—. Sí, sí, que guapo que eres. Criatura infame.
El bufa por lo último que sale de mi boca y me ve enfurruñado, sus ojos me examinan igual que lo haría un humano.
—Tú eres una joya—le digo empezando a caminar; la universidad está a algunas cuadras y se me facilita ir a pie que ir en trasporte público, porque siendo sincera conmigo misma, no existe ningún escenario posible en el que yo, voluntariamente—o de buena gana si se llega a ese caso—elija ir apretujada entre un montón de desconocidos.
La criatura nocturna me empieza a seguir pegada a mis talones.
—¿La vas a jugar de mi escolta personal?—pregunto en burla, el animal solo se pone a mi lado como respuesta—. Muy bien, juguemos entonces.
Sigo avanzando, el gato no se separa de mí. El tráfico es insoportable, me dan pena esos pobres infelices que creen que tocando el claxon con todas sus fuerzas el río de vehículos se va a mover. Sí, pobres infelices.
La universidad me recibe enorme como siempre, sus jardines, que en los días laborales estaban atiborrados están casi vacíos, solo algunos chicos por aquí y por allá buscando informes, me acerco al enorme edificio con puertas de cristal y tomo la manija para entrar pero una pesada mano se posa en mi hombro.
—No se permiten animales—dice una grave voz, me giro y veo a un hombre con uniforme de guardia, sus ojos se ven algo cansados. De repente sus labios se curvan y me dirige una sonrisa blanca que contrasta con su piel oscura y hace que mi corazón de un vuelco de alegría—. Hola bandida.
Le dirijo otra sonrisa en respuesta y avanzo para abrazarlo por el cuello, chillando de alegría en un idioma que ni yo comprendo.
—Hey, sentimental, cuida no ahorcarme—me dice aunque él también se está riendo. Adam Woods, el vigilante de la escuela, mi cómplice cada vez que llegaba tarde, el hombre que está más allá del bien y el mal y no le hace caso a nadie más que a sí mismo; irónicamente también fue mi mejor amigo estos cinco años.
—Pensé que ya no volverías—me dice una vez que lo dejo libre de la prisión de mis brazos.
—Hay algo que quiero recuperar—le digo y me volteo a ver las puertas—. ¿Aún soy bienvenida, no?
—Siempre serás bienvenida aquí, y también en mi hogar—me responde y su mirada cae al suelo—. Pero, enserio, te sabes las normas bandida.
Sigo su vista y me encuentro con el gato negro que ve de forma casi celosa a Adam, con tantas emociones ya no recordaba que me seguía.
—No es mío, se me pegó a los talones desde que salí de casa.
—Nada tonto el bicho, ¿eh?—dice intentando acariciarlo pero recibe un bufido del animal mostrando sus dientes afilados pero Adam, lejos de sobresaltarse o de sentirse ofendido se empieza a reír —. Tiene tu carácter.
—Quizá por eso le agrado—le digo acercándome al animal y rascando debajo de sus orejas, el suelta un ronroneo y se queda tranquilo—. Vamos, déjame entrar, este felino no se va a ir más que a palos.
—Bien, por los viejos tiempos, solo no tardes.
Le agradezco a Adam aún feliz de verlo y entro en el enorme recinto, la estructura es lo más moderno que hay en la ciudad, las aulas ahora están cerradas y creo que nunca he escuchado este lugar en un silencio más hondo. Las pisadas de mi acompañante gatuno son silenciosas, como si supiera que no debe de llamar la atención.
—Hola Katherine—le digo a la recepcionista que está leyendo algo en su computadora. Mi voz parece sacarla de sus pensamientos y levanta la vista desconcertada.
—Oh, hola Tara—me saluda con genuina sorpresa—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—¿Tendrás la llave del aula B-490? Me he dejado algunas cosas.
Ella me dirige una cálida sonrisa que la hace dejar sus ojos avellana semi cerrados mientras busca en los cajones.
—Tú y cien más, hemos estado recibiendo a estudiantes de todas las facultades estas semanas—me dice extendiéndome la llave del aula que solicité.
—¿Hay alguien ahora?
—Es posible, algunos llegan desde la entrada oeste.
—Bueno, gracias.
Me alejo de Katherine y me dirijo al aula, pues sí que hay algunas personas en aulas vecinas, sin embargo debido al grosor de las paredes no escucho más que murmullos.
Cuando llego a mi destino me sorprende ver que la puerta ya está abierta, le dirijo una mirada cautelosa al gato y me llevo el dedo índice a los labios en la seña universal del silencio, él parpadea una vez como si en verdad me hubiera entendido.
Abro la puerta y me encuentro con tres personas, dos chicas y un chico, que hablan en murmullos y no notan mi presencia hasta que cierro la puerta, los tres se giran adustos y sus rostros se suavizan un poco al verme.
—¿Qué tal?—me dice una de las chicas a manera de saludo, los labios al rojo vivo y el cabello teñido de rubio.
—Bien, gracias—le respondo y la otra chica, una morena de pelo rizado me dirige un gesto de cabeza.
—¿Eso es un gato?—pregunta el chico viendo en dirección al escritorio sobre el cual mi más reciente amigo camina con gracia. Me acerco a él y lo tomo entre mis brazos sin que proteste.
—Sí, lo es.
—¿Es tu mascota?—vuelve a preguntar el chico, lleva una camiseta blanca y un colgante de cruz. Jamás los había visto en mi vida, con seguridad han de ser de otra facultad.
—No, recién nos conocimos anoche—le respondo y el animal suelta un ruidito de comodidad que hace que la morena sonría.
—Pues parecen llevarse bien.
Le sonrío levemente de regreso y me acerco a una de las repisas donde se quedan todas las cosas que los alumnos olvidan, libros, cuadernos de notas, marca páginas, chamarras. Todo está dividido por cada cosa. Veo la división de las libretas y saco la mía, una libreta de pasta dura color negra con la pintura de Caravaggio, Medusa, de portada.
—Bien, encontré lo que buscaba—anuncio a los chicos para que sepan que ya pueden seguir con su conversación—. Yo me retiro.
—Adiós—dicen los tres al unísono y yo salgo con el gato en una mano y la libreta en otra, por suerte he metido la llave del aula junto con las de mi departamento y así me ahorro una mano, suelto al animal que cae en el suelo con una elegancia envidiable y se frota en mis piernas un rato.
—Déjame caminar—le digo y él se mueve un poco para permitirme el paso. Este gato no es ordinario, parecería que me puede entender, desde luego no dudo de la inteligencia de los animales pero entender tanto en un periodo de tiempo tan corto no es algo que haya visto en muchos de ellos.
—Gracias Katherine—le digo mientras le regreso la llave, ella me sonríe y vuelve a su computadora; empiezo a andar a una velocidad mayor y el gato me sigue sagazmente.
—¿Encontraste lo que buscabas?—me pregunta Adam una vez que estoy afuera, yo levanto la libreta en respuesta. Mi compañero felino se pone a mi lado demandando mi atención.—Ese bicho ya no te va a soltar.
—Tendrá que hacerlo, no puedo cuidarlo—le respondo volteando a ver a la criatura negra—. Me encantó volver a verte.
—Lo mismo digo bandida.
Me alejo de él con la libreta bajo el brazo y siento los pasos de mi acompañante detrás. Este gato se acaba de adjuntar el papel de mi compañero en a penas una mañana.
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