16. Agujas
—Necesitamos cuatro unidades de insulina y una resonancia, doctora Reynolds consiga el tipo de sangre de la paciente.
—En seguida doctor, ¡ya, muévanse, muévanse!
Un flash blanco, utensilios médicos, un pitido muy intenso que taladra los oídos.
—Perdió mucha sangre.
—Doctor, su tipo es B negativo.
—¡Perdemos los signos vitales!
Un relámpago que fue encapsulado por capricho humano en una máquina transmitiendo toda su descarga en el pecho, metal contra piel, vida contra muerte.
—Necesita transfusiones, hay que encontrar un donante.
—Señor, su tipo de sangre es muy escaso y solo alguien de su tipo le puede donar además del O negativo, que en esta ciudad no me he topado con una sola persona que lo tenga.
Una suavidad fría, una comodidad dura, sábanas delgadas pero calientes y un colchón cómodo pero rígido.
—¿Está segura de querer hacer esto jovencita?
—Muy segura doctor, aquí está su donante.
Una calma artificial, un aroma relajante y químico.
—Solo prométame una cosa.
Una voz conocida.
—No tardará mucho tiempo.
*
Una luz natural recibe a mis ojos, tengo una ligera bata en el cuerpo que me pica en la nuca, una intravenosa enchufada a una bolsa plástica con suero colocada en un alto tubo y una sensación de dormida que no me puedo quitar del cuerpo.
Lenizah está sentada a lado de la cama de hospital en una sillita plegable, tiene una libreta abierta en las piernas y un lápiz sobresale de su cabeza, está leyendo una revista médica que tiene como portada a una enorme cadena de ADN.
—Hola grilla.— Me sale una voz rota y a penas audible pero mi amiga levanta la vista de golpe y su mirada me sonríe, tiene unas ojeras muy pronunciadas y los labios partidos, suelta casi de inmediato la revista y me toma de la mano.
—Hola—su voz también suena rota, como si estuviera a punto de llorar o ya llevara mucho tiempo llorando.—¿Cómo te sientes?
—Cansada.
—Normal, perdiste mucha sangre.— Cierra la libreta de sus piernas y deja botada la revista, de acerca y pone su mano en mi frente, por un momento pienso que me va a besar en la mejilla pero solo me ve; tiene el maquillaje corrido por primera vez.
—Pensé que te perdía—un alivio notable se aloja en su voz y me quita con absurda cotidianidad un mechón de la frente.
—Que va, de mi no te libras tan fácil desgraciada.
—Ya vi que no huesitos—ríe un poco y me fijo en su brazo, tiene un moretón perfecto de color púrpura en el antebrazo. Ella sigue mi mirada y me da una sonrisa de lado.
—Meh. No me gustan las agujas.
—¿Tú donaste?—mi amiga ha tenido un pánico descomunal a las agujas su vida entera, cuando realizó las prácticas en la carrera tuvo que pasar mucho tiempo en mi facultad tomando terapias para no colapsar en una operación.
—Quién te manda a tener un tipo de sangre tan jodido, no tuve otra opción—me acaricia la mejilla y yo coloco mi mano sobre la suya—, por favor ya no me des esos sustos.
Le doy un beso en la mano antes de que una enfermera entre en la sala, lleva una tablilla y una mirada agotada, síntoma del síndrome de las ocho horas laborales. Lenizah aleja su mano un poco de mi rostro algo incómoda; no le gusta ser melosa en público.
—Señorita Domenech, ¿cómo se encuentra?—la enfermera tiene una voz animada y optimista.
—Bastante bien, doc.
—Realmente es un milagro, perdió mucha sangre.
—Sí, me lo habían mencionado ya—veo a Lenizah quien baja un poco la mirada, a penas me pueda levantar le voy a dar una reverencia.
—Por suerte nada pasó a mayores, tuvo mucha suerte. Ahora debe descansar, mañana podrá ir a casa.
—¿Mañana?—le dirijo una mirada a Nizah quien me ve con su enormes ojos miel—. Pensé que podría irme hoy.
—Todo está en orden pero necesitamos mantenerla monitoreada antes de soltarla al mundo de nuevo.
—Ya, ¿cuánto más va a costar esto?
—Sabes que el dinero no importa Tara—me dice mi amiga viéndome a los ojos—lo que importa es que estés bien.
Se levanta de la silla con calma y se acerca a la enfermera con parsimonia, la mujer le dirige una gentil sonrisa.
—Gracias.
—No me agradezca, es nuestro trabajo—me voltea a ver con una expresión de orgullo, como una maestra que ve a su alumna realizada—, salvamos.
Sale del cuarto y Lenizah resopla una vez que está fuera, mueve el cuello y los brazos desentumiéndose con ahínco antes de venir conmigo y reclinarse sobre la cama.
—Oye mamá está muy preocupada en la sala de espera creyendo que sus dos chicas están agonizando, ¿te importa si salgo a decirle que sigues viva y que a mí no me dio un ataque?—con lo cerca que está veo lo marcadas que tiene las ojeras y lo cansados que están sus ojos.
—Ve, tranquilízala.
Me da un beso en la frente con cuidado de no ser muy brusca y sale de la habitación dejando su libreta y cartera en la silla.
Cierro los ojos un momento tratando de recordar. Caía. Era un larga caída. Y me recuerdo agitada, corriendo, huía de algo pero ¿de qué diablos huía? Recuerdo humo, gas, no me gusta el olor a gas, odio el humo que se te mete en los ojos y te escuece la garganta. ¿Porqué había gas y humo?
—Vaya que se tomó el tiempo.
Una voz extraña me hace despertar de mi letargo y veo a un joven de cabello azabache sentado en la base de la cama, está vestido con un pantalón bombacho de color negro y una camisa blanca como de un pirata de fantasía; en la mano sostiene la libreta que dejó Lenizah en la silla plegable. Abierta. Casi arranco la intravenosa de mi cuerpo del susto.
—¿Qué carajo?
—No, en serio—voltea la libreta enseñándome lo que ve con tanta admiración. En la página está un dibujo hecho a varios grises bebido al lápiz, tiene algunos trazos furiosos y oscuros y algunos que son a penas un toque de grafito; el conjunto forma una imagen casi perfecta y sin borrones de mí, el dibujo soy yo tendida sobre la cama con la bata y la intravenosa en el brazo que más que una ayuda, parece que me está sacando lentamente la sangre y el alma.
Al pie del dibujo está un garabato que resulta ser una descuidada firma y la fecha del día de hoy. En una esquina hay un manchón pero se lee lo que dice, con letra apretujada y pequeña se encuentra una nota que pone: "Un día antes del festejo de la muerte quizá vaya a enterrar a alguien y a mí misma esta vez"
—¿Qué quieres?
—Vine a disculparme, lo que pasó allá, no tenías porque vivirlo, no aún—deja la libreta de nuevo en la silla y me ve a los ojos, tiene una mirada imposiblemente verde—. Eso es parte de una realidad putrefacta y fétida de la que no eres parte.
—Aún—puntúo a forma de burla por las palabras que había usado antes.
—No me mal entiendas, no es que no confíe es solo que—se pasa la mano por la nuca—te pareces mucho a... mí.
Aún como humano, tiene ademanes felinos, se pasa las manos por el pelo de forma similar a cuando un gato se pasa las patas por las orejas.
—¿Te importa que me cambie? No me gusta mucho esta piel, menos ahora.— Sin esperar a que le responda se baja de la cama y se acurruca en el suelo fuera de mi vista, un resplandor blanco aparece por unos instantes y luego salta a la cama una gato negro de ojos verdes.
Se acerca con cuidado hasta mi pecho y se acuesta en mi estómago golpeándome la mano con su cabeza para que lo acaricie, en ese momento la puerta se abre y Lenizah entra con dos botellas de agua en cada mano.
—Hey Peter Pan, prefieres natural o mineral, también hay jugo en la...—se detiene una vez que levanta la mirada y ve al gato—. ¿Cómo entró ese bicho aquí?
Deja las botellas en la silla y se acerca para quitar a Sameer de mi regazo, el pelea pero ella no parece darse cuenta de los arañazos que le da a sus brazos desnudos, abre la ventana y deja al animal fuera viendo a través del cristal.
—Entonces mineral o natural.
—Natural—me da la botella fría y la abro tomando unos sorbos, me sabe ácida—. ¿Lograste calmar a tu madre?
—Tomó un rato pero al final lo logré, estaba decidida a irrumpir a la habitación para verificarlo ella misma, suerte que el Dr. estaba escuchando y la freno a tiempo.
Toma la libreta que se quedó en mi cama y la cierra al verla en el dibujo, tiene esa cara que pone cada qué pasa algo sospechoso.
—Muy bien lo mejor sería que descansaras un poco y mañana por la mañana podremos irnos a casa, mamá quiere que vayamos con ella.
Vuelvo a tomar varios sorbos antes de dejar a un lado la botella y ver cómo se siente otra vez en la silla. Vuelve a abrir la revista.
—¿Cuanto te vas a quedar?
—Hasta que me echen—cierra la revista y se acerca más a la cama como si se acordara de algo—, ahora Pan, ¿me puedes explicar la razón por la tenia una aguja conectada a mis venas por mas de diez minutos?
—¿Porque necesitaba sangre?
—¿Y porqué necesitabas sangre, hermosura?—no hay ni un ápice de dulzura en el apodo que usa para llamarme. Lanzo un sonoro suspiro antes de hablar, dato psicológico: si suspiras antes de soltar una mentira te vuelves más convincente.
—Me asaltaron.
—¡¿Te qué?!
Me sienta terrible mentirle justo a ella pero da igual, no sería ni la primera ni la última vez así que mantengo un rostro de póker y le miento en la cara.
—Regresaba de lo del concierto mediocre y me asaltaron en Morrison, me negué a darles la bolsa y me apuñalaron.
—¿De verdad? Los doctores dijeron que fueron múltiples cortadas.
—Seguramente me dieron varias más pero la puñalada fue la que me dejo inconsciente
—Madre mía, joder Tara ¿porqué hiciste semejante estupidez?
Me ve fijamente haciendo varios ademanes molesta, prefiero dejarla creer que fue un acto de absurda valentía lo que me dejo en camilla a un terrible juego macabro.
Al final se tranquiliza y solo me dice que se alegra de que esta todo bien, seguimos hablando, me cuenta de su trabajo, le digo sobre el concierto, se ríe, me prohíbe hacerlo para que no me lastime. Se termina el día.
La enfermera llega y la saca cordialmente de la habitación, me duermo, y duermo, y duermo.
Se van las horas, se acaba un ciclo y al final de mi sueño ligero me llega la imagen de Lenizah abrazándome y a su alrededor agujas, miles de agujas que parecen dispuestas a pincharla y su voz aterciopelada y sin preocupaciones.
"Meh, no me gustan las agujas"
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